Uno podría pensar que Dina Boluarte, en efecto, no tuvo la intención, por lo menos consciente, de soltar la desafortunada frase “Puno no es el Perú”. Dándole el inmerecido beneficio de la duda, podría asumirse que el suyo fue un resbalón en medio de una declaración en vivo. Sin embargo, considerando el contexto crítico que atravesamos, los muchos compatriotas fallecidos solo en esa región por munición policial, y su lapsus anterior (“no se entiende qué están pidiendo”, dicho luego de enterarse de la muerte de una víctima en Puno el 9 de enero), considerando todo eso, el desliz del martes pasado equivalió a verter un largo chorro de gasolina sobre una pradera ya incendiada. Advertido el error, ella misma debió haberlo corregido de manera personal, pero al usar la cuenta de la presidencia en Twitter, más que subsanar el fallo, acabó subrayándolo. Para colmo, las ‘disculpas’ apuntaban a la “mala interpretación” que de la declaración podría haberse hecho más que a la penosa frase en sí misma. Es decir, hasta en su forma de rectificación hubo insolencia.
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Más allá de su nulo peso político, y de estar atrapada en la inconveniente paradoja de haber surgido de una plancha de izquierda cuyas reivindicaciones sociales hoy se ve en la obligación de ningunear con improvisado tono derechista, lo que claramente le falta a la presidenta Boluarte es cambiar su discurso en cuanto a tono, contenido e intencionalidad. Tal vez sus asesores podrían facilitarle algunas lecturas que funcionen como gimnasia espiritual antes de irse a descansar (si es que hay descanso posible con más de sesenta muertos en el armario). Pienso, por ejemplo, en los textos de Cinco metros de poemas de Carlos Oquendo de Amat (“Tuve miedo/ y me regresé de la locura/ Tuve miedo de ser/ una rueda/ un color /un paso./ Porque mis ojos eran niños/ y mi corazón/un botón más de mi camisa de fuerza./ Pero hoy que mis ojos visten pantalones largos/ veo a la calle que está mendiga de pasos”). O en los versos de Gloria Mendoza Borda, la poeta de los Andes del Sur (“…bajo la cabellera azul del Titicaca/ arengaba a las estrellas ribereñas/ para que los zorros no se coman/ a los muertos/ para que los muertos no mueran/ de tanta muerte…”). O en alguno de los discursos parlamentarios de José Antonio Encinas (recopilados en el 2013 por el sociólogo Guillermo Nugent), como aquel donde, después de hacer referencia al Jean Valjean de Víctor Hugo, afirma: “… aquí con frecuencia, un pobre obrero, un indígena, comete un delito por una premiosa necesidad de la vida y, entonces, sobre él caen desde el guardián del orden público hasta las leyes penales…”. O en los panfletos políticos de Federico More, incluso en sus eruditas crónicas gastronómicas recogidas en ese magnífico volumen que es Del buen comer y beber, donde More, en 1953, hablaba así de la quinua: “…somos dueños de la quinua, uno de los cereales más alimenticios del mundo. Los que no saben comer dicen que es alimento para pollos. Nosotros hemos ensayado el pato con quinua. Vale tanto como el pato con arroz. Hay la quinua con leche y el chupe de quinua. Y hay la quinua atamalada o tamalizada, como habría dicho un literato de hace cuarenta años, que se engalana con huevos duros y aceitunas…”. O cualquiera de los libros que María Rostorowski, quien habiendo nacido en Lima siempre enfatizó su “puneñidad”, puesto que era hija, nieta y bisnieta de puneños y fue, como ella misma reconoció, concebida en Puno (“creo que de ahí viene ese profundo sentimiento andino que tengo”).
Y si la presidenta no quiere leer nada de esto, al menos podrían colocar en su despacho de Palacio un colorido cuadro o alguna litografía de Víctor Humareda (sugiero las cinco litografías de la serie Los tribunales) o bien una de las espectaculares fotografías que Martín Chambi capturaba con luz natural y que tan bien reflejan la diversa y compleja identidad nacional.
Puno es el Perú, señora Boluarte, igual que cada región, ciudad, cuadra y centímetro de este país, y además de ser un bastión aguerrido, es cuna de algunos de nuestros hombres y mujeres más sensibles. En estos días oscuros haría usted muy bien en consultar su obra. //