(Foto: Rolly Reyna / El Comercio)
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Arturo León

Caminas Jirón de la Unión con dirección a Palacio de Gobierno y la vas a encontrar. Inicia justo antes de cruzar la Plaza de Armas, a la mano derecha. Es el jirón Huallaga. El portal es la entrada de una de las vías más antiguas de la capital y ocurre lo menos limeño que uno imagina: huele a pizza. El restaurante que la ofrece ocupa la esquina (sin letrero, ni nombre que lo identifique) y te dará la bienvenida. “Las primeras calles son las vecinas de la Plaza de Armas. Fueron las primeras que se repartieron. Cuando Pizarro funda la ciudad (1535) y Diego de Agüero hace el trazo de las manzanas, las primeras son las que están alrededor de la Plaza Mayor de Lima”, explica el historiador Juan Luis Orrego.

(Foto: Rolly Reyna / El Comercio)
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Así inicia la primera cuadra de la calle que fundó, junto con los jirones Junín, Carabaya y De la Unión, Francisco Pizarro en el siglo 16. En ese entonces se llamaba Portal de Botoneros -cada cuadra tenía un nombre distinto- por los vendedores de telas, sombreros, sedas y, claro, botones.

Hoy puedes pagar una noche en el Hotel Presidente, comprar un pollo a la brasa y joyas de todo tipo. También hay una tienda de ropa y una galería comercial. Dividida en dos por el Pasaje Olaya (lugar perfecto para almorzar rico y barato), una de las cuadras más antiguas de la capital luce impecable por fuera. Los dos edificios construidos en el siglo XX están en perfecto estado y embellecen la plaza.

(Foto: Rolly Reyna / El Comercio)
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Huallaga se extiende en dirección a la Catedral de Lima. En total son nueve las cuadras que componen la calle. Cruza Abancay, el Mercado Central y llega hasta unos metros más allá de la Plaza Italia. "Tiene sentido que en ese entonces se haya priorizado expandir Lima por ese sector porque en Barrios Altos estaban los oráculos o adoratorios", analiza Orrego.

Continuamos con nuestro recorrido. La parte lateral de la Catedral mira de frente los más de seis negocios de zapatos, así como la sanguchería “El Chinito”, y un par de locales en alquiler. Mira también a su 'prima': la Catedral del Calzado. La segunda cuadra de Huallaga está hecha para llenar las zapateras y los closets de los limeños.

Helado frito. Eso es lo que ofrece el primer venezolano que encontramos en Huallaga. Está sentado justo al frente del Centro Cultural Nacional de Bellas Artes, un hermoso edificio que da inicio a la cuadra cuatro. Hay más movimiento, tráfico peatonal y vehicular.  Más bulla, más ruidos. Un policía de tránsito.

(Foto: Rolly Reyna / El Comercio)
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Me salté la tres porque es menos emocionante: una amplia sede del congreso, la galería que da acceso al palacio de las quinceañeras y otras tantas tiendas de zapatos.

100 metros más adelante, en cambio, está La Casona de la Virreina. Un mini centro comercial construido y amoldado a la antigüedad de la edificación y que tiene un elemento impactante: una escalera eléctrica. Para un lugar que solo tiene dos pisos resulta extraño.

(Foto: Rolly Reyna / El Comercio)
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Aunque más curioso y hasta divertido es que no hay otra que te regrese a tierra firme. Si subes tienes que seguir las señales de "salida" que están encima de dos puertas que llevan a pasadizos donde hay más negocios. De ahí en adelante los letreros no están muy bien ubicados y es posible que te pierdas unos segundos. Luego de subir, bajar y dar un par de vueltas, salimos a Abancay. Antes de seguir vale decir que la cuatro parece la cuadra más larga de Huallaga. Conté hasta 27 negocios, entre tiendas de zapatos, ropa, tortas, joyerías, etc. Debe ser por lo que cerca que está a una de las principales avenidas de la capital.

EL MERCADO, EL HOSPITAL Y MÁS ALLÁ
Huele a todo: sandía, piña, papa, huevo, ceviche. Hay ambulantes, estibadores y basura. También serenazgos. Carteles con la palabra "playa" se multiplican. Es señal de que nos acercamos al mercado central. Otro de los motivos por lo que esta calle creció rápidamente siglos atrás. Metros antes de llegar al corazón del bazar, vemos una iglesia a la mano derecha. Es el Monasterio de la Concepción. Nada menos que el segundo que se fundó en la capital. Su fachada no se luce del todo bien por la maraña de maderas y andamios que la cubren. Eso y el sonido de las mototaxis hacen que pase desapercibida y esté rodeada de cualquier cosa menos fieles. Más adelante, ya en el mercado central y después de pasar varias joyerías, un salón de juegos (o casino) irrumpe en la mitad de la cuadra. Debe ser el único lugar -al menos de día- donde los comerciantes de la zona aprovechan para distraerse. Aparte de ese local, cada espacio, hasta el más pequeño, es aprovechado para colocar mercancía. Ya por aquí encuentras de todo: ropa, zapatos, juguetes, pirotecnia, puestos de comida, etc.

(Foto: Rolly Reyna / El Comercio)
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En la séptima cuadra, antes de cruzar Paruro, todo se pone un poco más caótico. Los autos que van hacia la calle Capón generan el tráfico que odiamos. Hay niños más que en cualquiera otra de las calles que hemos recorrido. En este punto Huallaga se personaliza: es el paraíso de las fiestas. Cotillón, disfraces, juguetes, etc. Todo lo que necesites para tu show infantil, matrimonio o cumpleaños lo puedes encontrar ahí.

El Hospital Real de San Andrés ya no funciona, está cerrado, pero tiene muchísima historia. Es uno de los primeros que fundaron los españoles y ahí estarían o estuvieron enterradas las momias de tres incas del Tahuantinsuyo: Pachacútec, Túpac Yupanqui y Huayna Cápac.

(Foto: Rolly Reyna / El Comercio)
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Parece que en esta cuadra, la ocho, termina Huallaga. Al lado del ex nosocomio está la comisaría de San Andrés y el Colegio Héroes del Cenepa. A la izquierda, al finalizar la calle, se ubica la Plaza Italia. Y exactamente al frente está la Iglesia Santa Ana, pintada de un rojo oscuro pero potente que resalta desde lejos. Y se ve espectacular. Pero ahí no acaba Huallaga. Ya estamos en Barrios Altos. Las combis aparecen de nuevo en escena por el jirón Huanta. Las mototaxis tienen un paradero informal y hay venezolanos que venden de todo.

Para llegar a la novena y última calle de Huallaga hay que zigzaguear. Además de un par de bodegas y puertas abiertas donde venden menú, no hay más negocios. Es una zona residencial con un local para alcohólicos anónimos en el centro. Y todo está pintado con el mismo color amarillo mostaza con el que inicia Huallaga. Lo malo es el cableado de luz: desordenado, enredado y a punto de caer a la vereda.

(Foto: Rolly Reyna / El Comercio)
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