(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Eduardo Dargent

He usado el ejemplo antes, disculparán me repita, pero en cada temporada de lanzamientos presidenciales me gusta recordar lo que llamo el síndrome de cabeza de ratón de la política peruana. Un pequeño rodeo para presentarlo.

Uno de los capítulos más interesantes del libro “Freakonomics” de Steven Levitt y Stephen Dubner busca explicar por qué tantos jóvenes de barrios pobres de Chicago trafican con drogas. Una mirada racional al asunto los llevaría a buscar otra ocupación: salarios bajos, trabajo altamente inseguro, expectativa de vida mucho menor a la del resto de jóvenes pobres. ¿Por qué hacen lo que hacen?

La explicación de los autores pasa por la imagen de éxito de los grandes traficantes y las pocas posibilidades de muchos jóvenes. Quienes están arriba de la pirámide del tráfico de drogas tienen ganancias considerables y una vida de lujos. Los jóvenes toman decisiones en base a dicha imagen, sobredimensionando sus posibilidades de ser un capo. “Si ellos han podido, ¿por qué yo no?”.

No solo pensemos en actividades criminales. Este argumento de racionalidad limitada ayuda a entender diversas conductas. Por ejemplo, todos los deportistas que entrenan largas horas persiguiendo el sueño de ser un Paolo Guerrero o un LeBron James aun a costa de perder otras oportunidades.

Pues bien, considero que algo similar pasa con los que quieren ser presidente o presidenta del Perú. La experiencia positiva de quienes lograron salir desde abajo y ganar la presidencia (o estar cerca) marca la decisión de ser candidato. El aspirante piensa en los Fujimori, Toledo, Humala, PPK, Guzmán, Mendoza y no en los que nunca despegaron, o que tras unos días de fama, volvieron al “otros”. Se prefiere ser cabeza de ratón pues el premio es grande.

Hay malpensados que, cuando comento esto, me replican que sí hay ganancias en una campaña presidencial. Que hay harto vivo que se queda con los aportes de campaña de los amigos. Puede ser en algún caso. Pero me consta que varios sí se la creen, y lo hacen pensando en que hay opción. Incluso se endeudan. También he constatado que los ayayeros cumplen un rol fundamental en sobredimensionar las cualidades presidenciales del sujeto en cuestión.

En países con partidos sólidos (o más sólidos) esta decisión de ingreso a la pugna presidencial es más realista, hay una carrera política que respetar. Y si bien en todos lados hay candidatos que no despegan, en otros países son opciones estrambóticas. Aquí gente muy razonable, que sería un aporte importante en una vicepresidencia o una lista al Congreso, termina lanzándose a la presidencia esperando ser el elegido y duran toda la campaña.

Sería gracioso si no tuviese algunas consecuencias negativas para el sistema político. En vez de formar alianzas que ayuden en la difícil tarea de gobernar este país endiablado, o de conformar listas congresales con cierta unidad y horizonte común, lo que se privilegia es el éxito individual. La fragmentación, además, puede terminar minimizando espacios ideológicos amplios que se quedan sin representación. Una mirada a los fracasos más sonados de los últimos años podría ayudar a motivar alianzas, humildad, y no este carnaval de presidenciables.