(Foto: PCM)
(Foto: PCM)
Juan Paredes Castro

Incrustada, a medio camino, entre modelos de sistemas políticos contrapuestos, la Presidencia del Consejo de Ministros () es un error constitucional histórico que insistimos en arrastrar, sin corrección, hasta hoy.

Y con el riesgo, en las actuales circunstancias, de tener que parecer perversa y desleal con las posibilidades de estabilidad y gobernabilidad del país.

Se trata de una PCM que no calza bien en el sistema presidencialista que escogimos ni habría calzado bien en el sistema parlamentarista que descartamos. Pretendemos aun recoger de uno y otro sistema algo que al final resulta siempre, en la práctica, jalado de los cabellos.

La propia Presidencia de la República se hace a sí misma un daño tremendo al cargar con una PCM híbrida, engorrosa, inútil y hasta tramposa. En situaciones de crisis como la presente, con un mandatario como Pedro Pablo Kuczynski, extremadamente débil, la PCM, en manos de , incapaz de contrapesar esa situación, se convierte en un elemento mayor de vacío y perturbación.

Si, por el contrario, tuviéramos una PCM bien acoplada y cuyo titular pudiera operar, idealmente, como jefe de gobierno, asumiendo el desgaste cotidiano y dejando al mandatario de turno el espacio propio de una jefatura de Estado, tendríamos hoy una salida constitucional y política, por lo menos del aire caliente hacia el aire fresco. Podríamos respirar y no asfixiarnos.

El pacto de dos viejos zorros, Pedro Pablo Kuczynski y Alberto Fujimori, el uno para evitar la cárcel y el otro para salir de ella, mediante una vacancia abortada y un indulto humanitario, ha sumido al país en honda parálisis política, sin un claro horizonte de gobernabilidad en el corto plazo.

Ni Kuczynski busca hacer honor a la vacancia abortada, cumpliendo con un nuevo gobierno, tal como lo ofreció, ni Alberto Fujimori busca hacer honor al indulto humanitario, extendiendo una rama de olivo en el interior de las facciones de Keiko y Kenji Fujimori.

Sean cuales fueren las crisis que atravesamos, los antis que no podemos desterrar, los odios que solemos exacerbar y las facetas psicológicas de nuestra indiferencia, los peruanos deberíamos intentar construir un espacio mínimo de diálogo y reconciliación. Ese espacio mínimo está en la mínima institucionalidad política que podríamos hacer respetable y viable con la mínima voluntad política de dar un primer paso de mutua mínima tolerancia.

¿Podrán poner su grano de arena en esta oscura encrucijada los señorones recientemente salvados de la vacancia y de la cárcel, Kuczynski y Fujimori? El uno, desde el poder político que le queda, para echar a andar un gobierno de apertura, sinónimo de diálogo y reconciliación mínimos. El otro, desde la adrenalina de su nueva libertad, para que el fujimorismo de ahora nos devuelva la institucionalidad que perdimos con el fujimorismo del pasado.

Kuczynski nos debe una gobernabilidad urgente, sin argollas personales. El fujimorismo de Alberto, Keiko y Kenji nos debe reformas políticas, sin clanes. Unos y otros no pueden salirse con la suya, sin nada a cambio.

Por último, la PCM tiene que dejar de ser una pieza postiza del sistema presidencial.

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