Las tres paradojas, la columna de Jaime de Althaus
Las tres paradojas, la columna de Jaime de Althaus
Jaime de Althaus

Luego de la primera vuelta, la distribución geográfica y social del voto llevó a los analistas más acuciosos a pronosticar un fácil triunfo de (KF) en la segunda vuelta. Ella había ganado o quedado segunda en casi todos los distritos pobres y medios del país, y solo había triunfado en los distritos pudientes de Lima y poco más. Pero las encuestas desmintieron sorprendentemente esas predicciones: lo que arrojaron fue un empate estadístico.

Por supuesto, la explicación es el antifujimorismo. Pero los hay varios. Uno es el de izquierda, que se origina en la derrota y larga exclusión del Sutep en los 90 luego de la huelga del 91 en que se perdió el año escolar, y en el mito de la ‘precarización’ del empleo luego de leyes laborales que en realidad terminaron elevando los costos de la formalidad –que, junto con la consagración de la rigidez extrema– son la verdadera causa de la precarización del empleo para las mayorías. 

El otro antifujimorismo es el que considera que un triunfo de Keiko Fujimori legitimaría el régimen de los 90 y volvería a entronizar el autoritarismo y la corrupción. Paradójicamente, esto refleja en parte los cambios que se han producido en la sociedad peruana detonados por el propio gobierno de Fujimori: la emergencia de una nueva clase media mucho más amplia y de nuevas generaciones de peruanos con preocupaciones y valores menos ligados a la lucha por la sobrevivencia y más al respeto a los derechos del otro, a la institucionalidad democrática y a la naturaleza. Es la dialéctica de la historia, y no es casualidad que la intención de voto por PPK sea más fuerte en las clases altas y medias y entre los jóvenes.

Acá, sin embargo, hay una nueva paradoja dialéctica: en medio del proceso de descomposición creciente del sistema de partidos en los últimos 25 años, el único líder que se lanza a construir un partido fuerte y organizado es Keiko Fujimori. Coincido con Martín Tanaka en que un eventual gobierno de KF se parecerá más al segundo de García, en el sentido de que tratará de hacer buena letra democrática para reivindicarse respecto del gobierno de su padre, de la misma manera en que García quiso borrar la imagen del populismo estatista de su primer gobierno con políticas proinversión privada.  

Pero García se fue al otro extremo, y por eso apenas pasó la valla. Si Keiko se fuera a su propio extremo en cuidado democrático, podría quedar atrapada en la inoperancia de los consensos sine qua non. Pero, en una tercera paradoja (o ironía), he aquí que el pueblo le devuelve a KF la tentación autoritaria de una mayoría congresal aplastante, que ella rechaza ofreciendo comisiones claves a la oposición y una mesa multipartidaria. Así, lo que sería bueno para cualquier gobierno –tener mayoría– para ella es un handicap electoral.

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