Las bondades del chupón, por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
Las bondades del chupón, por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
Renato Cisneros

Desde que el criminal Montesinos hiciera de la escucha telefónica un efectivo recurso de control y manipulación para deshacerse de sus adversarios políticos, el Perú ha vivido tantos episodios de ‘chuponeo’ que es difícil llevar la contabilidad. Si bien esta suerte de ‘vigilancia’ es en sí misma violatoria de la intimidad personal, en la práctica no todos los ‘chuponeos’ son iguales. Cuando se trata de desbaratar redes de corrupción y poner en evidencia a funcionarios del Estado implicados en conflicto de intereses o sucias triangulaciones, esta práctica está justificada, pues manda el interés público. En cambio, cuando la grabación es utilizada para hacer reglaje a personajes incómodos o pretende manchar el honor ajeno, el ‘chuponeo’ es delito o debería serlo.  

Pero más allá de si el propósito es justiciero o difamatorio, lo cierto es que todo ‘chuponeo’ desnuda la personalidad del sujeto intervenido, lo pone al descubierto, lo hace ver como es en realidad, sin caretas ni poses. Muchas de las cosas que se dicen en videos o audios, por sinceras, resultan reveladoras, lapidarias y, a la vez, antológicas.  

En la historia reciente del espionaje telefónico los peruanos hemos escuchado toda clase de confesiones involuntarias, desde el “hemos hecho un faenón” ( a , octubre 2008) hasta el “ya sabe, ese negociazo” (asesor presidencial , octubre 2016), pasando por las célebres florituras que dejaran los ‘’: “la plata llega fresquita” (, ex Sucamec); “en menos de una semana me dieron las obras” (congresista ); “además, es un almuerzo de la conchesumadre” (congresista ) y el ya afamado “cómo es la nuez” (ex ministro de Transportes ). Al lado de ese repertorio de comprometedoras afirmaciones, la exhortación que hiciera en el 2010, en conversación secreta con su amigo Xavier Barrón –“¡métanse la alcaldía al poto!”–, hoy suena de una inocencia de veras entrañable.  

Si algo hay que decir de los despreciables testimonios de los magistrados del y la , es que delatan la auténtica forma de proceder de quienes administran nuestro sistema de justicia. Enunciados como “sirve a la gente que después te va a servir”, “estamos para apoyar”, “aquí no entran los mejores, sino los mejores amigos” o “estoy pensando en diez verdecitos” no son lapsus ni descuidos, sino síntomas de una podredumbre muy bien organizada, donde cunden los favores, las recomendaciones, las comidas, los festines, los cocteles, los “chilcanitos”, los “doctorcitos”, los “hermanitos” y diligentes lambiscones dispuestos a “arreglar” y “limpiar” lo que fuere necesario no para implantar justicia, sino para asegurar el poder. Una cosa es vivir sospechando que la justicia de tu país está corrompida; otra, muy distinta, es constatarlo.  

Por eso impresiona que los implicados en los audios difundidos por y tengan el cuajo de indignarse por la interceptación de sus comunicaciones, en especial los jueces protagonistas de la mayoría de los diálogos ventilados, César José Hinostroza Pariachi y (cuyo segundo nombre es una ironía colosal: Benigno).  

Pareciera que estos señores no se han dado cuenta de la magnitud del escándalo desatado. Uso una analogía para explicárselo. Si llegara a mis manos una prueba fehaciente de que mi vecino es un delincuente, aun cuando esas evidencias hayan sido conseguidas invadiendo su propiedad, no dudaré en denunciarlo. Lo más seguro es que el vecindario me agradezca unánimemente el haberlo librado de un residente pernicioso. Solo los coludidos con el maleante me acusarán por haber invadido el terreno del costado.  

Aunque a muchos les cueste admitirlo, hay ‘chuponeo’ del malo y del bueno. Este último, en tanto nos ha permitido corroborar que nuestro aparato judicial es una cloaca, es del bueno. Dicen que el chupón no es bueno para dormir, pero a veces ayuda a despertar. 

Esta columna fue publicada el 14 de julio del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

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