El domingo pasado, motivados por mi esposo, mi familia y yo fuimos a caminar a las Lomas de Lúcumo. Si no han escuchado de ellas, qué suerte que estén leyendo esto.
El domingo pasado, motivados por mi esposo, mi familia y yo fuimos a caminar a las Lomas de Lúcumo. Si no han escuchado de ellas, qué suerte que estén leyendo esto.
Lorena Salmón

El domingo pasado, motivados por mi esposo, mi familia y yo fuimos a caminar a las Lomas de Lúcumo. Si no han escuchado de ellas, qué suerte que estén leyendo esto.

Se encuentran en Pachacámac y son un atractivo natural que literalmente quita el aliento (la caminata es brutal y exige un estado físico superior al mío).

Tienen dos opciones, como en cuento: el tramo corto, de dos horas y media; o el tramo largo, que le suma dos más al anterior. Eso sí, no vale ir dejando migajas en el camino (ni basura, por favor).
Escogimos el corto innatamente; llevábamos niños y prisa.

También una mochila con provisiones: hidratación básica y necesaria –el camino corto posee aproximadamente 5 km de subidas largas y bajadas– y barras de cereal para recobrar energía. Algunos entusiastas no dudaron en llevar pollo a la brasa para improvisar un pícnic en las cimas donde se podía descansar.

El baño está a la entrada del camino y uno puede, si gusta tener mayor información del atractivo turístico, ir acompañado de un guía, servicio del que prescindimos.

Nuestra intención desesperada era poder estar un rato en medio de la naturaleza, fuera del caos de la ciudad, y vaya que lo conseguimos. Aprovechamos para ponernos en movimiento con esta actividad al aire libre y saludable.

De hecho, confieso, me costó muchísimo, lo que pone en evidencia que necesito más trabajo cardiovascular.

Intenté no quejarme, mientras escuchaba a mi hija hacerlo a cada paso del camino (piensen bien si quieren llevar niños muy pequeños).
Cuando trataba de recuperar el aliento, tomaba una pausa y respiraba hondo. Luego comenzaba a dar un paso, consciente de cada pisada, mirando por dónde iba –para no desbarrancarme–, absolutamente concentrada en la actividad de poner un pie por delante del otro. Así, mi mente no tenía ni tiempo ni excusas para perderse en otro lugar que no fuera la trocha de Lúcumo.

Esa absoluta concentración en el camino y en respirar hondo sin duda resultó como una suerte de meditación. Estaba absolutamente presente y, literalmente, con los pies más puestos sobre la tierra que nunca.

De hecho, todos podemos transformar nuestra caminata en un ejercicio completo de meditación. Si hay interés, lean a continuación:

Paso 1. La idea es que hagamos un puño con la mano izquierda envolviendo el pulgar entre los demás dedos.

Paso 2. Luego debemos poner la mano derecha sobre el puño izquierdo y mantener las manos así a la altura del abdomen para evitar que se balanceen al caminar y nos distraigan.

Paso 3. Dar un paso con el pie derecho y pisar primero con la punta del pie y lentamente ir soltando el talón hasta que todo el pie haga contacto con el piso.

Paso 4. Repetir con el siguiente pie y así sucesivamente.
La idea es prestar atención a todo el proceso y observar las sensaciones que este despierte.


El solo hecho de caminar es una herramienta de sanación. Sus beneficios son múltiples y su ejecución sencilla. Ayuda al corazón, mejora el ánimo, combate la depresión.

Hace un par de años una noticia me sorprendió: en Los Ángeles, un hombre llamado Chuck McCurty respondía a una necesidad. Había creado una compañía de caminantes para personas, algo así como compañeros para caminar. Si la tecnología nos hace sentir cada vez más solos, podemos hacer lo que esté en nuestras manos, o pies, para combatir esa soledad. Como salir a caminar, con o sin compañía. //

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