¡Y encima quieren mi plata!, por Federico Salazar
¡Y encima quieren mi plata!, por Federico Salazar
Redacción EC

El sistema electoral requiere cambios. No cualquier cambio, sin embargo, es un buen cambio. Uno que claramente no lo es se refiere al financiamiento público.

El Congreso evalúa un proyecto de ley que contempla dar dinero público a los partidos políticos. Se trata de una especie de “premio” a las agrupaciones que rinden cuentas adecuadamente.

Este dinero se usará para capacitación, formación de líderes y cuadros, entre otras cosas. De esa manera, se sostiene, se ayuda a que los partidos no tengan gente improvisada en el manejo de sus cuentas y procesos.

Entiendo el interés por mejorar el desastroso nivel de los partidos políticos. Nada justifica, sin embargo, el uso de fondos públicos para las actividades partidarias.

Quienes se dedican a la política lo hacen porque les gusta la política. Disfrutan de los debates, de las actividades, la organización, el público, de su presencia en los medios.

Quien quiere hacer un partido político lo hace porque quiere llegar al poder. Es legítimo. Pero su afición a la política y su aspiración al poder, ¿le da derecho a sacar plata de mi bolsillo?

Hay algo esencialmente perverso en la propuesta. No podemos avalarlo. Se trata de tomar dinero de los contribuyentes y dárselo a alguien para que haga lo que a él le gusta.

Es obligación de quien quiere hacer política hacerlo responsablemente. Es obligación de quien forma un partido político hacerlo eficientemente. Es su deber asociarse con gente idónea.

La fórmula de la financiación pública, en lugar de crear más responsabilidades, las reduce. Si yo hago mi partido y no estoy obligado a ser eficiente en el proselitismo, voy a ser menos en vez de más responsable.

Un sistema al revés sería mejor. Es decir, si tengo un partido y de pronto contrato a un improvisado que maneja muy mal las cuentas, debo pagar por esa responsabilidad.

En vez de sanciones, sin embargo, la propuesta plantea dar incentivos. Se lleva el premio del dinero público el que mejor presenta sus cuentas.

Se va a premiar al genio en maquillaje contable, al campeón del empapelamiento pero ineficiente en proselitismo partidario. Y se lo va a premiar con dinero del contribuyente.

Mi dinero va a financiar la formación de líderes de un partido, por ejemplo, al que me opongo. Mi dinero va a financiar la capacitación de gente dedicada a su partido, por ejemplo, que no es el mío.

Este sistema equivale a darle premio a una empresa de combis que tiene al día sus papeles. ¿Y si sus choferes manejan mal o no llevan tanta gente? No importa, ¡presentó bien sus formularios!

Tenemos que ir a un sistema que vincule la actuación de las personas con sus consecuencias. El financiamiento público destruye esa relación, en vez de alentarla.

Si voy a regalar mi dinero, que sea para pobres extremos o enfermos sin recursos. Los políticos no son nada de eso. Muchos crean problemas al país y, encima, ¡quieren llevarse mi dinero!

Nadie debería meter la mano en mi bolsillo para financiar sus aficiones e ideas.