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Pedro Suárez Vértiz
Pedro Suárez Vértiz

No voy a hablar del death metal, Danzig o Venom. Hablaré de una realidad más subliminal. Algo tan cotidiano como el pan de cada día.

Gian Marco Zignago confesó la semana pasada que el desamor resulta muchísimo más comercial que el amor como tema en una balada. Nadie más autorizado que él para afirmarlo. Tiene la comprobación a través de las grandes estrellas para quienes él compone. Yo pienso igual e iría más lejos, diciendo que las baladas más exitosas dentro de las exitosas son las que hablan del amor prohibido, pecaminoso.

Según la Biblia, el pecado es lo que nos aleja del camino en el que Dios nos ha puesto. Este camino tiene como fin darnos calidad de vida espiritual, mental, del alma o como quieran llamarla. Todo hábito de saciar golosamente nuestra carne termina perturbando la paz interior. ¿Por qué? Pues porque la adrenalina se eleva cuando se experimenta una conducta riesgosa o incorrecta. Esa emoción temeraria es muy tentadora y termina obnubilando la razón. Llevando esto al campo del amor, hablamos de una infidelidad, nuestra o del otro, extremadamente adictiva. Aun sabiendo que está mal, desarrollamos una especie de gula por ello. Si este amor prohibido persiste, tarde o temprano se develará o descubrirá, generando un destructivo escándalo del que Dios, según los creyentes como yo, quiere salvarnos. Por eso las baladas cortavenas sobre amantes a escondidas son un boom. Yo las llamo ‘canciones de amor morboso’.

El origen de la palabra ‘pecado’ proviene directamente del latín peccatum, que significa ‘falta’, ‘tropiezo’ o hasta ‘delito’. El pecado entonces viene a ser ‘cometer voluntariamente un acto erróneo’.

Pero existen también los llamados siete pecados capitales. Estos son: pereza, ira, lujuria, soberbia, avaricia, gula y envidia. Para que exista el pecado capital debe haber una virtud contrarrestada. Estas son: diligencia, paciencia, castidad, humildad, generosidad, templanza y caridad, respectivamente.

Justamente, el atractivo de una gran parte de los artistas de rap, reggaetón, género urbano o cultura bling bling es desafiar estas siete normas. Sus exponentes proclaman explícitamente la lujuria, la ostentación, la venganza, el ser mafioso, el no trabajar, etc. Y este estereotipo es muy tentador para quienes creen que el mal es la única manera de salir de la pobreza.

También hay casos inversos. El célebre cantautor inglés Cat Stevens, luego de una vida ‘banal’, se volvió musulmán. En el Islam, algo aproximado al pecado es conocido como haram. Por ejemplo, se considera acto haram comer carne de cerdo, jugar a la lotería, fumar, beber alcohol, etc.

Hace poco, Stevens declaró: “En diciembre de 1977, en Malibú, el mar me jaló hacia adentro. Empecé a gritar: ‘Dios, si me salvas, solo trabajaré por ti’. En ese preciso momento una pequeña ola me empujó hacia la playa y me salvé. Me prometí nunca más ser agnóstico. Luego, en Marrakech, oí los cánticos llamando a la oración musulmana en las mezquitas. Había oído y vivido lo de la música por dinero, por poder personal e incluso por fama y mujeres, pero jamás lo de la música por Dios. Me quedé muy sorprendido”.

Hoy el músico se llama Yusuf Islam. Escogió ese nombre porque Yusuf es Yosef –el José de la Biblia– del Corán. Y a Yosuf lo habían vendido en el mercado, “como me vendieron en el mundo de la música”, dijo Stevens. Esta conversión fue por el descubrimiento de la banalidad en la música popular por parte del británico.

En el budismo, lo más parecido al pecado son los tres venenos del espíritu: la codicia, el odio y la ignorancia. El castigo por incumplir esta prohibición llega solo a través del karma.

Finalmente, hay representaciones de pecado en otras religiones o culturas, pero todas quieren nivelar las acciones de las personas para separar los actos buenos de los malos. El pecado entonces es un elemento básico en la construcción moral del hombre.

Los más inteligentes saben de esto. No en vano Mick Jagger declaró en Berlín para la edición alemana de la revista Playboy: “Un día tendré que pagar mi tributo al diablo, como Fausto. Pero no voy a dejar de disfrutar del sol de hoy para pensar en las nubes de mañana”. //

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