¿Ministro o candidato?, por Jaime de Althaus
¿Ministro o candidato?, por Jaime de Althaus
Redacción EC

Si quiere ser candidato presidencial, lo mejor sería que se concentre en hacer bien las tareas de para tener resultados que mostrar en lugar de adelantar su campaña electoral con incursiones populistas en temas ajenos a su sector como el del fútbol, pretendiendo capitalizar burdamente la ira nacional contra Manuel Burga y avalando algo tan grave como la desafiliación de la FIFA.   

Limítese a su chamba, que es harta. Pues al mismo tiempo que enarbolaba la causa anti Burga, empresarios y obreros de construcción eran asesinados en tres puntos del país y, por supuesto, decenas de miles de robos ocurrían en todas partes. Tarde o temprano el activismo mediático se agotará si es que la gente no percibe mejoras reales. A eso debería dedicarse, a concretar bien sus ideas.

Acaba de presentar, por ejemplo, a dos mil nuevos “ternas”, policías encubiertos –presentados contradictoriamente al descubierto– que, vestidos de civil, desarticularán pequeñas pandillas y capturarán a delincuentes comunes y menores. Como sabemos, esa es, efectivamente, la pesadilla de la gente: el robo a las personas o a las viviendas, la inseguridad en las calles. En victimización somos de los primeros en América Latina. Un 32% de la población urbana ha sido víctima de un hecho delictivo en el último semestre, y un 13% de las casas también (INEI): el ministro podría proponerse bajar a 22% y 8% ambos indicadores para fines del 2015. Sería un gran logro y su pase a la segunda vuelta quedaría asegurado.

Pero para eso no bastan 2 o 10 mil “ternas”. De nada sirve capturar al pequeño “choro” si este va a ser liberado casi en el acto, debido a que no existe un sistema de castigo local e inmediato que administre penas cortas –días o semanas– en centros de detención municipales o locales que provean asistencia social y psicológica a los detenidos. Es decir, un juez y un pequeño centro de detención en cada comisaría o en cada municipalidad: atención primaria de la justicia. Si el sujeto reincide, se aumenta la pena. El ministro podría coordinar con el Poder Judicial y las municipalidades la organización de este sistema.

Del mismo modo, algo hay que hacer en las cárceles para que dejen de ser las oficinas centrales del crimen. Nuevamente: de nada sirve que la Dirincri o la Dirandro capturen a capos de organizaciones criminales, si estos siguen dirigiendo sus negocios desde el penal. Sería bueno que el ministro aplique su inteligencia a ver qué se puede hacer para aislar efectivamente a esos delincuentes o para impedir que las cárceles sigan siendo coladeras de celulares.

La recuperación de espacios públicos, por ejemplo, tal como se está haciendo en los barracones del Callao y en San Cosme, es el tipo de cosas que van a la raíz del problema. Es la línea que debe profundizarse. Más raigalmente aun, reducir sustantivamente la informalidad es vital para secar el caldo de cultivo de las “economías criminales”, tal como explicó el general Óscar Naranjo. Allí sí sería interesante una incursión verbal del ministro. O nombrarlo ministro de Trabajo.