"Acción de gracias", por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
"Acción de gracias", por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
Renato Cisneros

Esta columna fue publicada el 03 de marzo del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

Es típico que a la llegada de marzo los hombres actualicemos nuestras redes saludando a las mujeres por la proximidad del día internacional que recuerda sus conquistas sociales. No habría nada de extraño en eso si no fuera porque seguimos viendo en los noticieros a sujetos de todas las condiciones que las subvaloran, las hostigan, las golpean, las matan.

La efeméride, por tanto, al menos en el Perú, dado el incremento de los indicadores de violencia de género y la irregularidad del debate al respecto, tiene un doble propósito: celebrar a la mujer, pero también pensar cuán involucrados estamos los hombres con sus problemas y demandas; de lo contrario, el festejo ruidoso termina siendo una maniobra cínica.  

Más de una vez he entrado en controversia pública con mujeres por debatir posturas o ideas acerca de, por ejemplo, el feminismo. En esos casos, sobre todo cuando las aclaraciones de la otra parte fueron respetuosas, he sabido advertir las inconsistencias de mi punto de vista y reconocerme como lo que soy: un feminista en formación continua. Por eso hoy, más que homenajearlas por el 8 de marzo, prefiero agradecerles.

Gracias, primero, por estar aquí. Sería espantoso que el planeta estuviera poblado únicamente de hombres y fuese algo así como un enorme manicomio de orangutanes. No lo digo desde una perspectiva heterosexual, sino por razones puramente humanas. Una cosa es un ritual semanal con los amigos de toda la vida, una pichanga de fútbol, un reencuentro en el bar, una encerrona de Play Station, una despedida de soltero, una noche de calzoncillos, pero relacionarnos solo entre nosotros todo el tiempo sería el Infierno. Sin las mujeres, además, esas reuniones no tendrían sentido, pues cada vez que nos juntamos no hacemos otra cosa que hablar de ellas; por supuesto también comentamos de política, de fútbol, de libros, de películas, pero siempre volvemos a las mujeres, a repetir lo que adoramos de ellas, lo que nos harta, lo que nos desconcierta, lo que deseamos, lo que no entendemos, lo que extrañamos.

Gracias por traer al mundo a nuestros hijos, por amamantarlos, por compartir con nosotros ese conocimiento intuitivo sobre la crianza que ustedes al parecer llevan incorporado en la sangre; lo digo en nombre de los padres torpes que descuidamos detalles, olvidamos el lugar de cada cosa y desarrollamos una parálisis neurótica ante la urgencia de limpiar un vómito, lavar un inofensivo pantalón con caca o calmar un llanto en un avión de madrugada.

Gracias por ser aguerridas, por rebelarse contra el machismo, el evidente y el soterrado, que es el más peligroso porque se ejerce mientras se niega. Gracias por hacer suyos espacios que antes monopolizábamos sin vergüenza. Este sería un mejor lugar si no hubiésemos desperdiciado tantos siglos relegando a las mujeres a tareas subalternas, negándoles la oportunidad de recibir la misma formación que nosotros.  

Gracias por protestar, por defender la autonomía de su cuerpo de la moral conservadora y gracias por cantarnos nuestras cuatro verdades cuando, creyendo cuidarlas, no hacemos sino subrayar nuestro arraigado nervio patriarcal. Pero gracias también por comprender la singularidad que nos distingue y recibir con buena cara nuestras manifestaciones de cariño espontáneo por muy torpes o impetuosas que estas sean. 

Gracias por acabar con la hegemonía del modelo de felicidad que heredamos de nuestros padres, por decir sin pelos en la lengua y demostrar día tras día que hay realización personal posible sin maternidad; que hay amor sin príncipes azules ni medias naranjas; que hay compromiso sentimental más allá del matrimonio; que hay belleza fuera del gimnasio; que hay autoestima sin dieta y sensualidad sin minifalda; y que siendo independiente, soltera, gay, introvertida o extraña también se puede conquistar el mundo. Gracias por hablar sin represión de sus deseos, sus enfermedades, sus imperfecciones.  

Quizá pase mucho tiempo antes de que la igualdad real se materialice del todo, pero lo que han logrado hasta hoy es admirable. En los años que vienen seguirán imponiendo estilos, rompiendo mitos, liberando culpas. Ojalá que los hombres estemos a su altura. 

Esta columna fue publicada el 03 de marzo del 2018 en la edición impresa de la revista Somos

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