La yuca de Toledo, la columna de Juan Paredes Castro
La yuca de Toledo, la columna de Juan Paredes Castro
Juan Paredes Castro

Hay una pregunta que no puede alejarse del centro del debate político de la semana, sin prácticamente provocar más preguntas. ¿Conociendo lo que ahora conocemos, podría haber entregado, durante los gobiernos de , García y Humala, y desde su código de corrupción, sobornos por más de 30 millones de dólares, por las puras alverjas?

Si en el gobierno de Toledo el objetivo era obtener un jugoso contrato para la construcción de la Interoceánica, el soborno, como padre del cordero, debía, sin duda, materializarse, como también todos los pasos siguientes, conectados al sentido de origen: que Odebrecht ganara lo que tenía que ganar.

Todos los ministros de la época de Toledo involucrados en el trámite del comienzo al final del contrato, incluido quien gobierna hoy el país, Pedro Pablo Kuczynski, eran conscientes del apuro que traía ese trámite y de la oposición de la contraloría, pero ignoraban, según sus testimonios, cuán “aceitado” venía desde muy arriba y con qué adendas a futuro multiplicadas por cuatro.

¿Tanta era la ingenuidad del Gabinete de entonces que sus miembros estaban convencidos de que el apurado y ansioso Toledo no estaba de por medio sino el reverendísimo interés nacional?

Como en un alambique, la ruta del soborno lleva, a través de Ecoteva, a José Maiman, amigo de Toledo y socio de este, junto con su esposa y suegra, en esa empresa, pero no llega directamente a las manos del ex hombre fuerte de Perú Posible, partido con el que conquistó el poder.

De ahí que Toledo haya podido burlar fácilmente una inicial “orden de captura” y se haya puesto fuera del alcance inmediato de la justicia, al amparo de un proceso de extradición que podría favorecerlo más que perjudicarlo.

Como el Fujimori del 90, que hizo famosa la yuca como símbolo de su sagacidad para el engaño (la izquierda y el Apra votaron por él en la seguridad de que serían sus aliados en el gobierno), Toledo ha terminado “enyucando”, es decir, embaucando, a medio mundo, comenzando por la propia Odebrecht.

Si los hoy ex ministros de Toledo no sabían en qué estaba el ex presidente a la hora de impulsar vehementemente la Interoceánica, resultaron, unos y otros, sus desprevenidos “mandaderos” o tontos útiles.

Para la fiscalía, la lógica del soborno de US$20 millones debiera establecer que no habría Interoceánica sin contrato de concesión; que este, a su vez, no habría sido posible sin el acta de Pro Inversión; y que su suscripción final no podría concebirse sin Toledo detrás del telón, monitoreándolo todo.

La yuca de Toledo recorre pues todo el curso del contrato de la Interoceánica, con el desconcertante saldo de que nadie con rango ministerial que haya estado cerca de los vericuetos de las firmas quiera estarlo ahora que las papas queman.

Queriéndolo o no, todos, desde Odebrecht hasta el último funcionario de Economía y Finanzas, pasando por el Congreso y los contribuyentes, trabajaron para Toledo.
El contralor Genaro Matute recibió más de un maltrato presidencial por advertir la barbaridad que estaba por cometerse y que acabaría en esta otra yuca, después de la de Fujimori, que los peruanos tenemos que registrar, con vergüenza, en nuestra historia: la yuca de Toledo.

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