"Aquí en el Perú valemos por lo que somos, no por lo que usamos. Entonces, igual, no podemos estereotipar por una vestimenta, porque todos somos iguales", indicó Vizcarra-(Foto: Presidencia / Video: Canal N)
"Aquí en el Perú valemos por lo que somos, no por lo que usamos. Entonces, igual, no podemos estereotipar por una vestimenta, porque todos somos iguales", indicó Vizcarra-(Foto: Presidencia / Video: Canal N)
Juan Paredes Castro

Paralelamente al mareo que le produce la fiebre mensual de la “encuestitis”, el presidente debe lidiar ahora con un duro choque de “esencias”, unas puestas constitucionalmente en su terreno y otras impuestas por él en el Congreso.

No estamos hablando de “esencias” químico-farmacéuticas sino de aquellas otras que tienen que ver con el núcleo invariable de ciertas cosas.

Las exigencias de Vizcarra de que el Congreso respete la “esencias” de sus proyectos de , bajo la amenaza de ser disuelto, podría llevarnos a una inagotable discusión política y jurídica. El hecho es que el Congreso, además de ser un organismo autónomo, carece de mandato imperativo, pudiendo sus miembros votar a favor o en contra de tales “esencias”.

Peor todavía si esa disolución procediese bajo la consideración subjetiva del Ejecutivo de sentir alteradas las “esencias” de las reformas y consiguientemente dar por negada la cuestión de confianza planteada hace poco.

Por si no lo sepa el presidente, alguien debiera advertirle que hace rato la inseguridad interna tiene encendida su alarma en rojo y la economía su alarma en ámbar. Esto lo lleva a la urgencia de tener que ocuparse de las “esencias” de su cargo y funciones, más que de las “esencias” confiadas al Congreso.

“Si me pongo mandil rosado, ¿dejo de ser presidente?”, se pregunta Vizcarra en alusión a la polémica prenda usada por miembros del Ejército como símbolo de la lucha contra el feminicidio. No dejaría de serlo, obviamente. Si terminara por dedicarse, en otra interrogante, 100% a la reforma política, ¿dejaría de ser presidente? En cierta forma sí, porque en la práctica descuidaría sus funciones centrales.

El presidente tiene, de un lado, que tranquilizarse frente a un Congreso que no creo que quiera torcer “esencias” que le hacen bien al sistema institucional, como devolvernos la confianza en la política y despejar los mecanismos de impunidad reinantes que tanto mal generan.

Y de otro lado, intranquilizarse frente a las luces rojas de alarma de la inseguridad interna y a aquellas otras ámbar de la economía, con inversiones, crecimiento y empleo congelados.

Necesitamos un mandatario menos sadomasoquista con el Congreso. Y mucho más dispuesto a recobrar sus obligatorias “esencias” de gobernante y jefe del Estado. De lo contrario tendremos a un Martín Vizcarra luciendo muy bien el mandil de la reforma política pero dejando mucho que desear como presidente.

Por buscar “esencias” de reforma en el edificio de la plaza Bolívar, Vizcarra podría acabar perdiendo las “esencias” de gobierno en el palacio de la Plaza Mayor. Los peruanos esperanzados por mejores oportunidades y condiciones de vida y progreso no estamos para perder soga y cabra a causa del presidente.

Las reformas son importantes. La gobernabilidad también. Ni qué decir de las políticas públicas que no tenemos y cuyos vacíos buscan llenar ocurrencias como la del mandil rosado.

Deseamos fervientemente tener a Vizcarra como presidente competente y no como legislador advenedizo. De eso se trata