Preguntas infinitas, por Pedro Suárez-Vértiz. (Ilustración: Nadia Santos)
Preguntas infinitas, por Pedro Suárez-Vértiz. (Ilustración: Nadia Santos)
Pedro Suárez Vértiz

La infinidad es el lienzo perfecto para pintores y compositores. Es un insumo increíblemente fructífero. La no limitación es lo que permite que la creatividad se explaye. Eso hace tan productiva a la imaginación. Por eso tendemos a simpatizar desde niños con la idea de lo inacabable. Porque ahí es donde realmente calza el espíritu.

El infinito es el pensamiento o idea más romántica en la mente humana. No en vano la inmortalidad es la meta de toda religión. Fernando de Szyszlo decía que la poesía tenía el don de comprimir grandes explicaciones en poquísimas palabras. Nunca lo olvidaré. Porque el arte es un mensaje para el espíritu y no para la razón. La ciencia no golpea el alma como el arte, pues en el fondo lo que el humano quiere satisfacer son las necesidades espirituales y no las racionales, aunque parezca al revés.  

El hoy rector de la Universidad de Lima fue mi profesor de Semiótica. Óscar Quezada Macchiavello se llama, y él era más audaz aún. Decía que hasta una sola palabra podía dejarnos pensando todo el día. Él citaba un poema de Vicente Huidobro de 1919, que hablaba de un tal Altazor: “infinauta”. Se me marcó tanto esa palabrita –que significa viajero del infinito–, que cuando escuché la apreciación de Szyszlo le di toda la razón. Infinauta resumía en nueve letras todo mi ser.  

Es inevitable no filosofar sobre el infinito, pues la curiosidad humana en sí también es infinita. En el aspecto formal, el infinito está vinculado a los números, ya que esa es la manera más fácil de concebirlo. ¿Quién no se ha preguntado alguna vez de niño cuál es el número más grande que existe? Siempre va a existir un número más grande que el que puedas imaginar. Esta es la primera concepción y quizá la más notoria, para visualizar el infinito. Un error común en los pasos tempranos del entendimiento es creer que el infinito es definible matemáticamente.  

La matemática británica Eugenia Cheng afirma: “Es más o menos la cantidad de números que hay, pero esta es una manera furtiva de evitarlo porque en realidad no tenemos que decir cuántos es, pero son todos esos…”. Se da a entender que es una idea multidimensional, mas no algo relacionado con la cuantificación.  

Si observamos al infinito de otra manera, aun en el campo numérico, podemos definirlo como “la cantidad más pequeña del mundo”. Simplemente hay que imaginar que le sacamos la mitad a un número, luego la mitad a su mitad y así sucesivamente. El infinito pertenece a ambos lados de la polaridad numérica.  

El infinito es una noción sumamente abstracta. La RAE lo define como: “Que no tiene ni puede tener fin ni término”. Pero el concepto en sí va más allá. El infinito también tiene como alternativa para definirse la concepción de las dimensiones. Más específicamente: la décima dimensión. Los humanos y nuestro universo somos entes de la tercera dimensión. Es nuestra realidad.  

Pero la ciencia se complica muchísimo. La décima dimensión, por ejemplo, es parte de la teoría de las cuerdas, de Jöel Scherk, físico francés, y John Henry Schwarz, físico teórico estadounidense. La teoría de las cuerdas postula que hay vibraciones que finalmente constituyen las posibilidades de nuestra realidad. 

La décima dimensión es el conjunto de todas las realidades de todos los universos de todas las líneas de tiempos y todas las posibilidades asimiladas como un solo todo. Es decir, el infinito de todo lo infinito.  

La cosmóloga Claudia Andrea López, de la Universidad de Palermo, Argentina, regresa al inicio de la intelectualidad: “El infinito aparece por primera vez en la civilización griega con Anaximandro, s. VI a.C., de la escuela de Tales de Mileto. Anaximandro proponía que la primera sustancia de la cual están hechas todas las cosas es el ápeiron, que concibió como algo neutral, imperecedero, infinito, ilimitado”. Me gustó muchísimo esa explicación porque se aproxima a la sensación llamada Dios. 

Finalmente, nuestra realidad se sigue expandiendo más allá de lo digerible por el hombre. Por eso el arte siempre me ha dado más respuestas que la ciencia. 

Esta columna fue publicada el 21 de julio del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

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