Keiko Fujimori durante la campaña presidencial del 2011. (Foto: Lino Chipana / Archivo GEC)
Keiko Fujimori durante la campaña presidencial del 2011. (Foto: Lino Chipana / Archivo GEC)
/ LINO CHIPANA
María Alejandra Campos

“Sé del beso que se compra, sé del beso que se da;

del amigo que es amigo siempre y cuando le convenga,

y sé que con mucha plata uno vale mucho más”.

- “Las cuarenta”, Francisco Gorrindo

Hace algunas semanas la ministra de Economía destacaba un hecho evidente: en el Perú no todos valemos lo mismo. Claramente no es lo mismo ser mujer, quechuahablante y vivir en una zona rural; que ser hombre, blanco y vivir en San Isidro.

Sin embargo, nuestra democracia asegura un momento cada 5 años en el que la cancha se empareja: las elecciones. Un ciudadano, un voto, es la promesa republicana. No importa el sexo, la tenencia de tierras o la alfabetización, cada voto vale lo mismo.

Desafortunadamente, todos sabemos –y la coyuntura nos recuerda– que ese instante homogéneo es una entelequia, una ilusión. Y que, como versa el tango, “con mucha plata, uno vale mucho más”.

Ya pasaron tres días desde que se conoció la donación de Dionisio Romero y Credicorp a la campaña de Keiko Fujimori en el 2011. Un sencillo de US$3,65 millones arrastrado en maletas por una calle sin veredas hasta la puerta de la casa de Martín Pérez. Hasta ahora en las declaraciones de Romero y los representantes de la empresa han abundado las excusas, pero ni una sola disculpa. El señor tenía miedo, susurran sus emisarios. Hay que entenderlo, Velasco le quitó sus haciendas, se quedó traumado.

Cuando el común de los mortales tiene miedo de un candidato, se aguanta, o comenta en redes sociales, o hace campaña en su almuerzo familiar. No se escabulle en una camioneta blindada a darle millones subrepticios a su candidato, a sabiendas de que está sobrepasando el monto permitido por la ley, que el aporte no está siendo bancarizado y que no va a ser reportado.

“Tuve miedo” no es suficiente excusa para zurrarse en las instituciones democráticas de este país. Que si por algo están en la situación paupérrima en la que se encuentran es porque las élites las aprecian o desprecian según les conviene. Demócratas precarios, bien les dice Eduardo Dargent.

“No era delito” tampoco es suficiente argumento para subsanar la absoluta falta de ética que implica ignorar las normas deliberadamente solo porque la cárcel no es un castigo contemplado. Reglas de juego, por cierto, diseñadas por los mismos políticos que reciben llenos de gratitud los maletines, maletas, loncheras, tamales y demás recipientes.

Romero Paoletti no es, por supuesto, el innovador creador de los aportes por debajo de la mesa. El humalismo que ahora celebra el testimonio del mecenas naranja olvida que en su esquina estuvieron Lula y Chávez. Odebrecht y OAS han colaborado con decenas de candidatos. Vito Rodríguez también aportó. Abraham Zavala y Hugo Delgado recibieron la plata sin hacer preguntas. Y seguramente todo el elenco estable de las suites de Paracas también abrió la billetera y tapó su nombre.

Sería un lindo gesto, como para calentar la temporada navideña, que los verdaderos financistas de las campañas electorales nos sorprendan con una declaración proactiva, sin necesidad de tener a José Domingo Pérez al frente. Y de paso, si no es mucho pedir, una disculpa.

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