Cuando ser hijo de famoso es una oportunidad para mostrarse como uno es, por Pedro Suárez-Vértiz. (FotoIlustración: Nadia Santos)
Cuando ser hijo de famoso es una oportunidad para mostrarse como uno es, por Pedro Suárez-Vértiz. (FotoIlustración: Nadia Santos)
Pedro Suárez Vértiz

Me encantó el último álbum de un músico peruano llamado Francisco García. No quiero ser aguafiestas, pero ese flechazo me ocurre muy poco con mis paisanos músicos. No porque sean malos, sino porque pareciera que se ponen a grabar lo primero que se les viene a la cabeza. Completan sus ocho o diez canciones y ya creen que tienen un disco. Caracho, a mí el productor Manuel Garrido Lecca me pedía 40 canciones. Les hacíamos maquetas a 15, y de ahí recién seleccionábamos las diez para el álbum. El talento sin exigencia es totalmente infértil.

Pero el disco de Francisco es tan contundente que me animé a averiguar sobre él. Francisco García, hoy de 28 años, desde muy pequeño estuvo en el mundo musical. Su madre cantante lo llevaba a sus conciertos y él se ponía detrás de los bulliciosos parlantes. Recorría los camerinos de teatros y peñas como si fueran su casa. Se hacía amigo de los cocineros para que le invitaran tequeños o chicharroncitos. Como buen chiquillo vivo. También estaba pendiente de que su mamá no se equivocara en sus letras y, sobre todo, de escuchar las anécdotas que ella contaba, de cómo Renee (su abuela) y Carlos (su abuelo) bailaban boleros pegaditos en una sola loseta. Eso reforzaba el amor de Francisco por su sangre.

Las historias que este muchacho me contaba sobre sus inicios tenían tantos elementos distractores que no se me ocurrió preguntarle a qué familia criolla pertenecía. Pero bueno, sigamos.

Un día el pequeño Francisco desempolvó un piano Casio de juguete y sacó de oído Para Elisa, de Beethoven. Se dio cuenta de que la música era lo suyo. Pero no la música criolla. Cuando Francisco llegó a Estados Unidos, estudió piano clásico, vientos y percusión. El muchacho se obsesionó y decidió estudiar producción musical e ingeniería de sonido en Nueva York. Sus influencias eran Nirvana, Pearl Jam, Libido, Frágil, Queen, The Beatles, The Doors y John Mayer. Prácticamente, extraterrestres para su familia.

Su primer proyecto fue la banda Minor King, donde era compositor y baterista. Luego, él y su hermano empezaron un segundo proyecto, en donde se lanzó a cantar. Cuando regresó a Perú, grabó su primer disco, titulado Igual que ayer. Francisco procuraba no mencionar a su mamá en sus entrevistas o presentaciones, pero el acoso mediático era inminente: ¿por qué rock y no criollo?, ¿qué piensa tu mamá de que no cantas valses?, ¿ella empezará a cantar rock?, ¿vas a hacer ‘mal paso’ en rock?

Esto me hizo recordar el agobio de mis compañeros de Arena Hash. Christian Meier era hijo de nuestra Miss Universo Gladys Zender; y Arturo Pomar, hijo de la más respetada figura de la historia de la televisión peruana, don Arturo Pomar. Mientras que a mi hermano Patricio y a mí nos hacían preguntas sobre la música que hacíamos, Arturo y Christian eran “los hijos de”. Admiro hasta hoy cómo ambos, en menos de un año, desaparecieron esa benigna espada de Damocles de sus cabezas.

Por eso entiendo la saturación que llevó a Francisco a dejar su proyecto solista, a producir los discos más recientes de su madre y a ganar una nominación al Latin Grammy. Esto lo llenó de fuerza y tomó las riendas de su música y escribió el lindo álbum que llegó a mis manos. Incontrolable es el single del nuevo disco. Escúchenla y miren el video para que vean que no miento.

El domingo me llamó mi amigo, el cantante Miguel Saco Vértiz, a contarme sobre el fallecimiento y el velorio de la madre de Eva Ayllón. No sé por qué se lo comenté a Francisco, y me dijo que él también estaba en el velorio porque era su abuela. “¿Quéee?, ¿eres hijo de Eva?”. Me dijo: “Sí, Pedro, soy Francisco García Ayllón”.

Saludo y aprecio la gigantesca pertinencia de mi amiga Eva por jamás darme el disco de su talentoso hijo y lograr así que el sincero viento del boca a boca lo traiga a mí. Me acordé de Christian y Arturo y pensé cancelar esta columna cuando me enteré. Pero sería injusto porque el disco realmente me gustó. Y aunque aún Francisco sienta muchos nervios antes de subir al escenario, siempre recuerda a su madre diciéndole: “El día en que ya no sientas nervios, déjalo, porque la música habrá dejado de apasionarte”. //

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