"Signos criminales", por Pedro Suárez Vértiz. (Ilustración: Nadia Santos)
"Signos criminales", por Pedro Suárez Vértiz. (Ilustración: Nadia Santos)
Pedro Suárez Vértiz

La cabeza detrás del asesinato de la embarazada actriz Sharon Tate y seis personas más en Los Ángeles, en 1969, fue Charles Manson, hijo de una joven alcohólica que no se hacía cargo de él. Luego formó una secta, convencido de que los negros le declararían una guerra apocalíptica a los blancos. Después de 36 años tras las rejas, se declaró que “Manson podría dañar a cualquiera que mantenga contacto con él”. Manson murió en la cárcel el año pasado.

Jim Jones, el fundador del Templo del Pueblo, organizó un suicidio masivo en 1978, en Jonestown, Guyana. Novecientas personas se quitaron la vida tomando cianuro diluido en bebidas tras la orden de Jones, quien venía años hablándoles sobre el suicidio. Jones les lavó el cerebro a sus seguidores y logró uno de los suicidios colectivos más grandes de la historia.  

Jack el Destripador aterró a Londres en 1888, tras asesinar y descuartizar a cinco prostitutas. Nunca fue capturado. Liberaba sus impulsos sádicos destripando a sus víctimas. Era muy inteligente, según Robert K. Ressler, ex agente del FBI. En su libro Asesinos en serie, escribe: “Una escena del crimen desorganizada refleja la confusión en la mente del asesino. El delincuente no posee la claridad mental suficiente como para mover u ocultar el cuerpo. Pero Jack el Destripador era una persona organizada, brillante y despiadada”.  

Los asesinos tienen trastornos psicológicos, mayormente cuando se trata de un asesino en serie o un torturador. Los que actúan por impulsos del momento son los asesinos que se ven, por lo general, en televisión llorando y pidiendo perdón al ser sentenciados. Concluí entonces que existe el asesino ‘de vocación’ y el asesino circunstancial.  

Pensé que mis pánicos, hipersensibilidad, fobias al ruido y a las muchedumbres eran parte de mi condición neuromuscular. Pero mi psicóloga Flavia Badani me dijo que había un señor que en dos cachetadas me quitaba todo. Pensé que iba a encontrarme con un viejito que se quedaba dormido. Pero no. Era un robusto cincuentón que, créanlo o no, me curó en seis meses sin tomar calmantes. Su nombre: Eduardo Gastelumendi. Presidente, cuando tiene tiempo, de las sociedades de psicoanálisis y psiquiatría del Perú. Un monstruo.

Ya somos patas, sobre todo porque ama la música y sus hermanos e hija son músicos. Abusando de su conocimiento, le pregunté:  

—¿Quiénes son, y quiénes no, asesinos?

—Una prueba psicológica de resultado aprobatorio no garantiza que el evaluado no vaya a asesinar a alguien. Hay personas muy hábiles para esconderse del psicólogo, como algunos psicópatas. Se pueden evaluar los rasgos impulsivos, pero no su magnitud. Una situación que vuelve a alguien muy impulsivo son los celos patológicos. Por ello, en algunas legislaciones el homicidio por celos es un atenuante.

—¿Entonces un asesino no es obligatoriamente un loco?

—Un asesino no tiene que tener una patología psiquiátrica. Muchos esquizofrénicos, bipolares, depresivos, maniacos o adictos no son asesinos. Pero hay patologías de carácter que son muy violentas, como algunas personalidades impulsivas, narcisistas, querellantes y psicopáticas. Aun así, no es necesario tener estos diagnósticos. Un asesino puede ser una persona que se sale de los cabales. Que se vuelve impulsivo por celos, situaciones extremas o intoxicaciones con sustancias que lo aceleren, como la pasta básica de cocaína o las anfetaminas. Los más ‘normales’ no dejamos que los impulsos se desborden tanto.

—¿Cómo se originan las psicopatías?

—La psicopatía es un trastorno de carácter que tiene algún origen genético y en la primera infancia. Son personas que afectivamente no llegan a empatizar con el otro. No les importa, pero hacen como si les importara. Creen que hay ‘astutos’ como ellos y ‘tontos’ como los que seguimos las reglas. Incluso, su fisiología es distinta: ante el detector de mentiras, los psicópatas auténticos no muestran alteraciones cardiacas ni respiratorias ni de presión ni del cambio de conducción eléctrica de la piel.

—¿Se puede volver alguien psicópata?

—Hay una psicopatía defensiva. Niños que aprenden a no creer en nadie porque no hay un padre que marque un orden... todo es posible para ellos. Entonces vas aprendiendo a ser así, como una defensa frente a una sociedad que te abruma o frente a impulsos que no has podido ordenar.

Esta columna fue publicada el 09 de junio del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

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