(Foto: Archivo GEC)
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Diana Seminario

A fines del 90, Manrique supuso para muchos la esperanza de un cambio. En el camino habían quedado hechas trizas por la maquinaria de demolición las candidaturas presidenciales de Alberto Andrade Carmona y Luis Castañeda Lossio. Para quienes creemos en la democracia, Toledo suponía entonces la esperanza de cambio.

Las primeras señales de corrupción se dieron antes de que saliera elegido presidente en el 2001. Primero, se hizo público que por años había negado la paternidad de Zaraí, la denuncia la hizo entonces Laura Bozzo. Los defensores de Alejandro Toledo le dijeron de todo y las feministas de ayer y hoy asumieron que aquella no era otra cosa que una “maniobra montesinista”. Toledo tuvo que reconocer a Zaraí como su hija a los pocos meses de haber asumido la Presidencia de la República.

Mi experiencia personal con la candidatura de Alejandro Toledo se remonta a la conferencia de prensa que me tocó cubrir en la campaña presidencial del 2001, luego de que la revista “Caretas” y la pluma de Jimmy Torres expusieran la noche de farra en el Melody. Recuerdo que acudí a esa comisión con la certeza de que el candidato tendría sobradas explicaciones para “desmontar” la historia. ¡Qué equivocada estaba! Aquel día, Toledo no dio la cara a los periodistas que lo habíamos esperado por horas. Nos quedamos con muchas preguntas, dudas e indignación. Se acabó la ilusión.

Horas después, desde Huaraz, Eliane Karp arremetía contra los “pituquitos de Miraflores” y preguntaba a la multitud: “¿Para eso querían libertad de prensa?”.

Han pasado 18 años desde que Alejandro Toledo fue elegido presidente del Perú, y encara su peor imitación, una parodia sin fin. Porque el mismo que prometió acabar con la corrupción terminó por encabezarla. Porque es al único expresidente al que se le ha encontrado dinero en efectivo, porque en su caso la coima sí deja huella.

Lo que Toledo nos robó han sido más de 30 millones de dólares. Su historia de “error estadístico”, el niño que venció las adversidades de haber nacido en una familia pobre y llegó hasta la Presidencia del Perú, resulta ahora un mal chiste. Porque hoy más que nunca queda claro lo que muchos sospechamos: que no buscó reivindicar sus orígenes para proclamar un “sí se puede”, sino que lucró con su realidad.

Los que lo encumbraron son los mismos que lapidan a quien se atreva a disentir de sus ideas, son los mismos que cada cinco años se reciclan. El problema es que sus “patrocinados” no representan la “anticorrupción” que ellos tanto proclaman.

Toledo acabó con el sueño de un país que había tocado fondo luego del desastre de Fujimori y Montesinos, confirmó la regla, con el cinismo de quien se pinta como el elegido para enfrentar al mal.
El expresidente de Cabana promovió la tesis de que es posible salir de la pobreza en democracia, pero se olvidó de que nada empobrece más a la gente que la corrupción de sus gobernantes.

Y no echemos la culpa al sistema y al “modelo”; esto es una cuestión de personas, porque ni el sistema ni el modelo piden una coima de 30 millones de dólares. Son las personas quienes delinquen, y en eso Toledo también rompe esquemas.