

En un mundo donde la justicia y la verdad parecen cada vez más esquivas, el cine se ha convertido en un refugio para explorar sus complejidades. Historias como “Anatomía de una caída” de Justine Triet, que disecciona las ambigüedades dentro del matrimonio, o “El juicio de los 7 de Chicago” de Aaron Sorkin, como una ficción de archivo histórico, nos invitan a reflexionar sobre los límites y las contradicciones de los sistemas legales. Clint Eastwood, en lo que podría ser su última obra, se suma a esta tradición con “Jurado Nº 2″. La película se estrenó el 20 de diciembre en Max y aún está entre las 10 películas más vistas de la plataforma en Latinoamérica.
Clint Eastwood ha vivido 94 años con el fastidio de la injusticia. Como cita su cine desde 1957, su última película, “Jurado Nº 2″, retoma su obsesión por el delgado hilo que separa la verdad de la mentira, el deber del instinto. La cinta, basada en el guion del casi desconocido Jonathan Abrams, encuentra en la simplicidad de su trama un lienzo perfecto para explorar las contradicciones humanas.
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En un juicio mediático, el segundo jurado Justin Kemp (Nicholas Hoult), un hombre común, enfrenta el dilema de elegir entre confesar un crimen accidental y hundir su vida, o callar y sacrificar la de un inocente, que tampoco es el más bueno del mundo.
Desde su estreno, la película ha mantenido un sólido lugar entre las favoritas del público. Además de ser una buena elección de la filmoteca, muchos fans de Eastwood no pueden evitar guardarle cariño solo por tener la firma del director. Lo cierto es que destaca y trastabilla como una reflexión sobre el peso de la culpa y la corrosiva ambigüedad de la justicia. Con un elenco encabezado por Hoult y Toni Collette, la película resuena con las preguntas fundamentales de la carrera del genio del drama, de paso que aborda un nuevo género en su último acto, el thriller legal.

(Esta reseña contiene spoilers)
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Un thriller legal de conciencia y contradicción
La historia de Justin Kemp se desarrolla en dos escenarios: la sala de deliberación del jurado y el vecindario donde intenta rehacer su vida. En la mirada llena de dolor del actor británico, Hoult, el protagonista no es un antihéroe convencional, sino un hombre marcado por el arrepentimiento. Este exalcohólico con una tierna esposa embarazada lucha por sostener la estabilidad que tanto le costó construir. Su dilema se intensifica cuando le toca ser jurado en la corte.

El mayor dolor de Justin estalla cuando debe servir como jurado en el juicio de James (Gabriel Basso), acusado por el homicidio de su novia Kendall (Francesca Fisher), cuya relación con él oscilaba entre lo tóxico y lo trágico. Desde el inicio, la película delata su culpabilidad y eso deja poco espacio para reforzar algunas otras ideas que podrían mejorar el suspenso de la película, como una mayor intervención de la fiscal del caso (Toni Collete) o una escena de Halloween que no aporta más que unos disfraces lindos.
La fiscal, interpretada por la legendaria actriz austriaca Toni Collette, es una abogada feminista y próxima política famosa. Por su parte, la actriz, conocida por su versatilidad en el terror del “El sexto sentido”, el drama “Little Miss Sunshin” o la frescura de “En sus zapatos”, hace un buen trabajo siendo la dureza del sistema legal en la película de Eastwood. Sus gestos y silencios revelan tanto como sus palabras, mientras intenta convencer al jurado de la culpabilidad de James, sin saber que el verdadero culpable está frente a ella.
La película evoca a “12 hombres en pugna” (1957) de Sidney Lumet, es prácticamente un remake, pero en lugar de centrarse en la dinámica del jurado, Eastwood nos invita a habitar la mente de un hombre al borde del colapso. Justin no es un asesino en el sentido estricto; lo ocurrido fue un accidente. Pero en el sistema legal que lo juzga, las razones importan menos que los hechos. La película plantea una pregunta incómoda: ¿se puede hacer justicia sin destruir la verdad?

El director utiliza este dilema para explorar una metáfora recurrente en su filmografía: la justicia siempre llega a la puerta. La moralidad de Justin es puesta a prueba en cada escena, cuando está con su esposa (Zoey Deutch) en casa o cuando los otros jurados (Cedric Yarbrough) lo enfrentan, mientras el espectador se ve empujado a empatizar con su dolor, pero también a juzgar su silencio y cuestionar que la sociedad solo sabe señalar con el dedo. Por ese lado, la película no necesita demasiada producción y maquillaje para provocar la experiencia del cine de suspenso.
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El legado de Clint Eastwood
En su despedida como cineasta, Eastwood no busca respuestas definitivas, pero “Jurado Nº 2″ sin duda tiene un veredicto bastante claro en el final, que no lo diremos para no arruinarlo. Más bien, contempla las imperfecciones humanas, y medita sobre la culpa y la redención. A diferencia de sus westerns, donde el bien y el mal estaban delineados, esta película se mueve en la ambigüedad, reflejando quizás la perspectiva de un hombre que ha vivido casi un siglo.
Eastwood elimina artificios y filma el conflicto interno del protagonista, obligado por el guion de Abrams, que impone al personaje principal como un completo culpable. Los trajes sobrios de los personajes, las luces frías y los escenarios limitados subrayan la tensión de la trama. Aunque algunos momentos de la película carecen de sorpresa, la actuación de Hoult y Collete logran mantener el interés. Si bien “Jurado Nº 2″ no tiene grandes escenas de acción de otras obras de Eastwood, como “Gran Torino” o “Million Dollar Baby”, su sencillez es también su fortaleza. No es un espectáculo visual, sino un ejercicio de introspección que obliga al espectador a cuestionar su propia percepción de lo correcto y lo equivocado. No está mal para una noche de botanas.
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