.
.
Fernando Vivas

La política es representación popular y por eso se parece mucho a la vida. Los padres políticos gozan los mismos afectos y padecen los mismos trances que los papás de a pie: quieren que sus hijos tengan el acceso a la educación que les permita alcanzarlos y, si es posible, superarlos; les enorgullece que sigan sus pasos aunque les tranquiliza que se dediquen a otros rubros más estables que la bronca por el poder; procuran prodigarse a todos por igual para que no los acusen de favoritismo; les duele separarse de ellos cuando se rompen sus matrimonios; les remuerde la conciencia cuando no cumplen sus obligaciones de manutención o, peor aun, cuando ni siquiera las han reconocido y solo las conceden tras prueba de ADN.

Por todo esto, entre los políticos encontramos tanto amor y abnegación como disfuncionalidad familiar y sucesión discutida e intestada (herencia sin testamento). Veamos el caso de los presidentes. ¿Hay dinastías políticas? Mmm, no. Hay familias con políticos que han brillado en más de una generación, pero ninguna que haya atrapado a Palacio de Gobierno con tanto éxito y persistencia que su apellido sea un ‘ismo’ triunfal asociado a una forma de llegar a la cumbre del poder.

El único caso de un padre presidente que buscó proyectar su poderío en su descendencia es reciente y triste: alentó a Keiko en el 2011 a que asumiera la candidatura para la que él estaba inhabilitado. Keiko perdió dos veces, y hoy hija y padre están encarcelados.

En sus últimas cartas, escritas con pena y con tinta en el penal de Barbadillo, papá Fujimori no se cansa de lamentar el dolor que su paso por la política trajo a su prole: primero, una pelea políticamente fratricida entre Keiko y Kenji que acabó en la expulsión del segundo de Fuerza Popular y del Congreso; luego, la prisión preventiva de Keiko. El tono es tan pesaroso que queda implícito su arrepentimiento por haber promovido la sucesión política de su hija mayor.

No hay otro caso similar de legado paternal en vivo y dentro de la misma corriente política en nuestra historia. El dos veces presidente elegido Manuel Prado Ugarteche (de 1939 a 1945 y de 1956 a 1962) fue hijo del también dos veces presidente Mariano Ignacio Prado (de 1865 a 1868, y de 1876 a 1879), que murió en 1901, cuando Manuel era niño.

Menos se puede establecer relación de inspiración y estirpe entre la presidencia democrática de Remigio Morales Bermúdez (1890 a 1894) y su nieto, el presidente de facto Francisco Morales Bermúdez, que nació luego de la muerte del abuelo en 1894. Por cierto, FMB tiene un hijo, Remigio, que fue ministro del primer gobierno de García. Su predecesor Juan Velasco Alvarado tiene un hijo, Javier Velasco Gonzales Posada, que muchos años después de la muerte de su padre insinuó un afán político.

Fernando Belaunde, fundador de Acción Popular y presidente de la República entre 1963 y 1968, y entre 1980 y 1985, murió en el 2002 sin ver a su hijo mayor, Rafael Belaunde Aubry, postular en el 2006 y el 2011. Aunque fundó un partido, Adelante, cuyo nombre era un lema de su padre, y repitió el saludo del brazo extendido con la mano de costado; no saltó la valla y se extinguió sin ligarse al vigente AP. Fue, por lo tanto, una proyección descontinuada e independiente respecto al legado belaundista reivindicado por los acciopopulistas.

Negados y orgullosos
Fujimori, mientras estuvo en el poder, lució como padre querendón. Vimos crecer a Kenji y hasta se documentaron ante cámaras algunas de sus travesuras. Y cuando AF peleó con su ex esposa Susana Higuchi, no tuvo empacho en convertir a Keiko en primera dama, singular designación de ese tipo en nuestra historia.

Valentín Paniagua, su breve sucesor por ocho meses entre el 2000 y el 2001, y quien suele ser invocado para subrayar que es el único de los últimos seis presidentes no salpicados por el Lava Jato, fue uno de tantos papás peruanos que tienen hijos fuera del matrimonio y con los que no pueden cumplir de la misma manera que con sus hermanos. Días después de su muerte en el 2006, apareció en TV Patricia Paniagua, revelando su filiación, reivindicando la discreta relación que mantuvo con su padre y reclamando algunos derechos sucesorios.

El ex presidente no fue una excepción a esa extendida disfuncionalidad familiar a la que muchos padres responden con cariño y cumpliendo sin chistar las obligaciones de ley; pero validando silencios y prejuicios que disminuyen los derechos de sus hijos.

Los próximos dos presidentes nos hicieron vivir dramas opuestos, visible y deliberadamente opuestos. tuvo en 1987 una hija con Lucrecia Orozco. Toledo no la reconoció, pero Lucrecia la inscribió con el nombre de Zaraí Toledo e inició una pelea legal a la que se resistió Alejandro, a pesar del destape del caso durante su campaña presidencial.

Recién en el 2002, tras una sentencia de la Corte Suprema y cuando arreciaban las críticas a su irresponsabilidad, reconoció a Zaraí en un mensaje a la nación. Desde entonces, ha cumplido con las obligaciones que contrajo, y no ha habido queja de hija o madre.

hizo todo lo posible por marcar la diferencia con Toledo en el tema de la paternidad. Pudo hacerlo, pues fue un padre responsable de Carla García Buscaglia, hija de su primer matrimonio; y de los cuatro hijos de su matrimonio con Pilar Nores. Pues resulta que al ser elegido presidente por segunda vez en el 2006, ya había nacido Federico Danton, su hijo con Roxanne Cheesman.

García lo había planificado y reconocido formalmente, pero en la campaña electoral apareció al lado de Nores. Una vez en el poder, un destape periodístico (con su anuencia) presentó a Federico Danton y él, en un peculiar mensaje a la nación, y al lado de Pilar, la primera dama, asumió plenamente su paternidad.

No hace mucho, el ya adolescente Federico, en un velorio caldeado de emociones, firmó su adscripción al Apra sobre el ataúd del padre. Hace pocos días, un aviso legal a nombre de su hijo Alan Raúl, reclamándose heredero, confirmó que García, como la gran mayoría de padres del Perú, murió intestado, dejando a sus descendientes el reto de repartir sus bienes.

Libre de estas vulnerabilidades de filiación (había otras, sí, en su familia extendida y las había de otro tipo para su carrera política), hizo fiesta de paternidad cuando nació su tercer hijo, Samin, en plena campaña victoriosa. Cinco años después, PPK ya era un abuelo aunque no chocho, y Martín Vizcarra tiene cuatro hijos de política discreción.

Si en este pequeño grupo de peruanos se dibuja todo el espectro, desde la paternidad plena y querendona hasta la negación ruin; imaginen todo lo que se esconde y crepita en el Congreso y en la función pública. Para poner una sola muestra: tras un reportaje televisivo sobre un caso de paternidad discutida del ministro de Justicia, Vicente Zeballos, lo vimos relatando que había llegado a un feliz reencuentro con su hija.

Feliz día a los padres que planificaron su hogar y asumieron todo lo que les deparó su paternidad; y también a aquellos que sin haberlo deseado, o sin siquiera tener un vínculo estable con sus hijos, han sabido atenuar y hasta compensar su lejanía.