La red creada por Mark Zuckerberg sufre su mayor crisis desde que fue creada. Aún está por verse qué sucede con el número de usuarios de Facebook. (Ilustración: Verónica Calderón)
La red creada por Mark Zuckerberg sufre su mayor crisis desde que fue creada. Aún está por verse qué sucede con el número de usuarios de Facebook. (Ilustración: Verónica Calderón)
Ana Núñez

En las últimas horas, todos los usuarios de Facebook hemos sido bombardeados con un mismo mensaje. No se trata de la invitación de una aplicación a ver cómo sería tu rostro si fueras del sexo opuesto, qué película resume la historia de tu vida o cuál de tus amigos está secretamente enamorado de ti. Se trata de un mensaje del equipo de Mark Zuckerberg en el que te invita a revisar la información que has entregado y, principalmente, con quién la compartes. En resumen, Facebook intenta hacer control de daños ante la crisis de desconfianza que sufre debido a la filtración de datos de más de 50 millones de usuarios. Pero el daño ya está hecho.

Más allá de las nuevas políticas de privacidad de Facebook y la reacción inicial a la denuncia contra la red social más importante del mundo, que incluyó campañas en Twitter para cerrar las cuentas, toca preguntarse también hasta qué punto los propios usuarios y la manera en que interactuamos con estas plataformas hicieron posible la existencia de esa data íntima que finalmente fue filtrada por terceros.

Desde setiembre del año pasado, Diego Luna protagoniza en México una pieza de teatro llamada Privacidad, que cuenta con una aparición virtual de Edward Snowden, ex empleado de la CIA que en 2013 hizo públicos documentos clasificados sobre programas de vigilancia masiva. Como se puede prever por su nombre, la obra reflexiona sobre esa cuerda floja en la que se balancea nuestra privacidad cada vez que usamos las nuevas tecnologías y evidencia cómo estas pueden servir para monitorear toda la actividad humana. 

Para empezar, todos los asistentes deben conectarse a la red wifi del teatro, lo cual facilita la interacción de los actores con el público. La gran sorpresa ocurrirá cuando algunos de los espectadores sean invitados al escenario a formar parte de la dinámica y, de pronto, vean proyectadas sus propias imágenes en las paredes: sí, uno de ellos con su perrito, otra en bikini en una playa y así... Ni en Black Mirror

No hay ninguna agencia de espionaje o algo parecido detrás de la obra protagonizada por Diego Luna. Toda la información y las fotos del público que se va incluyendo durante la puesta en escena pertenece a las redes de los espectadores. El trabajo de la producción es demostrar que no es difícil acceder a esa data, a tal punto que cruzan fotos tomadas en un mismo lugar por dos personas del público para ‘acusarlos’ de ser cómplices de algún supuesto atentado. Si no lo sabía, Google tiene un registro de todos nuestros movimientos y, por tanto, de la ubicación y fecha exacta en la que tomamos una foto. Y eso es porque nosotros mismos aceptamos en algún momento esa posibilidad.

En este momento viene al caso hacer una pregunta: ¿cuántas personas leen todas esas letras pequeñitas que aparecen cuando, a la hora de instalar una aplicación en nuestros teléfonos o celulares, marcamos la casilla “he leído y acepto los términos de la política de privacidad”?

¿QUÉ ES LA PRIVACIDAD?

“La privacidad está experimentando transformaciones en el entendimiento del concepto. En los últimos años, la aparición de espacios públicos digitales está haciendo que muchas personas tengan una dimensión pública de esos espacios privados, aunque suene contradictorio. O sea, están interactuando en redes, en medios digitales, en espacios de socialización como Facebook, donde mucha de su privacidad se expone de una forma deliberada con la intención de generar un automanejo de su propia imagen y su propia reputación”, dice Raúl Castro, antropólogo y director de la carrera de Comunicación y Publicidad de la Universidad Científica del Sur.

Antes de la revolución de Internet, afirma Castro, la imagen pública dependía de los medios de comunicación clásicos. Al aparecer sitios virtuales, de pronto ese poder se trasladó a cada individuo. 

“En términos de ciencias sociales y ciencias humanas, se conocen como los procesos de construcción de ixtimidad. O sea, la exposición pública de la intimidad. Este concepto ha partido de la psicología social y se está usando ahora entre los antropólogos y científicos sociales, que entienden que hoy existe una dimensión pública de la intimidad”, explica el antropólogo.

Al sentirnos empoderados para construir nuestra imagen pública, subimos a las redes todo lo que consideramos una ‘huella digital’ que pueda revelar cómo estamos desarrollándonos o cómo estamos haciendo las cosas. El problema con esto, para Castro, es que hay una tendencia fuerte de las personas a exhibir y mostrar cosas íntimas: la ecografía del bebé que está en camino, la cicatriz de la operación que te acaban de hacer, etc.

“La tecnología en sí no es mala, el problema es cómo se utiliza, porque de eso dependerá que este uso sea muy positivo o, por el contrario, tenga consecuencias negativas”, dice por su parte Óscar Montezuma, abogado y asesor en telecomunicaciones, tecnología y propiedad intelectual. 

El abogado explica que en nuestro país existe una regulación desde hace no mucho tiempo (entró en vigencia en 2013) y que se hizo tomando como referencia la norma europea que existía en su momento sobre cómo proteger la información personal.

SOBRERREGULACIÓN

“Lo que me preocupa, más bien, es que ante las malas prácticas que se están dando se pueda ir hacia una sobrerregulación de las plataformas digitales. Internet se ha convertido en un espacio que democratiza mucho la libertad de expresión y también, por ejemplo, los esfuerzos de emprendimiento: estas y todas las otras cosas buenas que Internet permite podrían comenzar a trabarse”, comenta. 

Por ello insiste en que, en vez de solo satanizar las plataformas digitales, que definitivamente tienen que mejorar sus procesos de seguridad para evitar que la información sea expuesta a terceros, se fomente un mejor y más consciente uso de las redes sociales. “Si nos vamos a vincular a una plataforma, tenemos que informarnos bien sobre cuál será el uso que se le dará a nuestra información. Todas las leyes de datos personales te dicen que solo se puede procesar la información de una persona con su consentimiento. Entonces, si tú te estás logeando a una plataforma, tú estás accediendo a una serie de normas que regulan el uso de tu información. Si estás de acuerdo, genial”, concluye Montezuma. Al menos por el momento, esa parece ser la clave. Informarse y estar seguro antes de dar cada clic. ¿Ya mejoraste tu configuración de privacidad en Facebook?

Lee la nota completa mañana en la edición impresa de la revista Somos.

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