WhatsApp es utilizada en Estados Unidos por más de la mitad de latinos. (Foto: EFE)
WhatsApp es utilizada en Estados Unidos por más de la mitad de latinos. (Foto: EFE)
Jaime Bedoya

Hasta hace poco era celebrable, y con cierta euforia, las posibilidades de geolocalización que ofrece . Estás acá y estás allá. Y ahí donde no quieras estar no estás, pero igual te enteras de qué está pasando. El famoso ni me ha leído. Sí que lo ha hecho.

Por ahora es lo más cercano que existe a dos conquistas humanas pendientes: la invisibilidad y la ubicuidad. Parecen virtudes contradictorias.

No lo son.

Pero una maldición exponencial se cierne sobre la cantidad de grupos de WhatsApp a los que uno es agregado. Ese número es inversamente proporcional al tiempo disponible para atenderlos. Asúmase como nueva ley de vida. Dilema que para mayor incertidumbre supone someterse voluntariamente al verbo accidentalmente masoquista de wasapéame.

El abanico es ilimitado: grupo de padres de familia que opinan sobre todo lo que no les consta, grupo de amigos del colegio empeñados en negar el paso del tiempo, grupo especializado en mensajes inapropiados o fuera de contexto, y así ad infinitum. La etiqueta y la sana convivencia planetaria hace del abandonarlos tirar un portazo digital que ofende amistades y activa eficiencias laborales.

A esta tugurización de la atención se le suma una espontánea y no solicitada simultaneidad: basta que uno se embarque en una tarea urgente para que inevitablemente empiecen a llegar notificaciones consecutivas de los grupos precisamente más intrascendentes: mientras más delicado sea el momento, mayor será la cantidad de chats simultáneos que se activarán. Todos chateamos pensando que sobre nuestro mensaje descansa el eje inmóvil del mundo.

Existen ya estudios académicos sobre el uso del WhatsApp en el mundo*. Pero, sinceramente, las conclusiones son decepcionantes teniendo en cuenta que fueron millones los mensajes tomados en cuenta para llegar a conclusiones obvias: los hombres pertenecen a grupos de mensajería más grandes, pero sus mensajes son más breves que los de las mujeres, por ejemplo.

Más interesante, y exacta, resulta la taxonomía que circula acerca de las personalidades típicas presentes en cada grupo de chat. No es definitiva ni rígida, alimentándose según cada experiencia de usuario.

A saber:
-El mirón: siempre está, nunca opina.
-El meme-dependiente: su comprensión de la realidad está obligatoriamente ligada al meme como expresión básica del pensamiento humano.
-El lacónico: su expresión más extensa es el “ok”.
-El caminante blanco: solo interviene en horarios random y sobre temas inconexos.
-El incontinente: suele abundar en todo tema disponible elevando la función fáctica del lenguaje a su máxima potencia. Denle atención.
-El dedo feliz: una ansiedad tipográfica lo conmina a ser siempre el primero en responder.
-El emoticonero: ha abandonado el alfabeto en
favor de los emoticones. (Elegir la carita feliz adecuada para manifestarse le demanda un considerable esfuerzo emocional).
-El errebecista: siguiendo la escuela filosófica de Ricardo Belmont, se esmera en dar los buenos días, tardes, noches, difunde mensajes positivos, cadenas de oración y comparte fotos de puestas de sol en tiempos de crisis.
-El gurú: un errebecista con pretensiones intelectuales.
-El mediador silencioso: callado en público, resolutivo en privado. Suele resaltar las tonterías que hablamos el resto, nosotros, por chat.

* “A Study of WhatsApp Usage Patterns and Prediction Models without Message Content” (Bar-Ilan University, 2018).
Puedes ver el estudio mencionado en el siguiente enlace: 

¿En cuántos grupos de Whatsapps estás? Ingresa y podrás saber a qué tipo de "whatsapeador" perteneces.

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