Treinta y ocho días en cuidados intensivos y 12 operaciones resistió la joven originaria de Jaén (Cajamarca) Eyvi Ágreda, tras el ataque de Carlos Hualpa, quien la roció con combustible y le prendió fuego. Ágreda falleció el 1 de junio de 2018, por la gravedad de sus heridas.
Treinta y ocho días en cuidados intensivos y 12 operaciones resistió la joven originaria de Jaén (Cajamarca) Eyvi Ágreda, tras el ataque de Carlos Hualpa, quien la roció con combustible y le prendió fuego. Ágreda falleció el 1 de junio de 2018, por la gravedad de sus heridas.
Nora Sugobono

| Ha pasado un año desde la muerte de , un crimen de odio que estremeció a todos y marcó un punto de quiebre. En ese mismo periodo ha habido 170 en el Perú. ¿Por qué el machismo se sigue cobrando tantas vidas? El mensaje continúa siendo: te odio porque eres mujer y te asesino si me rechazas.

A los 22 años se pueden hacer muchas cosas. Se termina una carrera; se emprende un viaje; se busca la independencia; se apuesta por un negocio; se vive un amor bonito; se sale con las amigas; se consigue un trabajo. Eyvi Ágreda no hará ninguna de esas cosas. Pudo, pero alguien no quiso.

Ser mujer en el Perú es tener las estadísticas en contra. Primero por el hecho de ser mujer y segundo porque este es el Perú (o tal vez es al revés). Tan solo en el último año –de mayo a mayo– se asesinó a una mujer cada dos días y medio. Si no se le asesinó, se le quiso asesinar. Si no la violaron, golpearon o acosaron, casi seguro que la quisieron violar, golpear y asustar. Podrían haberle tocado los muslos en un avión; podría haber visto cómo el hombre que la ahorcó salió libre de cargos; y podría haber terminado en un cilindro cubierta en cemento. O, como le ocurrió el 24 de abril de 2018 a una joven de nombre Eyvi, podría haber tomado un bus para regresar a su casa y nunca llegar a su destino. Curiosa esa última palabra.

En el micro de la Línea 8 (ruta San Juan de Lurigancho - Chorrillos) donde iba Ágreda aquella noche, un pasajero encapuchado se subió justo a la altura de la avenida 28 de Julio, en Miraflores. Era Carlos Hualpa, un feminicida. Eyvi lo conocía muy poco –habían coincidido brevemente en un centro laboral, en 2014– pero él la acosaba y perseguía, cada vez con más intensidad. En algún momento, Hualpa buscó tener una relación sentimental; Eyvi se negó. Aquel viernes de abril el agresor sabía en qué bus estaría ella. Se subió y la roció con la gasolina que había metido en una botella de yogur; a continuación, le prendió fuego y huyó por la puerta trasera. Un video grabado por un transeúnte muestra a la joven cajamarquina –de pie, en shock, fuera del vehículo– siendo socorrida con un extintor. El polvo químico solo empeoró las heridas.

Las quemaduras ocasionadas por Hualpa abarcaron más del 60% del cuerpo de Ágreda y comprometieron su rostro, cuello, tórax, abdomen, brazos y órganos internos. A Eyvi la operaron 12 veces, principalmente para remover el tejido necrótico y colocar injertos de piel (primero de cerdo y luego de ella misma) en las zonas afectadas. El dolor producido por las quemaduras era tan severo que tuvo que ser inducida al sueño durante algunas semanas. Por dentro Eyvi soñaba; en el mundo exterior lo que vivía era una pesadilla. Hacia mediados de mayo, Ágreda recuperó el conocimiento; incluso habló. Su evolución parecía favorable. Pero el daño era demasiado profundo. Murió a causa de una infección generada por la gravedad de sus heridas, tras una agonía inimaginable, el 1 de junio del año pasado. Tenía 22 años.

Otra infección también se llevó a Eyvi Ágreda. Se llama machismo y se sigue extendiendo por el Perú como una epidemia.

-LAS QUE QUEDAN-
Lorena Álvarez y Arlette Contreras tuvieron suerte: viven. Suerte también es una palabra curiosa. La periodista limeña y la abogada ayacuchana fueron ahorcadas por sus ex parejas, Juan Mendoza y Adriano Pozo, respectivamente; ambas conviven hoy con el estrés postraumático generado por aquellas experiencias, pero han alzado su voz para defender a las víctimas. Sus agresores, sin embargo, están libres. La justicia está tardando para dos de los rostros más visibles de la causa.

En el camino ha habido algunos avances. Desde setiembre de 2018 –tres meses después de la muerte de Eyvi Ágreda– existe el Decreto Legislativo N° 1410, que incorpora como delitos al acoso, acoso sexual y chantaje sexual, entre otros. La normativa busca salvaguardar a cada vez más mujeres, pero la práctica indica otra realidad.

“Si bien es cierto que después de la muerte de Eyvi se ha regulado el acoso y se habla más del tema, los acosadores continúan actuando como tales y no hay mecanismos reales que lo impidan”, sostiene Arlette Contreras. “Veamos nada más el caso de Melissa Peschiera, quien viene siendo acosada por el mismo sujeto durante años, a quien ya ha denunciado. ¿Cómo será para otras mujeres que no tienen llegada en medios? Aquí también hay responsabilidades no asumidas de parte de las autoridades. ¿Qué hacen después de recibir una denuncia? ¿Qué esperan? ¿Más feminicidios?”, dice la abogada y activista.

La crueldad de los crímenes ocurridos este año ha cruzado el umbral de lo macabro. Nuestra capacidad de reacción, de indignación, dice mucho de lo que somos como sociedad. “Cada caso de violencia me lastima. Nos pasa a muchas de las personas que hemos sobrevivido a algún ataque de este tipo”, continúa Contreras. “Lo que quisiera es que la gente no sea indiferente con nosotras. No hay nada más cruel que un ser humano sin empatía”.

Para la periodista Lorena Álvarez, fue el caso de Eyvi Ágreda el que evidenció –como ningún otro antes– la necesidad de que el acoso sea considerado por fin un delito en el Perú. “Si algo nos queda de reflexión, es que su muerte permitió que en cierta medida hoy pueda haber mayor protección para las mujeres”, indica. “Pero es pronto para saber qué tan eficiente es esta ley. Aún no está perfeccionada, ni hemos visto personas condenadas o procesadas. Lo que ocurra en el sistema judicial después es otro tema, es la impunidad absoluta; pero al menos en las comisarías ya te toman la denuncia”, explica.

A Lorena Álvarez le llegaron a decir ‘que no haga mucho ruido’ al hablar de su caso. Que no le convenía. El silencio nunca fue una opción para ella y no debe serlo para ninguna mujer en el Perú. En ese sentido, escuchar a las víctimas es clave. “Hemos empezado a sentir que no estamos solas; que no somos una minoría, sino una mayoría”, añade. “Por eso persisto en la necesidad de denunciar a los agresores con nombre y apellido por los canales formales”, sostiene la periodista. “No solo para garantizar el debido proceso, sino también para evitar que las víctimas se sientan doblemente maltratadas”. Protegernos entre nosotras, hoy más que nunca, es crucial.

-SEGURO DE VIDA-
“He podido rozar, pero nunca he faltado el respeto a nadie”. Con esas palabras, el legislador Moisés Mamani pretendía defenderse de la denuncia por tocamientos indebidos llevada a cabo por una aeromoza, en noviembre del año pasado. Poco después –a propósito de aquel episodio–, otra legisladora volvió a poner el tema sobre el tapete. Esta vez la víctima era ella. Paloma Noceda denunció en diciembre de 2018 que el también congresista Luis López Vilela le realizó “un masaje asqueroso en el cuello” sin su consentimiento, lo cual le generó “repulsión, asco y vómitos”, declaró entonces. Tras ser evaluada por la Comisión de Ética del Congreso, su denuncia derivó en una suspensión de 120 días a López Vilela como sanción.

“Hay casos que pueden ser difíciles de demostrar, porque al realizar una denuncia necesitas pruebas”, explica Noceda, “y una mujer no camina con una cámara en la mano para grabarlas”, sostiene. “Felizmente, el sistema actual de justicia considera como prueba el testimonio de la víctima y la pericia psicológica. Pero es lamentable que en algunas comisarías aún falte capacitar al personal que atiende estos casos, lo cual demuestra la falta de empatía con la posible víctima”, añade la congresista. Lo importante, enfatiza Noceda, es que ahora las mujeres saben que deben denunciar no solamente porque sus vidas podrían estar en riesgo, sino también las de las personas de su entorno.

“Uno de los errores más grandes de una mujer maltratada es aguantar por sus hijos”, acota Nancy Tolentino, directora del Programa Nacional Contra la Violencia Familiar y Sexual del MIMP, implementado en el 2001. En 18 años han visto lo inimaginable: desde violaciones a ancianas de 80 años en la sierra, hasta asesinatos a la luz del día, delante de vecinos, familia y, por supuesto, niños. “El hombre busca controlarlo todo de una mujer: qué se pone, cuánto pesa. Por eso vivimos en constante alerta de que nadie nos toque, vulnere nuestros cuerpos. Pasa en la calle, en un parque, en los medios de transporte. Tiene que cambiar la sociedad pero, sobre todo, los que tienen que cambiar son ellos”, afirma. Si los hombres son el problema, o parte de él, también son la solución. La educación es la respuesta a una interrogante que cada vez nos planteamos más peruanos y peruanas: ¿cómo se puede evitar que muera una mujer más en nuestro país? //

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