“EL ÁGUILA HA ATERRIZADO”. ‘Buzz’ Aldrin es fotografiado por Neil Armstrong el 20 de julio de 1969, luego de que ambos empezaran a caminar por suelo lunar sin contratiempos.
“EL ÁGUILA HA ATERRIZADO”. ‘Buzz’ Aldrin es fotografiado por Neil Armstrong el 20 de julio de 1969, luego de que ambos empezaran a caminar por suelo lunar sin contratiempos.

Los editores de la revista Life se rompían la cabeza. ¿A quién deberían enviar a Houston y a Cabo Cañaveral, en julio de 1969, a cubrir la preparación y la ejecución de uno de los eventos más importantes de la historia? El Apolo 11 tendría como destino la Luna y la consigna era que dos de sus tres tripulantes caminaran sobre ella. Finalmente, convinieron que debía ser uno de los escritores estadounidenses más relevantes de la época, quien, además, en un detalle no menor, había estudiado Ingeniería Aeroespacial en Harvard. Se trataba de Norman Mailer.

Las crónicas de este innovador del periodismo literario se publicaron en tres números del magazine y el trabajo devino luego en Un fuego en la luna, un libro que es hoy muy difícil de conseguir. En este destacan muchos extractos escritos de lo que le salió de las entrañas aquella histórica jornada del 20 de julio, cuando los astronautas Neil Armstrong, Edwin ‘Buzz’ Aldrin y Michael Collins le entregaran sus nombres a la inmortalidad. Uno de ellos es: “Todo el mundo se ha preparado para presenciar el gran final de la semana más grande desde el nacimiento de Jesucristo...”. Pero otro, el siguiente, describe con precisión la gigantesca empresa que significó ponerlos allá arriba: “Hay que contener el aliento cuando se mira a la Luna. A 384.000 kilómetros de distancia, después de 10 años de preparativos, mil experimentos y un millón de piezas, 25.000 millones de dólares y un mare magum de maquinaria, ellos se preparaban para entrar por el embudo de un acontecimiento cuya importancia podría llegar a igualar a la de la muerte [...]”.

Mucho después, en el 2005, el periodista Ben Bradley, del programa 60 Minutes, le preguntaría a Armstrong, en una de las pocas entrevistas que el último concedió en vida (murió en el 2012), por qué había elegido decir la legendaria frase: “Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad” al posar por primera vez su pie izquierdo en el suelo lunar. “Me fue muy lógico. Para mí fue, literalmente, bajar un pequeño escalón de la escalera del módulo. Pero detrás estaban 400 mil personas (involucradas en las misiones Apolo de la NASA), las que habían estado trabajando por años para que ello se concretase. Y detrás, muchas más”.

Mailer y Armstrong lo resumen bien. En el Apolo 11 no solo iban tres. Viajaban, además, cientos de miles de obreros de la ciencia. Y, claro, la humanidad entera, que veía por televisión, en vivo y en directo, cómo se conquistaba uno de los más grandes anhelos desde que el primer hombre levantara la cabeza para mirar al cielo.

YO SÍ TE PIDO LA LUNA
Por cierto, nadie en la Tierra se sorprendió más que Armstrong al saber por su interlocutor en el centro de operaciones de Houston, que todo el planeta los seguía desde sus televisores. Así lo confesaría él mismo luego, según el libro Marketing the Moon: the Selling of the Apollo Lunar Program, de David Meerman y Richard Jurek. Y sí, bueno, al menos 600 millones lo hicieron, aunque no entendieran del todo qué era lo que estaba pasando.

En su momento, por ejemplo, nadie supo que el piloto automático de la nave los quería hacer alunizar en un cráter del tamaño de un campo de fútbol americano repleto de rocas tan grandes como autos. “Ese no era el lugar que yo habría elegido”, contaría después el comandante, que en ese entonces solo tenía 38 años. Con una pericia y unos nervios fuera de este mundo, él tomaría el control y los haría descender en la Zona Tranquilidad. Una vez allí, otra máxima inolvidable: “Houston, el águila ha aterrizado”.

Aldrin acompañaría a Armstrong en la caminata lunar, mientras que Collins –quien narraría que la comida arriba era horrible y que era él quien contaba los mejores chistes en el espacio– se encargaría de orbitar la luna solo. Lo hizo 14 veces. Abajo, una cámara puesta en un trípode filmaría a ambos dejando las huellas de sus pasos, fijando la bandera de los Estados Unidos, revelando una placa conmemorativa, haciendo pequeños experimentos y hasta recibiendo una llamada del presidente Nixon desde la Oficina Oval.

Cuenta Mailer que una de las primeras tareas del comandante era recoger una roca y metérsela al bolsillo. A esta se le llamaba “muestra de emergencia”. Así, si ocurría un imprevisto –desperfectos con sus trajes, la aparición de extraterrestres, lo que fuera– y tuvieran que volver cuanto antes al módulo, al menos tendrían aquella piedra. El caso es que Armstrong se había olvidado de hacerlo.

—Neil, aquí Houston, ¿te precaviste con la muestra de emergencia?
—Ok... voy a hacerlo cuando termine esta serie de fotografías...

Minutos después.

—Bueno —le recalca ahora Aldrin—, ¿vas a recoger la muestra ahora, Neil?
—De acuerdo... —corta Armstrong.

“Su irritación fue tan evidente que todos en Cabo Cañaveral rompieron a reír”, relata el escritor.

Otra historia que ronda desde hace 50 años es que Armstrong dejó en la Luna un recuerdo de su hija Karen, quien murió a los dos años de cáncer, en 1962. Solo poco tiempo después él sería convocado como astronauta tras una exitosa carrera como piloto. Aquel fue un trágico evento del que nunca se recuperó del todo. Una escena del filme El primer hombre (2018), basada en su única biografía autorizada, apuesta que sí lo hizo. Consultado el hecho a sus otros dos hijos, Mark y Rick, ambos dijeron a la TV el año pasado: “Ellos tenían permitido llevar objetos personales... Si dejó algo para ella fue algo muy privado de lo que nunca habló. Nosotros creemos que es muy posible que lo haya hecho”.

AUNQUE USTED NO LO CREA
El antes y el después de la travesía no estuvo exento de relatos increíbles. Para empezar, ninguna compañía aseguradora quería proteger al trío en caso de que algo fuera mal con la misión. Preocupados por el futuro de sus familiares, los astronautas dejaron firmados sobres conmemorativos de la Misión Apollo 11 para que sus esposas pudieran venderlas a coleccionistas. El gobierno de Nixon, por su parte, tenía listo un discurso que el presidente debía leer de inmediato si se producía un desenlace fatal. Este lamentaba la muerte de los pilotos.

Sorprendente, a su vez, fue lo que sucedió tras su regreso a la Tierra. Aldrin tuiteó en el 2015 el formulario de aduanas que los tres tuvieron que llenar en el aeropuerto de Honolulú antes de ir a casa (ellos habían retornado a nuestra atmósfera en el mar, cerca de Hawái). En él puede leerse: “Rocas y polvo lunar”.

Para varios, sin embargo, han sido las hipótesis que señalan que todo el hecho fue una farsa simulada por Estados Unidos para ganar la carrera espacial en contra de la entonces Unión Soviética, las narraciones más insólitas de todas. “A nuestro padre le escribían miles de cartas. La mayoría de congratulación, pero otras sentenciándolo como mentiroso. Él creía que todos eran libres de pensar lo que quisieran, pero que existían 30 entidades oficiales de diversos países, incluida la ex URSS, que avalaban lo sucedido”, ha contado Mark Armstrong. Con otros métodos, el mismo ‘Buzz’ Aldrin –homenajeado por Disney al bautizar así a uno de los protagonistas de las películas de Toy Story– se encargó de desmentir teorías conspiracionistas en el 2002. Ya con más de 70 años, el autor, muy asiduo hoy a las redes sociales –al igual que Collins; puede seguir a ambos en Instagram–, le propinó tremendo puñetazo a un hombre en Los Ángeles que lo acusaba de timador. Otra hazaña por miles celebrada. //

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