"Estas ideas tan descaminadas son suscritas por gente a la que aprecio o apreciaba artísticamente". Lee la columna de Renato Cisneros. (Ilustración: Kelly Villarreal / Somos)
"Estas ideas tan descaminadas son suscritas por gente a la que aprecio o apreciaba artísticamente". Lee la columna de Renato Cisneros. (Ilustración: Kelly Villarreal / Somos)
Renato Cisneros

Es sábado 23 de enero. Camino por el centro de Madrid, manos en los bolsillos, audífonos. Ha empezado a llover. En el iPod suena El boxeador, tema de Enrique Bunbury que me remite a ciertas noches en Lima antes de venir a vivir aquí: “Lanzando ganchos de izquierda al aire… has aprendido a esquivar un ataque…”. Eran noches eufóricas, plenas de brindis y conversaciones durante las cuales era inadmisible imaginar un futuro con confinamiento y cuarentena.

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“Golpea mejor quien golpea primero… levántate antes de que cuente hasta diez…”, canta Bunbury en mis oídos cuando de pronto, a la altura de Cibeles, me encuentro con un piquete policial que desvía a los peatones para dejar libre el tránsito a una multitud que viene marchando rumbo a Plaza Colón. “¿Quiénes son?”, pregunta un transeúnte. “Los negacionistas del COVID-19”, responde un agente, con una probable mueca de fastidio detrás de la mascarilla.

Ya había escuchado hablar de ellos. Entre agosto y octubre del 2020, en Australia, Alemania, Francia, Inglaterra, Italia y Estados Unidos, los vi por Internet salir a las calles para cuestionar las medidas sanitarias y asegurar que el bloqueo de actividades es peor que el virus. En la mayoría de países estas protestas están ligadas a sectores de ultraderecha que rechazan las restricciones, aduciendo que responden a una “manipulación internacional” que busca pisotear “derechos fundamentales ciudadanos”.

Esta es, sin embargo, la primera vez que los veo en vivo y en directo. “Las olas que rompen en el arrecife parece que marquen un ritmo de vals… el boxeador debe ser un buen bailarín…”. Cuando pasan a mi lado la curiosidad me lleva a seguirlos. Apago el iPod sin que termine la canción de Bunbury y solo entonces escucho las arengas de los manifestantes: “Somos libres, queremos respirar”. Una minoría pide cambios en la estrategia del gobierno, pero el grueso basa su discurso en falacias del tipo “la pandemia no existe”, “el virus es el miedo” o “los hospitales están vacíos”, que contrastan radicalmente con los datos oficiales, según los cuales España se encuentra en el pico de la tercera ola y los establecimientos de salud atraviesan una situación más que crítica.

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Minutos después, un periodista televisivo se acerca, extiende el micrófono y la gente suelta sus argumentos de fondo: “todo esto es una farsa”, “a la gripe le han cambiado de nombre y le han puesto COVID”, “con la vacuna se busca un genocidio”. Una mujer opina que el propósito es “esclavizar a los jóvenes y exterminar a los viejos”. Un hombre piensa que se pretende “ponernos un chip para controlarnos y quitarnos el dinero en efectivo”. Cuando el reportero pregunta quién estaría detrás de esta especie de ataque global, las respuestas son diversas y furiosas: “¡la fundación Gates!”, “¡Soros!”, “¡la OMS!”, “¡las élites internacionales del nuevo orden mundial!”.

Quizá lo que más me sorprende no es lo que piensan estas personas (es su derecho), ni siquiera que hayan salido a marchar pese a las recomendaciones de quedarse en casa (cualquier actividad al aire libre siempre será menos riesgosa que una en espacios cerrados), sino que no lleven protección, seguros como están de que “las mascarillas también enferman”.

No, miento, lo que más me sorprende no es eso, sino enterarme de que estas ideas tan descaminadas son suscritas por gente a la que aprecio o apreciaba artísticamente. No hablo de Miguel Bosé, sino de quien ahora lo secunda en el irresponsable fomento de la paranoia aquí en España: ni más ni menos que Enrique Bunbury. Ya en junio del año pasado, el ex líder de Héroes del Silencio compartió en sus redes un cartel cuestionando a Bill Gates y, ante las críticas de sus seguidores, se defendió aclarando que “él no había escrito nada”. Esta vez, en cambio, sí se pronunció. No vino a marchar pero envió un mensaje en la víspera apoyando la actividad.

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Tomo distancia del gentío y enciendo el iPod antes de reanudar mi camino por el centro de la ciudad. “Cánsate o muévete, no te pares ahora. No pensarás que todo fue una broma… la Virgen de Guadalupe te protegerá…”.

Todavía se oye El boxeador en los audífonos, pero por alguna razón ya no suena igual que antes. //



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