"El baúl de la felicidad", por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
"El baúl de la felicidad", por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
Renato Cisneros

La felicidad no da sintonía, no jala audiencia, no vende. El drama es mil veces más rentable: no nos gusta vivirlo, pero sí verlo impregnándose en las vidas ajenas, de ahí que las noticias que más se consumen sean aquellas donde predominan las familias disfuncionales, los conflictos de pareja, las discusiones vecinales y la violencia en sus formas más primitivas. 

Sin embargo, la semana pasada entrevisté en el cable a Jorge Yamamoto, investigador social de la Universidad Católica que lleva una década dedicado a estudiar el tema de la felicidad en la región y el país. Junto con un equipo de muchachos entusiastas, Jorge se ha paseado por todo el Perú para detectar qué hace que la gente se sienta realizada o frustrada: cuáles son sus anhelos, cuáles sus conquistas, cuál su reacción frente al éxito o el fracaso ajenos.

Pasé cerca de 20 minutos escuchando sus interesantísimas críticas al creciente individualismo del peruano, al materialismo que nos obsesiona y que se traduce en el deseo indisimulable de tener cada vez más y más dinero, a esa antigua debilidad por serrucharle el piso al de al lado para que no compita con nosotros, a la dependencia nacional del cuestionable sueño americano, al espíritu de argolla urbana que nos define. Es decir, dijo todo aquello que no nos gusta escuchar, porque, claro, es más simpático prestar oídos a los gurús optimistas que aseguran que seguimos viviendo en un país que no deja de crecer, que somos una potencia gastronómica, una joya turística cuya estabilidad financiera es modélica, pero evitamos darle tribuna a gente que, como Yamamoto, tiene plenamente identificados los vicios que son la causa de nuestra infelicidad, que no nos dejan ser mejores individuos: el deseo de acumulación, el estrés, la envidia. 

 Al día siguiente de la entrevista me di con la sorpresa de que el programa había sido visto por un importante número de espectadores. No solo eso, colegas de medios de señal abierta se comunicaron conmigo para ver cómo contactar a Yamamoto. Me alegró su interés y pensé de inmediato en la buena noticia detrás de todo eso: hay gente que está harta de los políticos, harta de esos temas que los periodistas muchas veces calificamos de ‘trascendentales’ o ‘relevantes’ sin que lo sean, harta de escuchar cada noche opiniones rimbombantes de personajes repetidos como Becerril, Lescano o García Belaunde (nada personal, congresistas). Hay gente que simplemente no quiere contaminarse más con el rollo de la vacancia presidencial, de si viene o no Maduro, de si allanaron un nuevo inmueble, de si hay nuevas deserciones en las bancadas, de si hay más pruebas de los sobornos de Odebrecht. No son temas menores, ojo, pero agotan, deprimen, y me da la sensación de que muchos peruanos estamos cansados de que la mayoría de medios nos impongan una agenda plagada de noticias sanguinolentas que tienen en corruptos, violadores y sicarios a sus protagonistas intercambiables, y por lo mismo reclamamos saber más de otros personajes –estudiosos, artistas, deportistas, científicos– que son líderes en su ámbito, que tienen una historia que contar o al menos una idea fresca que compartir.  

No vamos a ser más felices por hablar de la felicidad, pero al menos tendremos, siquiera por unos minutos, la certeza de que lo importante, lo que de veras impacta en nuestro carácter y nuestras relaciones humanas, está muy lejos de los grandes titulares. 

Esta columna fue publicada el 17 de marzo del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

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