María José Osorio

Spoiler alert: no.

Estas últimas semanas, mi esposo y yo caímos con , después de más de dos años de estar invictos, y el encierro nos llevó a un clásico de la cuarentena: la limpieza. Sí, es cierto que limpiar y organizar son actividades que, en su mayoría, generan paz mental. Son maneras de descongestionarnos, de sentirnos útiles y, a la vez, de generar nuevos espacios. Un ritual donde dejas ir, una tarea que nos ayuda a recuperar el control en medio de una situación incontrolable. La limpieza y el orden como armas contra el tedio, la desesperación, el sinsabor de un futuro incierto y el duelo de una normalidad que parece nunca volver por completo.

El problema es que… nunca se acaba. No hay forma de mantener limpia la casa. No es posible. Son demasiados rincones. ¿Detrás del refrigerador? ¿Entre los libros? ¡¿Debajo de los productos de limpieza?! En un momento, vi llegar a mi marido con una aspiradora para aspirar la otra aspiradora y pude sentir la burla en los ojos de mi perro.

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¿Otro frente en el que nos hemos rendido? El planchado de ropa. No tenemos nada mejor que hacer que doblar esos churros recién salidos de la secadora y aun así los dejamos descansar desperdigados en el sofá. Además, ¿quiénes nos creemos para andar planchando la ropa? El planchado de ropa es un lujo de la gente que sale al exterior, que interactúa con otros seres humanos, que asiste a eventos que tienen en su código de vestir smart casual, sea lo que sea que signifique eso. La ropa arrugada e impresentable es nuestra manera de decir “nos vamos a quedar en casa”. No planchar es nuestro compromiso con la salud pública.

El fin de semana decidí convertir a la cocina en mi empresa personal. El orden y la limpieza de este lugar no puede ser vista como un todo porque peligras de abrumarte con la amplitud de la tarea. Primero están los platos. Aquí invoco a la comunidad científica porque creo que he comprobado algo que ya sospechaba hacía un tiempo: los platos sucios, como las colas de las lagartijas, se regeneran. Tú los lavas todos y minutos después ya hay dos en el fregadero de nuevo. ¿Es que acaso esto comprueba la teoría de los multiversos? ¿Es la cocina de Schrödinger donde los platos están limpios y están sucios a la vez?

Otra cosa que sorprende de la organización de la cocina: el estante de especias y condimentos. Al abrir este cajón/despensa pareciera que todos los condimentos del mundo se han ido a refugiar ahí. Te deseo que enfrentes siempre la vida con el mismo optimismo con el que yo, aparentemente, compro condimentos. La cúrcuma, el palillo, el clavo de olor me miran desde el estante, polvorientos y frustrados después de meses (¿años?) de verme sacar una y otra vez la pimienta y el aceite de oliva. Entre los presentes también se encuentra el ajo en polvo, que no debería estar junto a los condimentos, sino al lado de los materiales de construcción porque después de una muy breve ventana de tiempo en la que es efectivamente polvo, pasa a adoptar su nuevo estado irreversible: roca indestructible con la que podría construirse una civilización milenaria.

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Así que después de dos horas de lavar, trapear, pasar esponjas y paños con lejía, aspirar, barrer, secar, guardar y acomodar, por fin este agujero negro del desorden y la suciedad que es la cocina pasa a ser un lugar en el que no podría realizar una operación de corazón abierto, pero por lo menos no es digno de un episodio de Kitchen Nightmares.

Ahí está esa pequeña satisfacción, esa cuota de esperanza doméstica. Has derrotado a un monstruo, uno pequeño y cotidiano, pero un monstruo al fin. Puede que no hayas avanzado con los pendientes del trabajo ni recuerdes la última vez que te lavaste el pelo, pero nadie puede quitarte esta pequeña y merecida victoria.

Hasta que llega la hora de preparar el almuerzo. //

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