El principio de autoridad que emana de su mandato se basa, en parte, en ese espacio de apertura y pluralidad que reconoce al presidente como ‘primus inter pares’ (el primero entre sus iguales) de nuestro sistema político. (Foto: Sepres)
El principio de autoridad que emana de su mandato se basa, en parte, en ese espacio de apertura y pluralidad que reconoce al presidente como ‘primus inter pares’ (el primero entre sus iguales) de nuestro sistema político. (Foto: Sepres)
Juan Paredes Castro

E l hecho de que apele, con todo derecho, a su inmunidad presidencial y de jefe del Estado frente a las citaciones de la comisión del Congreso que investiga el Caso no lo convierte en intocable, menos en rehén de sí mismo entre las múltiples paredes de Palacio de Gobierno.

La puerta giratoria de su despacho no solo tiene que abrirse a sus ministros, asesores y leales servidores, sino también a quienes representan a los demás poderes y, por supuesto, a sus opositores, a los que él puede y debe convocar sin escozores políticos. El principio de autoridad que emana de su mandato se basa, en parte, en ese espacio de apertura y pluralidad que reconoce al presidente como ‘primus inter pares’ (el primero entre sus iguales) de nuestro sistema político.

Cuando hace poco en este mismo espacio dije que Kuczynski, al negarse a reunirse con la Comisión Lava Jato, había sacado una legítima carta de la manga, aludí precisamente a las inmunidades señaladas, entre ellas la de no poder ser citado por ningún otro poder en tanto dure su mandato.

Para quienes se preguntan por qué tenía que sacar de la manga una carta a todas luces legítima, la respuesta es que, de Kuczynski hacia atrás, todos los presidentes han vivido temerosos de ejercer plenamente la Jefatura del Estado, esa carta siempre escondida e inutilizada que los pone justamente por encima de la organización política del país. Y por una sencilla razón no corregida: la Constitución no precisa ni fortalece las prerrogativas del Jefe del Estado (así en mayúsculas).

De ahí que Luz Salgado, como presidenta del Congreso, se dio el lujo, elegantemente por cierto, de no acudir a una citación de Kuczynski, quien cometió el error de cursarla en nombre de un Consejo de Estado que inventó Ollanta Humala, a causa de lo mismo: de la inseguridad del inquilino de turno de Palacio de Gobierno de sentirse la personificación de la nación.

Ahora bien, debiendo la Comisión Lava Jato entender las razones por las cuales Kuczynski prefiere contestar por escrito la temática que lo involucra en el Caso Odebrecht como ex ministro y ex primer ministro (2001-2006), el mandatario debe igualmente considerar dos cosas: una, que el documento que firme con sus declaraciones no sea suficiente y que tenga que aceptar cuestionamientos posteriores cara a cara; y otra, que en todo ello está en juego su liderazgo en la lucha contra la corrupción, que pasa por dar el mayor ejemplo de honestidad y transparencia.

Un envalentonado Héctor Becerril puede sacar de sus casillas a cualquiera en las puertas del Congreso, pero tendría que demostrar más que serenidad y respeto en las puertas de Palacio de Gobierno y en el despacho presidencial. Los congresistas no tienen que incomodarse por la respuesta escrita del presidente ni este incomodarse cuando tenga luego que hacer precisiones y considere materializarlas en una audiencia formal en Palacio de Gobierno.

Kuczynski y los integrantes de la Comisión Lava Jato habrán demostrado así respeto mutuo por sus fueros y sobre todo cierto grado de civilización política.

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