No cabe duda de que Keiko Fujimori ha enviado una señal fuerte al apartar de la lista parlamentaria a figuras emblemáticas de los 90 como Martha Chávez, Alejandro Aguinaga y Luisa María Cuculiza. No es solo una afirmación de liderazgo, a la que ella se ha visto obligada por el comunicado del padre, quien demandaba más bien que fueran incorporados. Contiene sobre todo el mensaje de que el fujimorismo de los 90 ya no va más, que el actual es distinto a aquel, que ahora es democrático en lugar de autoritario. En su comunicado, Alberto Fujimori había identificado el fujimorismo con los 90 y a Fuerza Popular como un vehículo (¿más?) a través del cual el fujimorismo “asume su alta responsabilidad para procurar ser gobierno”.
¿Qué es entonces el fujimorismo? ¿Hay algo más que autoritarismo en su esencia? No hemos visto un desarrollo reflexivo en Fuerza Popular en ese sentido. Sin duda, los 90 fueron más que autoritarismo. Se derrotó a la hiperinflación y se pasó a un modelo económico basado en la libertad econó- mica inaugurando una era de crecimiento sostenido. ¿Se han elaborado ideológicamente esos cambios? ¿La propuesta programática actual traza una continuidad evolutiva a partir de ellos, identificando la naturaleza de su efectividad, o hay aquí también un quiebre, como cuando se toma la idea de la intervención estatal en los “sectores estratégicos”?
También se derrotó al terrorismo con una determinada estrategia de alianza con la población e inteligencia policial: ¿qué significa eso en términos de principios de acción política y de seguridad aplicables hoy en la lucha contra el crimen organizado y la inseguridad ciudadana?
La propia gestión de los programas sociales, de infraestructura local y de compras a las pymes fue cuestionada por personalista y clientelista. Pero fue un clientelismo tecnocrático, eficaz. ¿Qué principios metodológicos se pueden rescatar de esa manera de trabajar? Alberto Fujimori desarrolló una alianza directa con la población emergente. ¿Representa el fujimorismo actual a los informales emergentes o hay acá también un cambio a favor de los sectores sindicales y organizados?
Sin duda una discontinuidad en todos esos campos haría de Fuerza Popular un partido no fujimorista, donde lo único que quedaría en común con los 90 sería el apellido. ¿De eso se trata? ¿Qué es entonces? ¿Cuál es su esencia?
Si lo que quiere Keiko Fujimori es diferenciarse del peor pecado del fujimorismo en los 90, que fue el autoritarismo y la voluntad de perpetuarse en el poder sojuzgando instituciones y dando cobertura a una corrupción perversa, lo que tendría que hacer Fuerza Popular, más que apartar a figuras históricas o retroceder a fórmulas económicas de izquierda, es presentar una propuesta de reforma institucional que busque la instauración de una democracia eficiente, funcional, transparente, que asegure la gobernabilidad de modo que no haya pretexto alguno para caer en la tentación autoritaria ante alguna emergencia nacional, y que prevenga la corrupción. Y si lo que quiere es reparar el desprecio y los ataques del padre a los partidos, pues lo mejor es preparar una propuesta de reforma política para reconstruir un sistema de partidos. Esa sería la verdadera demostración del compromiso de Fuerza Popular con la democracia y el Estado de derecho.
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— Política El Comercio (@Politica_ECpe) diciembre 31, 2015