María José Osorio

Hace unas semanas, una noticia se hizo viral en redes sociales. Un artículo de Psychology Today sugería que la cantidad de “hombres solteros y solitarios” está creciendo.

El psicólogo que escribió el artículo, Greg Matos, cita un estudio reciente de Pew Research, que encontró que los hombres ahora son “más propensos que las mujeres a no tener pareja, lo que no era el caso hace 30 años”.

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Según Matos, esto se debe en gran medida a que “las oportunidades de citas para hombres heterosexuales están disminuyendo a medida que aumentan los estándares de relaciones saludables” y “se hace más pronunciada la brecha en las habilidades relacionales”.

Es decir: amigas, nos dimos cuenta.

Matos también reconoce que, debido a que los hombres representan alrededor del 62 por ciento de todos los usuarios de aplicaciones de citas, sus posibilidades de encontrar una pareja son menores para empezar.

Esencialmente, la oferta está superando a la demanda, ya que las mujeres se sienten cada vez más cómodas con permanecer solteras hasta que aparezca el hombre adecuado (léase: alguien con un mínimo de responsabilidad afectiva que sepa tomar fotos decentes en la playa y entienda cómo funciona una lavadora).

Aplausos protocolares. ¿Será que el fenómeno Ed Sheeran y Beyoncé va llegando a su fin? Hace unos años salieron estos dos artistas al escenario para cantar juntos; por un lado, ella con un impresionante vestido de vuelos fucsia y un maquillaje y peinado que hicieron temblar a toda la mitología griega; y por otro, un tipo pelirrojo desgreñado con polo y jean que parecía haberse quedado dormido jugando play justo antes de salir. La foto de los dos se convirtió en un meme obvio, pero también en un ejemplo de algo que vemos todos los días: una proporción importante de mujeres fabulosas emparejadas con hombres promedio.

Más allá del meme, me parece fascinante como fenómeno social que nos estemos moviendo hacia un lugar donde las mujeres ya no sienten que tienen que conformarse. Es enorme porque implica todo un cambio de paradigma. Por un lado, solo es posible en una sociedad que castiga menos a la mujer soltera, que le da espacio para crecer y le celebra la independencia. Por otro, y más importante, es un efecto secundario del ­—a ratos, sobre usado­— “empoderamiento femenino”, que parece no solo estar trayendo tazas con frases trilladas, sino una verdadera revalorización de lo que somos y, por lo tanto, merecemos.

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Negarse a ser la madre-niñera-terapeuta-asistente de un hombre es una señal de progreso, y existe la esperanza de que, al negar nuestro amor y cuidado a los hombres que poco aportan, estemos incentivando a que cambien sus actitudes y se conviertan en mejores novios en relaciones más igualitarias.

O en furiosos trolls de Twitter. Difícil de saber.

Matos dice también: “En última instancia, tenemos la oportunidad de revolucionar las relaciones románticas y establecer nuevas normas saludables a partir de una primera cita. Es probable que algunos de estos romances sean transformadores y curativos, interrumpan el trauma generacional y establezcan una nueva cultura de admiración y validación”.

No sé si lleguemos tan rápido a ese panorama idílico.

Después de todo, seguimos estando bombardeados por mensajes contradictorios y el poder elegir cómo quieres vivir tu vida sigue siendo un privilegio inalcanzable para varias mujeres. Pero me conformo con tener que mandar menos audios de WhatsApp a amigas maravillosas, recordándoles que merecen más. //


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