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Machu Picchu
Redacción EC

Como la clásica postal, es fácil quedarse embobado con la estampa noble de , esa que se aprecia en toda su gloria desde el mirador de la Casa del Guardián, y dejar en un oportuno fuera de campo mental las 14 toneladas de basura que la actividad turística genera a diario en la ciudadela y en su pueblo más próximo. Desde hace años, el problema principal de la Montaña Vieja, que es el nombre en castellano de la ciudadela inca más famosa del mundo, son esos daños colaterales que ocasiona la fuerte carga de visitantes que en el 2018 alcanzó el número de 1’419.279, según datos de y del .  

Testimonios de esta actividad están ahí para el que tenga ojos; por ejemplo, las pequeñas botellas de plástico, residuos de la hidratación necesaria de un día agotador. Hasta el 2016, la ciudad tenía una única máquina que picaba botellas y que procesaba poco más 1.700 kilos de estas al mes. La situación de la basura alertó a la Unesco ese año e hizo saber que la clasificación de Patrimonio de la Humanidad peligraba si no se ponía atención a ese grave asunto. Gracias a una iniciativa de la empresa privada, en concreto del grupo multinacional de bebidas y la empresa de ecoturismo y hoteles , se consiguió aliviar en gran medida el problema con la donación de una planta compactadora de plástico, ubicada en la zona aledaña conocida como Puente Ruinas, lo que permitió aumentar el reciclaje de botellas hasta en 500%. Todo eso con participación clave de la Municipalidad de Machu Picchu, ejecutora de los planes de gestión de residuos.

Las botellas de plástico, conocidas como PET en el mundo del reciclaje por su consistencia química (tereftalato de polietileno), ahora se compactan tan bien que su traslado en el tren de carga es mucho más sencillo que hace algunos años: con el proceso se reduce el volumen que ocupaban hasta en cuatro veces. Estas toneladas de plástico se sacan luego de Machu Picchu y pueden ser vendidas y así generar ingresos, pues es un material que puede ser fácilmente re usado para otros propósitos.  

El difícil reto hacia una ciudad sostenible
La segunda parte del plan de gestión de residuos que manejan las empresas mencionadas y la municipalidad empezó este año, en el mes de marzo, con la inauguración de la primera planta de transformación de aceite en biodiésel y glicerina. El problema lo explica Jorge López-Dóriga, director ejecutivo de Comunicaciones y Sostenibilidad del grupo AJE: “Hay más de 100 hoteles y restaurantes turísticos en esta zona y todo el aceite de cocina que usan acaba en el río. Son unos dos mil litros diarios que se vierten en sus aguas”, indica. Un solo litro de aceite usado puede contaminar hasta mil litros de agua. La solución que han alumbrado es una planta que transforme este aceite en biodiésel, que genera un 40% menos de CO2, es decir, contamina menos. Otras características de la máquina permitirán producir glicerina, que puede ser usada como material de limpieza orgánico para barrer las calles de piedra o los muros, por ejemplo, y así dejar de usar jabón químico.

En la inauguración de la planta, ubicada en las inmediaciones del Machu Picchu Pueblo Hotel, de Inkaterra, se indicó que corresponde a la municipalidad de la zona la tarea de concientizar a la población para que entregue el aceite de cocina usado, como ya lo han venido haciendo con éxito desde hace semanas. En promedio, se viene recolectando 600 galones de aceite de cocina al mes, que producen unos 20 galones diarios de combustible biodiésel.

Los esfuerzos de estos modelos exitosos de participación de la empresa privada con el Gobierno Municipal de Machu Picchu buscan que este lugar sea considerado en un futuro mediano una ciudad sostenible, que brinde una alta calidad de vida a sus habitantes y visitantes y que maneje sus recursos naturales, mitigando el impacto negativo de la actividad humana. Primeros pasos de un futuro que se avizora prometedor. 

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