No es que vivamos una crisis cualquiera de valores, que la puede tener cualquier otra sociedad más o menos desarrollada que la nuestra. (Ilustración: Giovanni Tazza/El Comercio)
No es que vivamos una crisis cualquiera de valores, que la puede tener cualquier otra sociedad más o menos desarrollada que la nuestra. (Ilustración: Giovanni Tazza/El Comercio)
Juan Paredes Castro

Algo profundamente grave traspasa el corazón de la sociedad peruana. El mal no solo se ensaña cada vez más con el bien y lo sobrepasa abiertamente allí donde esté y donde vaya.

El baile de máscaras termina transformando alegremente al mal en víctima y al bien en victimario.

Periodistas y medios, envanecidos por no perder el registro de la historia, caemos en la emboscada cotidiana.

La libertad, la democracia, la ley y la moral abren una ventana demasiado frágil a las contadas excepciones.

La violencia contra la mujer, las violaciones a niños y niñas, la explotación laboral infantil, la criminalidad en el Estado, las aventuras políticas convertidas en opciones de poder, las muertes en las salas de espera de los hospitales, el despilfarro de fondos sociales, la destrucción de la naturaleza, la pobreza hecha estadística inútil, los mastodontes burocráticos disfrazados de servicios públicos, los odios y recelos inyectados a la vena.

¿Cómo es que este cuadro colgado sobre las cabezas de los caudillos que hemos elegido para gobernar, legislar y administrar justicia no produce un golpe fuerte de reacción desde sus consciencias?

¿Hay otros males e intereses que puedan pesar mucho más?

No es que vivamos una crisis cualquiera de valores, que la puede tener cualquier otra sociedad más o menos desarrollada que la nuestra.

Venimos perdiendo toda dimensión moral, al punto de tener que preguntarnos si la ética, como unidad de medida del comportamiento humano, todavía tiene sitio en el Perú.

Los periodistas nos definimos en negativo, como solía decir Joaquín Estefanía de “El País” de España: somos la suma de lo que no hemos llegado a ser: ni historiadores ni sociólogos, ni novelistas ni escritores, ni políticos ni economistas. Quizás por esa suma, siempre modesta, nos atrevemos a veces a traer a nuestras columnas no la noticia de la semana, sino el perfil de algún libro que tiene que ver con el sumum de los males de nuestro tiempo, una manera en que el pensamiento, rico en novedad, sabe hacer también noticia.

Se trata del libro “El sentido de las dimensiones éticas de la vida”, del sacerdote dominico, filósofo y teólogo Johan Leuridan Huys, a su vez decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, Turismo y Psicología de la Universidad San Martín de Porres. Lectura seriamente obligada para políticos, gobernantes, legisladores, magistrados, empresarios, burócratas, economistas, emprendedores, consultores, aspirantes al poder, académicos y jóvenes a quienes inquieta la esquina del futuro y a quienes Leuridan dedica su pensamiento.

“El miedo es la pasión de la democracia actual, porque nadie sabe a dónde irá el mundo […]la sociedad se siente menos regida por instituciones políticas fundadas en el derecho y la moral, que por las exigencias de competitividad, planificación y publicidad […] Un Estado sin valores ya no es un gobierno de hombres, sino un administrador de cosas”, dice Leuridan.

Quizás sea verdad que no hay sitio para la ética en el Perú. El libro de Leuridan puede formar parte de la batalla por recuperar aquel que alguna vez perdió.

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