Trump ha puesto de cabeza todas las predicciones sobre la ruta que tomará el mundo en el futuro. Para los peruanos, en particular, esta nueva era supone dos frentes de preocupación: uno económico y otro vinculado con nuestra democracia.
Nuestra economía. Trump prometió revisar los tratados de libre comercio de EE.UU. para proteger su industria. La preocupación inmediata por estos lares es que eso suponga una revisión de nuestro TLC, lo que podría afectar gravemente el acceso al primer destino de nuestras exportaciones. Esta posibilidad, sin embargo, es remota. El principal objetivo de Trump es revisar el acuerdo de libre comercio entre Canadá, EE.UU. y México, al cual culpa de llevarse buena parte del trabajo industrial de su país. El comercio con el Perú, en cambio, no debe estar en su mapa ni por asomo, por el pequeño tamaño de nuestra economía, por el hecho de que nosotros no les quitamos trabajos a los estadounidenses y por la razón de que exportamos productos que mayoritariamente no compiten con los de EE.UU. Trump, sin duda, tiene temas que le van a quitar más el sueño.
Lo que sí es más probable que nos afecte es la política migratoria de Trump y sus prometidas deportaciones. No solo por las dificultades que eso implica para los peruanos en EE.UU., sino porque este país es nuestra principal fuente de remesas. Solo en el 2015, las remesas provenientes de este país llegaron a US$986 millones.
Lo que, por otro lado, podría ser una buena noticia para nuestra economía es el impulso a la construcción de infraestructura que Trump ha anunciado. Esto elevaría la demanda de materias primas, lo que beneficiaría a su vez a nuestro sector minero.
¿Existe algún riesgo mayor? Por supuesto. Si, como Trump ha prometido, EE.UU. empieza a poner obstáculos al comercio con China, podría producirse una recesión grave en ambas naciones. Un problema de este tipo en los países con las dos economías más grandes del mundo (y de las que dependemos) podría arrastrar al resto del planeta a una depresión. Trump, con su afán proteccionista, podría lanzar por el drenaje a la economía mundial.
Nuestra democracia. Las instituciones democráticas de EE.UU. han sido por muy largo tiempo un modelo para Occidente. Con sus idas y venidas, la lucha por la igualdad y la libertad de la sociedad norteamericana ha sido un referente para el mundo libre. Trump, sin embargo, ganó con un discurso que cuestiona todos estos valores. Apeló a la xenofobia y al aislacionismo. Reforzó la idea de que Washington está podrido. Propuso limitar la libertad de expresión de la prensa mediante leyes sobre difamación más duras (fue claro cuando les dijo a “The New York Times” y al “Washington Post” que en su presidencia “ellos tendrían problemas”). Sostuvo que su país debería apostar más por la tortura como método de interrogatorio. Y dejó en claro que no le incomodan mayormente tiranos como Putin. Trump, además, plantea que EE.UU. debería dar un paso atrás en su influencia geopolítica, lo cual llevaría a que Rusia y China den un paso adelante.
¿Cómo será un mundo en el que EE.UU. reniega de varios de los principales valores democráticos? ¿Qué sucederá si esto se contagia en Europa? ¿Cómo será el planeta bajo una mayor influencia política de Rusia y China? Ciertamente, la deslegitimación de la democracia es una buena noticia para los políticos populistas de corte autoritario –de derecha o izquierda– que venden la idea de que el gobierno limitado y las libertades individuales están sobrevalorados. Y, con el buen número de estos especímenes que pululan por nuestras tierras, probablemente esto sea lo que más debiera preocuparnos.
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Los 100 días de PPK en la mirada de “The Economist” ► https://t.co/ORQCQ4dJ7G pic.twitter.com/BxyIQ93Stw— Política El Comercio (@Politica_ECpe) 12 de noviembre de 2016