Embajador absoluto del Perú por sus goles en Alemania, la deuda de Claudio Pizarro con la selección se mantiene y polariza. (Fotoilustración: Verónica Calderón)
Embajador absoluto del Perú por sus goles en Alemania, la deuda de Claudio Pizarro con la selección se mantiene y polariza. (Fotoilustración: Verónica Calderón)
Miguel Villegas

Era un estudiante de la promoción XVI del Liceo Naval Almirante Guisse que, si hacía falta, se subía La 39, el viejo bus que pasaba por Aviación. Un flaco de rulos que compraba zapatillas en Polvos Rosados, en Higuereta. Un volante 6 con talla de basquetbolista que jugaba al fútbol dos puntos más que el promedio y que, por esa felicidad, debía dormir bien los sábados por la noche. Hubo un tiempo en que Claudio Pizarro no era Claudio Pizarro y, como nos ocurre a quienes lo gozamos, el anonimato era salud, paz; un beneficio. Podía salir a la calle sin que nadie le grite nada, le pida nada, le exija nada. 

Pero eso pasó a finales de los 90. Todo esto es el precio de ser el único futbolista peruano que ha puesto en duda el mito Cubillas. 

Pizarro también es ese futbolista, el de los inicios. El que casi se retira en 1997 para estudiar administración de empresas en IPAE. Y aunque ahora es fácil decir que es el goleador histórico de la Bundesliga (191), que pronto irá al Salón de la Fama de Bayern Múnich de Beckenbauer, o rebotar que Pep Guardiola lo admira, hay una historia detrás por elogiar que no sirve para calmar a sus odiadores. Que se escribe pero no se lee. Que no da clics. 

¿Por qué sus declaraciones sobre sus ganas de ir al Mundial dividen tanto a la afición? ¿Cuáles son las razones –que no se dicen- sobre el tema? ¿Fue un capitán representativo?

Somos se hizo estas preguntas e intentó respuestas sobre el tema de la semana: Claudio Pizarro y la selección. Mañana en la edición impresa de la revista. 

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