Gladys Tejeda: Medalla de oro en Maratón femenina. (Foto: Giancarlo Avila / GEC)
Gladys Tejeda: Medalla de oro en Maratón femenina. (Foto: Giancarlo Avila / GEC)
Renato Cisneros

Desde hace poco conduzco, en RPP TV, un programa semanal llamado ¿Cómo somos los peruanos?, cuyo objetivo es trazar una radiografía de nuestra identidad. De un tiempo a esta parte, el debate sobre lo que somos o buscamos ser ha dejado de ser materia exclusiva de la academia y se ha trasladado con naturalidad al espacio público, como si de pronto existiera entre los peruanos un interés genuino por desentrañar su forma de ser, su origen, sus raíces.

Ahora bien, la pregunta ‘¿cómo somos los peruanos?’ es claramente engañosa; primero, porque en 50 minutos televisivos es imposible atacar la complejidad de la interrogante; y segundo, porque no existe una única forma de ser peruano; somos tan variados, tan geográfica y anímicamente diferentes, que cualquier definición general de nuestra personalidad caería pronto en la falacia. El ejercicio del programa, no obstante, viene resultando de lo más fructífero y entretenido. Al hablar de fútbol, humor, gastronomía, creatividad, inclusión, religión, amor, memoria, entre otros temas –siempre con especialistas de cada ámbito–, rápidamente se pone en evidencia cuán contradictorios que somos. Contradicción entendida no como paradoja eventual, sino como incoherencia absoluta. Ese es nuestro sello de agua, nuestra herida, nuestra marca idiosincrática, nuestro máximo factor común. Quizá términos sociológicamente más aceptados como ‘diversos’, ‘contrastados’ o ‘plurales’ sean formas amables o condescendientes de referir ese gen contradictorio que a veces llega a límites esquizofrénicos.

¿Cómo es posible, por ejemplo, que el mismo país que organizó con brillantez unos Juegos Panamericanos memorables, que nos ha dejado a todos una sensación de grandeza a flor de piel, tenga en simultáneo tantas rémoras políticas reunidas en el Congreso? Para reducir la analogía: ¿cómo es posible que el país de sea el mismo de ? ¿Estamos compuestos los peruanos por iguales dosis de Tejeda que de Arimborgo? Lo tentador es responder que sí y asumir que la peruanidad, o lo que eso signifique, está definida por ambos personajes, y que así como destacamos por nuestro pundonor también lo hacemos por nuestra ignorancia. Lo más exacto, sin embargo, quizá sea decir que la peruanidad ocupa el espacio existente entre los extremos citados: no se puede ser Tejeda y Arimborgo a la vez. O no todo el tiempo.

Ellas son el exabrupto, la hipérbole, el síntoma llamativo de fenómenos contrarios entre sí; nosotros solo somos la grisura del medio. Ni tan aguerridos como la atleta huancaína, que debió superar un entorno humilde y machista antes de convertirse en la reina de la larga distancia; ni tan pobres de argumentos como la parlamentaria fujimorista, célebre por afirmar que el enfoque de género “induce” a niños y jóvenes “a tener disforia de identidad sexual”, con efectos que, según ella, van desde el suicidio hasta el sida y el cáncer. Y no es que tales sustantivos se le escaparan a Arimborgo una tarde de mal humor en el Pleno; no, los escribió, uno por uno, ¡en un proyecto de ley! (el número 03795). Solo por ese antecedente, confiarle la presidencia de la comisión de Educación, más que un desafío al Ejecutivo, es un atentado al sector. Parte del espíritu de toda sociedad, creo, se mide, decanta o revela por lo que hacen sus ídolos tanto como por lo que hacen (o dejan de hacer) sus políticos. Los primeros son adoptados; los segundos, elegidos. Unos llegan a la cumbre por mérito propio; los otros, por culpa nuestra. Pero por más distintas que sean sus actividades y performances, juntos dicen algo del medio en el que sobresalen y del país que los vio nacer y los contiene.

En resumen: no podría colegir cómo somos los peruanos todo el tiempo, pero a la luz de los eventos de estas últimas semanas diría que somos mezquinos, resignados, débiles de perspectiva y huérfanos de moral. Eso, pero también todo lo contrario. //

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