Lula se entregó a la justicia, pero no asumió ninguna responsabilidad frente a las acusaciones de corrupción pasiva y lavado de activos. (Foto: AP)
Lula se entregó a la justicia, pero no asumió ninguna responsabilidad frente a las acusaciones de corrupción pasiva y lavado de activos. (Foto: AP)
Carlos Meléndez

La izquierda latinoamericana está convencida de que, para tener éxito en la política, es imprescindible escribir la historia. Si repasamos los elementos fundamentales de su narrativa, encontraremos un guion épico: una fuerza política que “de la mano del pueblo lucha contra dictadores y corruptos”. La intención es apelar a nuestro rincón más nostálgico, tocar nuestras fibras reivindicativas, aquellas que forjan empatías con los más débiles. Pero ¿qué sucede cuando traiciona esa promesa de democracia y honestidad?¿Qué pasa cuando la izquierda fracasa? 

El discurso de despedida de , antes de entregarse a la Policía Federal el sábado pasado, estuvo cargado de simbolismo. Su última noche en libertad se atrincheró en el Sindicato Metalúrgico de San Bernardino, lugar donde fuera apresado por la dictadura en 1980. Afuera del recinto se reunió una multitud, a la cual se dirigió ensayando inmortalidad: “Soy una idea, una idea mezclada con las ideas de ustedes”. El público contestó: “Lula, guerrero del pueblo brasileño”. Para los seguidores del Partido de los Trabajadores (PT), todo ha sido parte de un plan “golpista” que comenzó con el impeachment contra Dilma y ha llevado a la reclusión de Lula, gran favorito para las elecciones presidenciales de octubre, en las que ya no podría participar. 

Lula se entregó a la justicia, pero no asumió ninguna responsabilidad frente a las acusaciones de corrupción pasiva y lavado de activos. No se convirtió en un simple preso más en la trama de , sino en una “víctima” de fiscales y jueces parcializados, y medios de comunicación que le maldicen. El “crimen” que aceptó fue “haber puesto pobres y negros en la universidad”, quienes ahora “van a tener que transformarse en Lula” para trascenderlo. Si acaso quedaban dudas, estamos ante el líder más importante del Brasil contemporáneo, tan detestado como amado. Así, pasar un tiempo en la cárcel lo elevará a la altura de mártir o semidios. Es que en el Olimpo de la izquierda latinoamericana no existe el progresista corrupto. 

Lee el análisis completo de Carlos Meléndez este sábado en la edición impresa de Somos

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