El Estado en emergencia, la columna de Fernando Tuesta
El Estado en emergencia, la columna de Fernando Tuesta

Ver cómo se destruyen pueblos y ciudades del norte, dejando al desamparo a miles de peruanos, produce impotencia, pero también enormes actos de sacrificio y solidaridad. Pero el desastre, ocasionado por las lluvias, también pone de manifiesto la precariedad del Estado en grandes territorios del país. Si este tiene que proveer de obras y servicios, muchos han colapsado, porque no resisten la fuerza del embate de la naturaleza y, otros tantos, porque la obra se construyó mal o se organizó el servicio de manera inadecuada. Es que los desastres traen lodo y, muchas veces, corrupción cuando un Estado está maltrecho y agujereado en su estructura por prácticas infectas.

Pero el Estado no es el Gobierno, el . Aquel se manifiesta a través de instituciones y reglas, siendo algunas de ellas las que efectivamente alberga al Ejecutivo. De la misma manera, el Estado trasciende al Ejecutivo, pero los ocupantes de este lo instrumentalizan. Es aquí donde nos encontramos con aquellos que son los representantes políticos, así como la burocracia. Entre ambos el Estado camina, bien o mal y desigual. No es lo mismo en un ministerio que en otro, tampoco en una dependencia provincial que otra.

Ya se ha escrito sobre el actual desencuentro entre una élite política de baja calidad y una supuesta burocracia tecnócrata eficiente. No vamos a discutir aquí el tema, solo dejar constancia de que ninguna por sí sola, aunque aparentemente la segunda, ha llevado a desarrollar las capacidades estatales a niveles de alta calidad con impacto nacional y duradero, más allá de las siempre presentes excepciones.

Pero sabemos que el Estado no se extiende solo horizontalmente, sino verticalmente a través de los gobiernos regionales y locales. Pero esa extensión no es jerárquica, sino de relaciones entre ellos con importantes niveles de autonomía. Es allí donde las dificultades crecen, pues se requiere niveles de coordinación entre el Gobierno Central con 25 gobiernos regionales, 195 municipios provinciales y 1.634 distritales.

Ante una situación de emergencia, coordinar solo un tercio del total de gobiernos exige que el Ejecutivo actúe con eficiencia y que sus decisiones se nutran de las demandas de los gobiernos subnacionales para que se plasmen en políticas coordinadas y coherentes.

Pero la situación se complica cuando el Gobierno no controla ni un gobierno regional y ningún municipio. Más aun, solo uno de cada cinco gobernadores pertenece a un partido y lo mismo se observa en provincias y distritos. Estamos delante de un archipiélago de la representación que ostenta el poder del Estado.

En este panorama, no hay muchas maneras para que funcione bien el Estado sin reformarlo. El tema es que hay demasiados incentivos para que las cosas se mantengan como están y se requiere de esfuerzos enormes de acuerdo político, que por ahora no se observan en el horizonte. Si algo se ganó reduciendo el Estado, la tarea de hacerlo más eficiente es aún una tarea pendiente.

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