Odebrecht aceptó que terminó la concesión del gasoducto
Odebrecht aceptó que terminó la concesión del gasoducto
Juan Paredes Castro

La red de sobornos de en el Perú ha puesto a la crema y nata de la política, la empresa y las instituciones de gobierno y Estado en la dramática situación de tener que dar increíbles saltos mortales en lo más alto del trapecio fiscal, judicial y mediático, en busca, en unos casos difícil y en otros casos casi imposible, de una exhibición de manos limpias.

En Brasil, centro de operaciones de Odebrecht, es poco lo que queda en pie del sistema político, apenas sostenido en la precaria presidencia interina de Michel Temer. El sistema fiscal y judicial ha tomado prácticamente en sus manos el curso de la gobernabilidad y estabilidad del país, en un hecho sin precedentes.

Ahí donde antes las alternativas a las crisis políticas civiles en América Latina solían ser las administraciones militares (cambio de mocos por babas) hoy los poderes fiscales y judiciales, comúnmente venidos a menos y hasta desprestigiados, adquieren cada vez más la condición de reservas morales en sistemas políticos hondamente dañados por la corrupción.

Los primeros saltos mortales (en giros del cuerpo sobre la cabeza, hacia delante y hacia atrás) los va a tener que dar, quiera o no, el gobierno de Kuczynski, no solo porque él, personalmente, debe deslindar responsabilidades ministeriales de los tiempos de Toledo (período de mayores montos de sobornos de Odebrecht), sino porque además está obligado, junto a su primer ministro Fernando Zavala, a dirigir el control de daño y destino final de los contratos aún subsistentes con la empresa constructora brasileña.

Los siguientes saltos mortales corresponden sin duda al fiscal de la Nación, Pablo Sánchez, y al presidente del Poder Judicial, Duberlí Rodríguez, cuyos poderes o debilidades, aciertos o ineficiencias, pueden llevarnos a la disyuntiva de vencer a la impunidad o terminar vencidos por ella. Su primera demostración de fuerza consistirá en arrancar recursos presupuestales al gobierno y la segunda en evitar descender al terreno investigativo político del Congreso. Nuevamente envuelve a la confianza el fantasma de la decepción.

Quienes tienen que dar saltos mortales realmente espectaculares en el mismo trapecio, por sus gestiones gravemente comprometidas, son los ex presidentes Toledo, García, Humala y la ex alcaldesa de Lima Villarán. A Humala y a su esposa Nadine Heredia les alcanzan gruesas evidencias de recepción de dinero de Odebrecht y sus asociadas, no solo para su campaña electoral del 2011 (como para la del 2006 lo habrían recibido de Venezuela), sino por las múltiples obras que en términos financieros vinculan a la empresa brasileña con los presupuestos del Estado 2011-2016, incluido el proyecto del gasoducto del sur.

El fujimorismo del 90 al 2000 tampoco puede sonreír de oreja a oreja ni rehuir a los saltos mortales que le toca.

Que Dios nos proteja del salto mortal sin malla que tenga que dar el Estado Peruano si finalmente el sistema político vigente llegara a sufrir, por el tsunami Odebrecht, una demolición irreversible, como la del 2000.

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