Psicoanalista y comunicador Julio Hevia recrea figuras estereotipadas que durante siglos sostuvieron una manera de ser hombre.
Psicoanalista y comunicador Julio Hevia recrea figuras estereotipadas que durante siglos sostuvieron una manera de ser hombre.
Julio Hevia

Cronista mordaz y paródico, Monsiváis entendió que el macho de antaño, recreado hasta la saciedad por la imaginería cinematográfica y el espectro publicitario, ha sufrido un gradual menoscabo de su estelaridad, a tal punto que no encontraría más refugio ni posible sobrevivencia que el nicho del sector popular: ese lugar donde las credenciales del varón suelen depender del número de la prole traída al mundo, las parejas que se fueron abandonando y, claro está, el volumen de alcohol consumido entre uno y otro fin de semana. Sin embargo, según sabemos, tales taras suelen ser bastante más democráticas de lo que la pluma del mexicano creyó atisbar. 

Sea como fuere, dejemos claro que las estampas acá recreadas son, sin excepción alguna, figuras estereotipadas, invocadas a manera de atajos para una más clara visualización de ciertas reacciones. Esas que durante siglos sostuvieron, incólumes, una manera de ser, un estilo a imponer y unas estrategias por reproducir: las de una mítica y desconfiada virilidad. Hay quienes creen que una buena dosis de la problemática acá descrita puede ampliarse con la fórmula del “hombre/blanco/adulto”. 

El hombre arinconado
Queda claro que ese hombre no representa a la humanidad toda. Como han demostrado los enfoques feministas, vela por sus exclusivos intereses y, en consecuencia, se yergue contra otras opciones sexuales, vale decir, aquellas que son hoy reivindicadas a diestra y siniestra, y del más enérgico modo. Sabemos igualmente que lo que hay de blanco en el tridente indicado sobrevuela a las demás alternativas raciales, a las distintas cosmovisiones étnicas, presentándose así como patrón de medida e ideal de realización de todo colectivo. Igual de indiscutible parece resultar la adultez por último exaltada, en tanto va a desprenderse de lo que la experiencia aportada por los años implicaría, lo que la tradición hereda y las diferencias de edad sancionan jerárquicas. Sin embargo, a la luz de unos cuestionamientos hoy en agenda, ese “hombre/blanco/adulto” se ve no poco arrinconado, cuando no claramente desfasado.

Las nuevas fronteras de género
Forzar, violentar, violar; repetir ‘aquí se hace lo que yo digo’; mirar inescrupulosamente a la mujer o transitar de una caballerosidad romántica al puro y duro acoso tantas veces denunciado son, todos, tópicos cuyo descrédito precisa ser ratificado. Quizá no tengamos claro qué es lo que hay que hacer y cómo hacerlo. Pero lo que sí parece urgente es la tarea de ir reconociendo aquellas respuestas que deben ser reprimidas o suprimidas, evitadas o sustraídas de los repertorios de antaño, los de la llamada masculinidad. Y es que hoy los límites y fronteras de lo femenino y lo masculino, de los roles y los géneros, sufren un obligado desmontaje, una necesaria redefinición. E incluso en algunos casos parecen encontrarse en franco tránsito de desaparición. Así pues, lector varón, anótese, comuníquese y actualícese. 

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