El amor no puede estar anclado en el desamor, por Luciana Olivares. ILUSTRACIÓN: Nadia Santos.
El amor no puede estar anclado en el desamor, por Luciana Olivares. ILUSTRACIÓN: Nadia Santos.

Soy una feliz divorciada hoy. Hago la salvedad de la fecha porque no podría decir que las pasé negras. Si hubiera un color más oscuro, créanme que lo escogería para definir cómo me sentía: molesta, insegura, culpable, débil, inestable, fea, aburrida, fracasada. Estaba pasando por ese duelo para el que no han inventado aún la anestesia.

Recuerdo que mi mayor ilusión de la semana era ese momento en el que mi hija se iría con su papá y yo podría tener la libertad de llorar sola todo lo que me provocara. Porque ese es otro inmenso detalle: cuando tienes hijos, el divorcio es la última palabra que quieres en tu vocabulario. Piensas que si te divorcias, harás un mal irreparable y que estás obligado a ser la foto de la familia feliz, perfecta y funcional con perro de raza (porque chuscos en estas fotos no he visto) que encuentras en los catálogos de tiendas por departamento y que así estés infeliz, es mejor llevar la procesión por dentro aunque 24/7 con cara del emoji feliz.

Pero resulta que hay una palabra que está antes, no solo por razones alfabéticas sino de vida: amor. Y el amor no puede estar anclado en el desamor, así de simple y complejo. Ítalo y yo nos dejamos de amar como pareja. Una vez, el terapeuta que veíamos nos preguntó: en la escala del 1 al 10, con qué número nos sentiríamos cómodos para llevar nuestra relación. Uno de nosotros estaba dispuesto a vivir con 6; el otro consideró que no era suficiente para pasar el resto de la vida y la verdad estoy segura de que la otra persona lo agradeció.

En lo que sí estuvimos de acuerdo desde el inicio fue en que el bienestar emocional de nuestra hija de tres años era lo más importante. Para ello decidimos que nuestro divorcio no debía dejarle una enseñanza sobre desamor y fracaso personal, sino más bien una demostración constante de que el amor entre papás que alguna vez se quisieron no termina, se transforma. Todavía tengo un dibujo que le hicimos en su mesita de pintura en el que le explicamos que mamá y papá dejarían de vivir juntos porque habían dejado de quererse como esposos y que ahora se transformaban en papás amigos. Fer nos miró con sus grandes ojos color toffee de La Ibérica y siguió dibujando tranquila pero le quedó claro el mensaje y sobre todo a nosotros.

Ese dibujo, en los años siguientes, ha marcado más nuestra relación que cualquier conciliación legal. Somos papás, amigos y nos basamos en tres pilares: respeto, honestidad y amor. No puedo decir que no tengamos nuestros encontrones, puntos de vista distintos y bloqueo de WhatsApp alguna vez (por algo nos divorciamos, ¿no?). Pero al final somos una familia disfuncional que funciona, mucho más que las que frecuentemente vemos en un restaurante con la mirada perdida.

A veces veo a Fer mientras conversamos los tres y me gusta sentirla contenta, segura, equilibrada, porque Ítalo y yo también lo estamos. Nadie se casa para divorciarse, pero si las cosas ya no funcionan, pienso que un buen divorcio es mil veces mejor que un matrimonio miserable. Y creo que así como el matrimonio es un acto de amor, el buen divorcio también lo es. Amor hacia tu ex pareja porque si no la amas, tienes que renunciar a tu soberbia, miedo, egoísmo y dejarla ir junto con tu rencor. No hay nada más lamentable que utilizar el sentimiento de culpa o a los hijos como una moneda de cambio. Amor hacia tus hijos porque no hay herida más difícil de sanar que vivir presenciando el desamor y la falta de respeto entre los padres. Pero fundamentalmente amor hacia ti porque nada ni nadie justifica que no sientas la plenitud de amar y ser amado. //

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