"Espejo dominical", por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
"Espejo dominical", por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
Renato Cisneros

Mi padre nació en Buenos Aires. Mi madre, en Cajamarca. Tengo antepasados que nacieron en ciudades tan disímiles como Lima, París, Montevideo, Huánuco, Pasco y Trujillo. De un lado soy Cisneros, del otro Sánchez. He crecido escuchando tangos, valses, huainos; comiendo milanesas, chupes verdes, sopas shambar; jugando en quintas privadas y unidades vecinales; visitando Paracas, Miami, también la Colpa, Otuzco, Porcón.

Considerando esos orígenes y rutinas deduzco que tengo de costeño y serrano a partes iguales, es decir, soy ‘mestizo’, la opción 7 en la controvertida pregunta 25 del formulario censal que no rellenaré mañana por encontrarme, al igual que miles, viviendo fuera del Perú.

Hace poco, aquí en España, un amigo peruano, el ‘Gringo’, debió rellenar unos papeles con datos personales para poner en marcha un trámite. En un acápite le pedían especificar su ‘grupo étnico’. Pasamos largos minutos deliberando si debía colocar ‘blanco’, ‘caucásico’ o ‘indoeuropeo’, que eran las opciones que más se ajustaban a su fenotipo. Al final, dudando, guiándose por su aspecto físico más que por sus raíces cusqueñas y huancaínas, casi con culpa, escribió ‘blanco’. 

Es curioso cómo la extranjería, en tanto obliga a desmontar costumbres arraigadas, no difumina sino refuerza el debate interno respecto de la identidad, asunto siempre delicado en un país como el nuestro, donde el color de la piel, de los ojos, del cabello, además del apellido, la procedencia, el distrito de residencia, el local de estudios, las costumbres innatas, los gustos adquiridos, las amistades o el acento –para no hablar ya del dinero ni la ideología– siguen siendo algunos de los prejuiciosos indicadores con que definimos el lugar que cada quien ocupa en la sociedad (en el supuesto optimista de que todos tengamos uno).

He leído que especialistas de distintas disciplinas desconfían o sospechan de la forma en que está planteada la pregunta 25 del censo. Su enunciado, dicen, es impreciso, trae confusión. Incluso vaticinan que no medirá fielmente la realidad, pues los ciudadanos de una etnia, ya sea por vergüenza o desinformación, podrían presentarse como miembros de otra.

Sin embargo, lo relevante de esta consulta nacional no está en la estadística final, sino en la reflexión que el entrevistado tendrá necesariamente que hacer antes de responder la pregunta. En el peor de los casos será una reflexión superficial, automática. En el mejor, gatillará la curiosidad por los ancestros, es decir, por la propia historia. Esta es la primera vez que el Estado peruano le pregunta a sus ciudadanos cómo se sienten, cómo se consideran, dándoles la prerrogativa de nombrar su colectivo social. Quizá habrá un gran margen de error, pero en esta ocasión el empadronado será juez de sí mismo, y solo ese cambio de rol ya implica un avance.

El Ministerio de Cultura ha pedido en estos días no hablar de ‘raza’, sino de ‘identificación cultural’, que veamos el censo como una oportunidad de reconocernos y no como un padrón definitivo. Eufemismos aparte, no puedo dejar de asociar esa petición con el ambicioso estudio que viene desarrollando el Instituto Nacional de Salud (INS), el Genoma Humano Peruano, proyecto que explora la diversidad genética de pobladores nativos y mestizos de 17 comunidades con una doble intención: prevenir enfermedades y construir algo así como el árbol genealógico del Perú. En palabras de Roberto Frisancho, profesor de Antropología de la Universidad de Michigan, “esto permitirá saber de dónde hemos venido”. Los resultados preliminares indican que cerca del 70% de la población mestiza es nativa. Como dice el doctor Heinner Guio, especialista en medicina molecular, “más que de inga y de mandinga tenemos de quechua y machiguenga”.

Vistos en conjunto, el censo y el proyecto del Genoma son mucho más que instrumentos de medición social. Los anima el mismo propósito fundamental: la necesidad de pararnos delante de un espejo, de recopilar un pasado privado y común, y de llegar al famoso bicentenario de nuestra independencia sabiendo lo que significa habitar este lugar hermoso y desconcertante. 

Esta columna fue publicada el 21 de octubre del 2017 en la revista Somos.

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