"El dolor emocional es un maestro que
debe ser escuchado y asistido". Lee la columna de Lorena Salmón. (Ilustración: Verónica Calderón)
"El dolor emocional es un maestro que debe ser escuchado y asistido". Lee la columna de Lorena Salmón. (Ilustración: Verónica Calderón)
Lorena Salmón

El es inevitable, el sufrimiento es opcional. Me costó tiempo entender esta frase de Boris Cyrulnik, neurólogo, autor francés y referente mundial de la resiliencia, que resume en general cómo deberíamos enfrentar los sucesos de la vida: reconociendo que no tenemos el control de las cosas que nos suceden pero que sí tenemos el control sobre nuestras reacciones frente a las cosas que nos suceden.

Ahí reside nuestro poder: en aceptarnos como únicos responsables de nuestra calidad de vida. Cuando asumimos esta realidad –dejar de ser copilotos en este viaje para pasar a poner las manos sobre el timón–, no hay tiempo para dramatizaciones ni para victimizarnos.

Lo que me lleva de vuelta al dolor: debemos dejar de resistirnos a él. Evadirlo es una forma de resistencia, y resistirnos a lo que nos sucede solo alarga la pena. Si no es transitado, el dolor solo se acumula en el corazón y el cuerpo.

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Si bien nos han enseñado que debemos disimularlo, evadirlo o enterrarlo, el dolor emocional es tan real como el físico y exige de nosotros la misma atención y tratamiento.

Para entenderlo se ha descubierto que el dolor emocional activa en nuestro cerebro las mismas partes que se activan cuando sufrimos un dolor físico. En el 2012, la doctora Naomi L. Eisenberg condujo, junto a un equipo de la Universidad de California, este importante estudio con conclusiones fascinantes: la tristeza, la pena, el desasosiego y la desolación activan la zona del córtex cingulado y la corteza prefrontal.

Pero así como cuando nos duele la cabeza, tomamos una pastilla, o cuando nos golpeamos, nos untamos alguna crema sobre la zona herida, de la misma manera deberíamos atender los dolores que sentimos en el corazón y en el espíritu. Dejarlos para después no tiene sentido. El momento es ahora.

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El dolor emocional es un maestro que debe ser escuchado y asistido. Su papel, al igual que el dolor físico, es adaptativo, nos da información sobre nuestra realidad presente y, además, nos hace una llamada de atención sobre lo urgente.

¿Qué pasa cuando experimentamos un rechazo? ¿Cómo debemos lidiar con el fracaso? ¿Qué nos exige hacer nuestro miedo a la soledad? ¿Cómo se trabaja la culpa? ¿Cómo superamos un trauma?

Lidiar con todas estas emociones puede resultar extremadamente difícil pero hay que saber que toda emoción conlleva información: nos permite reaccionar ante lo que nos sucede, así que manos a la obra.

Una de las principales recomendaciones que un terapeuta da ante el manejo del dolor emocional es tener la paciencia necesaria para entender que toma tiempo: el tiempo es terapéutico y exige de atención y conciencia para poder sentir lo que se tenga que sentir. Darte cuenta de lo que estás sintiendo e integrar esas emociones, validarlas, reflexionar sobre ellas y, por qué no, llorar por ellas, nos permite transitarlas de una manera sana.

Cuando algo doloroso nos sucede –una pérdida, un trauma–, generalmente queremos aislarnos, hacernos bolita y desaparecer, pero esta actitud solo agrava la situación. Como sostiene Cyrulnik, el recuerdo de la herida se refuerza más y más y esto agrava el sufrimiento. Por eso, un segundo consejo para transitar lo que nos duele es buscar a alguien, un amigo, un familiar o ayuda profesional, que nos permita sentirnos seguros de poder hablar lo que sentimos.

Buscar un equipo de contención que nos escuche, acompañe y respalde es una forma sana de transitar nuestro dolor. Así que si están atravesando un momento duro en la actualidad, luchen contra sus propios instintos de aislamiento porque está bien reconocer que para sanar necesitamos también de los demás. No necesariamente se trata de un terapeuta: puede ser una pareja, un amigo, por qué no un maestro de vida. Recuerden que pedir ayuda no nos hace más débiles, nos hace más grandes y nos ayuda a transitar por lo difícil de una manera más saludable. //

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