Hace poco, luego de ganar un reconocimiento entre gerentes generales peruanos, un medio local me hizo una entrevista en la que me preguntaron qué es lo que más me había costado a lo largo de mi carrera. Respondí que hace 22 años las palabras ‘equidad’ y ‘empoderamiento’ no existían; menos aún políticas de este tipo. Así que una era la que tenía que ir haciéndose camino en negocios, industrias y mesas gerenciales dominadas por hombres, a punta de talento y sobre todo de mucha autoconfianza.
Lo que más me había costado era bajar la guardia y relajar mi autoconfianza para dejar fluir mi vulnerabilidad, permitirme equivocarme y no latigarme cuando cometía un error. Como es usual en estos tiempos, compartí la entrevista en Linkedin, donde recibí entre frases muy bonitas el comentario de un caballero que me decía textualmente lo siguiente: “Te felicito por tu éxito, pero las palabras ‘equidad’ y ‘empoderamiento’ simplemente no existían porque no eran necesarias ni lo son ahora tampoco. Ni hace 22 años ni tampoco hoy ha habido jamás leyes que limiten el acceso de mujeres a crear sus propios negocios. Ni tampoco ha habido ‘grupos de hombres’ tratando de impedírselo. Si quieres, di que las mujeres mismas no emprendían tantos negocios como hoy, pero ya es hora de dejar de lado esta mentalidad de víctima que pone al género masculino como el responsable. Esto crea estereotipos negativos y confrontación, y generaliza demasiado sobre la base de posibles casos individuales y aislados. Es decir, hace exactamente lo mismo (crear estereotipos) de lo cual las mujeres siempre se han quejado. Por otro lado, el hecho de abrirse paso a punta de talento y esfuerzo no es característica solo de las empresarias mujeres, sino de todos los empresarios, sin importar su sexo. Celebremos el éxito de las personas sin tener que hacer hincapié sobre su género, ni buscar ‘victimarios’ donde no los hay. Eso es verdadera libertad y equidad”.
He trascrito tal cual todo que me escribió este señor, sin editar una sola palabra. Tengo que confesar que me dio mucha rabia leerlo; releía su texto y luego el mío para entender dónde me victimizaba y le echaba la culpa a los hombres de todos nuestros males. No podía creer que en una red que se autodenomina de profesionales, me encuentre con un pensamiento tan alejado de nuestra realidad. Tan facilista asumiendo que el problema se resume en un reclamo injustificado, hormonal, de las mujeres contra los hombres. Pero, sobre todo, tan machista, y lo digo con todas sus letras. ¿Que las palabras ‘equidad’ y ‘empoderamiento’ “no eran ni son necesarias”?
Después de respirar hondo entendí que este señor me estaba ayudando a entender uno de los principales problemas que enfrentamos como sociedad: establecer juicios de valor mirándonos el ombligo. Es bien fácil opinar desde nuestra silla, desde nuestro entorno, desde nuestros zapatos sin polvo. Lo difícil es no solo ponerse el zapato del otro, sino caminar con ellos un buen tiempo y entender lo que duele, aprieta, hace herida.
En la presentación del ranking PAR que hizo Aequales, una empresa peruana pero reconocida en el mundo y comprometida por la equidad, escuchaba al economista e investigador Hugo Ñopo, jefe de la Organización Internacional de Trabajo (OIT) para América Latina y el Caribe, diciendo fuerte y claro que uno de los principales problemas que enfrentamos en el camino hacia la equidad es juzgar el problema sin una empatía real. Pensamos que “no estamos tan mal” o que “todo este discurso del empoderamiento es una exageración”, porque quizá no la hemos sufrido. Pero una buena fórmula para salir del ombligo es ser conscientes de algunas cifras.
A nivel mundial hay una brecha de género promedio de 32% que va a tomar 108 años en cerrarse, según el Global Gender Gap Report del Foro Económico Mundial. En el caso del Perú, tres de cada diez líderes de empresas son mujeres, principalmente en pymes. Si hablamos de ingresos, la brecha existente no ha tenido mayores variaciones en los últimos 10 años y las mujeres siguen ganando 30% menos que los hombres. Y si bien hay varias empresas que están trabajando para cambiar estas cifras, vamos a paso lento, quizá porque donde más tenemos que cambiar el chip es en el hogar, practicando y enseñando la equidad desde casa.
Dejemos de pensar con el ombligo y activemos ojos y orejas para informarnos, boca para mostrar postura, corazón para comprometernos, hígado para indignarnos, piel para despertar empatía, cabeza para balancearlo todo y dejar de opinar para comenzar a hacer. //