Los hinchas de la selección no decían –no decíamos- que lo eran. (Foto: EFE)
Los hinchas de la selección no decían –no decíamos- que lo eran. (Foto: EFE)
Miguel Villegas

La felicidad con la que hoy se asiste a un partido de fútbol de la selección no solo es incomparable: no debería terminarse. Por eso, precisamente, este es un breve recuerdo de lo que éramos antes de la clasificación al antes del subcampeonato de la Copa América 2019, este pequeño episodio en la vida del país que alegra hasta a los que no saben qué es eso. Sí, así éramos.

1. Los hinchas de la no decían –no decíamos- que lo eran. Se escondía el amor detrás del argumento de la nostalgia –“antes sí porque jugaba Perico y goleaba Cubillas”- o se disfrazaba de culta rabieta –“¿cómo vas a hacer hincha si estamos últimos”-. Bueno, ya no. Ahora lo somos todos, en público. En la mesa y en la masa. En Twitter y también con buenos modales. No hay vergüenza, cruel sentimiento que inundaba calles y cantinas. Y aunque cada uno tiene su propia experiencia personal –de eso se compone el sentimentalismo de tribuna-, recuerdo al único gran fanático de la Blanquirroja que conocía, cuando esa palabra no era barra. Una noche en Cajamarca, hace tantos años que hablo de la época en que Perú era último en América, en una de esas comisiones que nunca se olvidan, el periodista Alberto Beingolea Farfán se abrigaba en su casaca adidas 1978 de la selección, disertando, ante la mirada irónica de un par de borrachos que lo miraban como quien ve a un extraterrestre tomando una cerveza. Él hablaba de la selección, "su equipo", y trataba de explicarme esa vana discusión sobre quién es el mejor en el fútbol de los peores: la U o Alianza. No terminamos de ponernos de acuerdo allí y la seguimos por blackberry. Su nick en Messenger era “Soy Peruano”. Su foto de perfil, con la camiseta de Perú. Lo recuerdo ahora, con nostalgia y alegría. E insisto: eran los años infelices de Sudáfrica 2010, cuando fuimos últimos.

2. Expertos en colas por comprar el pan, o azúcar, o en la avenida Javier Prado a cualquier hora, los peruanos nunca habíamos hecho cola por comprar una camiseta de la selección. Ni la de Teófilo después de Argentina 78 –otros tiempos, sí- y menos la de Uribe en la Eliminatoria de España 82, cuando mandaba en Sudamérica tras Maradona y Zico. Desde que Perú obtuvo su primer triunfo en Asunción sobre Paraguay, y el gris de la selección empezó a ponerse de colores, no hubo tienda Umbro que se salve de la embestida de fanáticos de todos los tamaños en busca de la chompa oficial. Ahora, antes de la Copa América y después también, ocurre lo mismo con las tiendas Marathon. ¡Cola por vestirse como peruano! Uno pasaba por allí y parecía que las estaban regalando: cuestan 200 soles y hasta finales del 2018 se habían vendido más de 400 mil.

3. No conozco cada clóset pero puedo decir qué hay en el de mi hijo: al lado de sus camisetas con la insignia del María Reina, el buzo, el pantalón con pliegues está, cuidado como vestido de novia listo para lucirse, dos chompas XS de la selección que usa casi como uniforme. No es el único: él y todos sus amigos. Él y todos los que son él en todo el país. En todos los colegios, en todos los trabajos, en todas las gerencias. En el 2017 no hubo partido de Perú –el generoso invicto de todo el año- en que los estudiantes de Lima y provincias no asistieran a clases con la bicolor puesta, como si no pudieran quitársela. En el 2018 y en el 2019 tampoco. Fue la reinvención del eterno traje plomo rata que se pusieron al menos dos generaciones: ceremonia oficial en el colegio, camiseta de Perú. Actuación del Día de la Madre, banderita de Perú. Final de Bimestre, himno nacional del Perú. La selección peruana de , de , , , y todos esos soldados ilustres hizo el milagro: convertir todos los días en 28 de julio. 

Finalmente, felicidad que nos ha sido esquiva décadas, los hinchas peruanos nos alegramos solo por eso. Por serlo.

[Segunda entrega de El Quedado Especial, los que no fuimos a la Copa]

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