La corrupcin que en el 2000 precipit la cada del gobierno autocrtico de Alberto Fujimori encontr a un pas absolutamente vulnerable e indefenso para combatirla. El sistema poltico y el sistema judicial eran ms que sus cmplices estructurales.
Sobrevino entonces el gobierno de transicin de Valentn Paniagua, lamentablemente muy corto, pero con la habilidad, el coraje y la fuerza moral para promover un slido sistema fiscal y judicial anticorrupcin, y tambin para crear las condiciones de penalizacin que llevaron a la crcel a encumbrados personajes del poder poltico, militar y judicial precedente, incluidos ex primeros ministros, ex comandantes generales de las Fuerzas Armadas y ex magistrados supremos.
Los mayores delitos cometidos fueron investigados, juzgados y sentenciados, bajo justificadas detenciones preventivas y otras por extradicin. Los principales responsables, el ex presidente Fujimori y su ex asesor de inteligencia Vladimiro Montesinos, cumplen as duras condenas efectivas. Pudo demostrarse que una cruzada contra la corrupcin, por grande que sea, no es jams completa si no est acompaada por una cruzada contra otro mal endmico: la impunidad.
La gran pregunta de ahora es si el escndalo de los sobornos de la empresa brasilea Odebrecht, entregados durante los gobiernos de Toledo, Garca y Humala, encontrar a un gobierno de Kuczynski con la habilidad, el coraje y la fuerza moral de Paniagua, a un sistema anticorrupcin como el que tendran que garantizar el fiscal de la Nacin, Pablo Snchez, y el presidente del Poder Judicial, Duberl Rodrguez, y a una sociedad realmente indignada y liderada por arcngeles del bien sobre el mal, dispuestos a arrojar a los infiernos a corruptos probados, vengan de donde vinieren: del fujimorismo, del aprismo, del toledismo, del villaranismo, del humalismo; y del tamao que fuesen: grandes, medianos y pequeos; o a orquestadores de robo a los presupuestos de salud como el ex consejero presidencial Carlos Moreno, un bienaventurado beneficiario de la impunidad.
Estamos nuevamente con el diablo de la corrupcin entre nosotros, pero sin los valientes arcngeles de ayer en las calles y plazas luciendo vinchas en la frente. Los arcngeles de hoy, que tanto despotrican de la corrupcin de Fujimori y Montesinos al punto de haber llevado a la presidencia a quienes tampoco quieren, han replegado sus alas, sus voces y sus espadas han dejado de ser los mensajeros de la moral celestial, no se atreven a tocar y menos a juzgar las gestiones de Toledo, Humala y Villarn, tal como lo hicieron y lo hacen con las de Fujimori, Garca y Castaeda. Muchos de ellos ya evitan, por vergenza, autoproclamarse parte de la reserva de integridad nacional.
No hay llamaradas de indignacin en las calles y plazas de Lima. No hay marchas de los cuatro suyos ni de las cinco esquinas. Hemos vuelto a bailar con el diablo de la corrupcin, porque no hay arcngeles que quieran aplastarlo. De pronto el cielo y el infierno se cruzan en medio de un nuevo charco de impunidad.
MS EN POLTICA
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