En el nuevo milenio, no se ha constituido algo siquiera cercano a un sistema de partidos consolidado. (Foto: Sepres)
En el nuevo milenio, no se ha constituido algo siquiera cercano a un sistema de partidos consolidado. (Foto: Sepres)
José Carlos Requena

La reciente encuesta de El Comercio-Ipsos reporta el serio deterioro de las cifras de aprobación del presidente . La pérdida de respaldo llega a los 20 puntos porcentuales desde que se instaló en el sillón presidencial.

La caída de Vizcarra es la más severa al inicio de un mandato. Ni siquiera Alejandro Toledo, que durante gran parte de su mandato ostentó cifras de aprobación de un dígito, experimentó el mismo declive. Toledo perdió 17 puntos entre agosto y octubre del 2001, tres menos que el actual presidente. Tanto Alan García como Pedro Pablo Kuczynski perdieron seis puntos entre la primera y la tercera medición, mientras que Ollanta Humala ganó siete en un plazo similar.

Pero el poco apoyo que seguramente se instalará pronto no es exclusivo de Vizcarra. Desde el 2001, ningún presidente ha tenido el favor popular que ostentaba el “autoritarismo competitivo” –término acuñado por Steven Levitsky y Lucan Way– que implementó Alberto Fujimori en los noventa.

Tres de los cuatro mandatarios han recibido el respaldo promedio de cerca de un tercio de la opinión pública (García: 33%; Humala: 34%; Kuczynski: 35%) durante el plazo que duró su gestión. El restante, Toledo, solo alcanzó el apoyo promedio de un quinto (19%). La desaprobación siempre fue superior a la aprobación.

Lo que le dio cierto aire a cada gestión fue la manera en que los presidentes lidiaron con esta decisiva adversidad.

Toledo se rodeó de políticos recorridos (y hasta forjó una alianza parlamentaria durante la mayor parte de su mandato), cuya experiencia y despliegue contrapesaron su frívolo estilo y los desórdenes de su bancada. El avezado García, en tanto, alcanzó la paz parlamentaria en un acuerdo con el fujimorismo, y se benefició del apoyo de su partido y de una oposición poco articulada. Humala, por su parte, mezcló altas cifras iniciales de aprobación (su luna de miel fue larga) con un sólido primer ministro (Pedro Cateriano) que le ayudó a enfrentar el último tramo de su gestión.

La excepción a la sobrevivencia fue Kuczynski, cuya aprobación promedio es la mayor desde el 2001. El breve presidente no supo administrar la precariedad, obsesionado por las cifras de respaldo y el favor mediático, mostrando gran aversión a la política y pertinaz impericia. Terminó siendo víctima de sus propios errores y de una oposición ruda y tosca.

La debilidad actual podría estar asociada a la carencia de un soporte político mínimo al manejo de país. En los años ochenta –el breve plazo que duró un sistema de partidos relativamente sólido–, tal soporte fue brindado por los grupos políticos organizados, que ayudaron a enfrentar situaciones tan desafiantes como la guerra interna y la aguda crisis económica.

En el nuevo milenio, no se ha constituido algo siquiera cercano a un sistema de partidos consolidado. Con tal condición, el devenir de la presidencia depende mucho de los tejes y manejes del primer mandatario y del entorno del que se dote. Ese es el país al que se enfrenta el presidente Vizcarra.