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Cita
Ana Núñez

RENATO CISNEROS
PERIODISTA Y ESCRITOR

En agosto de 1999 recalé en la entonces poblada redacción de “Deporte Total”, donde permanecí cinco años disfrutando de un viejo sueño cumplido: escribir sobre fútbol. Nos reíamos tanto en DT que a veces, por las mañanas, al salir de casa, me daba la sensación de estar yendo a cualquier parte menos al “trabajo”. Pasé otros cinco años en Política, cubriendo campañas electorales y siguiendo el día a día del Congreso. Mi último año, en cambio, lo viví al frente de una página juvenil que fue desarticulada al poco tiempo. Pero todo eso es secundario. Lo importante es que El Comercio me dio amigos muy queridos y amplió mi horizonte. En la calle, gracias a que fui reportero, conocí personajes inolvidables, entendí las complejidades del país y me sentí parte de ciertos momentos considerados históricos. Uno volvía de las comisiones y escribía impulsivamente para un lector que ni siquiera sabías si existía. No había redes, no había feedback, no había certeza de que te leyeran y, sin embargo, uno luchaba por horas con la máquina por darle algo de singularidad hasta a las notas breves de 300 caracteres. Algún día escribiré una novela sobre mis años en el Decano. Sobre lo que vi y lo que escuché. Ojalá después me continúen abriendo las puertas con el mismo cariño.

MARIO FERNÁNDEZ ‘EL TIGRE’
PERIODISTA


De la carillas de hace 50 años al mundo digital de hoy. En estas doce palabras encierro mi vida periodística en El Comercio. Lo primero que me atrapó del Decano fue su Geniograma. Era abril de 1960 y cursaba quinto de secundaria en el colegio nacional Ignacio Merino de Talara. No imaginé jamás que tras mis estudios de periodismo en la Escuela de la Pontificia Universidad Católica llegaría a El Comercio ocho años después. Tenía 25 años frente a un promedio de edad altísimo de 45 en su redacción. Recuerdo que comencé en Provincias, luego Locales, Política, Cultural, Mesa de Edición, coordinador de Editorial, para acabar finalmente en Deportes. Un mundo de episodios enlazados en el tiempo como se pierden las lágrimas en un día de lluvia. Años de ruidos de tecleos de máquinas Remington, de tintineos en los teletipos, de cierres tardísimos con lo último del acontecer político o un partido de fútbol, de escuchar puteadas, de viajes y, hoy, de estar asombrado por esta revolución tecnológica de información digital que no tiene fin…

SILVIA MIRÓ QUESADA
COMUNICADORA Y EDITORA DEL CENTRO DE DOCUMENTACIÓN


A mí desde pequeña me gustaron, sin saberlo, las comunicaciones. Una de mis primeras inspiraciones fue Pablo de Madalengoitia, que era casado con la única hermana de mi mamá. A él acudía cuando tenía dudas o inquietudes sobre las cosas que sucedían y, además, él me llevaba siempre a la televisión. Así que, por un lado, estaba mi fascinación por la cultura visual y, por otro lado, mi familia tiene El Comercio, así que también me apasionaba la letra y la tinta. Después de pasar por un par de agencias de publicidad, yo entré como practicante a El Comercio. Gladys Ibarra (secretaria) todavía me recuerda entrando con mi vestido rojo con lunares blancos y la espalda descubierta. Una de las primeras entrevistas que hice, y por la que me gané el premio Padre Urías, fue a José Antonio Onrubia, un empresario que estuvo secuestrado durante cinco meses por el MRTA dentro de un contenedor. Tengo ya 38 años de aprendizaje puro. Todo lo que he vivido, desde mi matrimonio, mi maternidad, etc., todo ha sido acá. Lo que más valoro es el tema humano, conocer a las personas, hablar con ellas. Me encanta y cuando entran a mi oficina y me conversan, siempre les agradezco por la confianza. Realmente siento que voy a seguir trabajando acá mientras pueda seguir teniendo estas conversaciones maravillosas con las que, siento, aprendo cada día y puedo ponerme una perspectiva en la vida. Eso me gratifica mucho.

ALFREDO KATO
PERIODISTA


Entré a El Comercio en abril de 1984, a la sección Espectáculos. Hasta entonces trabajaba en La Prensa, un diario que se disputaba la lectoría con El Comercio. El Diario iba a entrar en una nueva etapa, porque cambiaba al uso de las computadoras en lugar de las máquinas de escribir. Algo que siempre me hace sonreír y me llena de satisfacción es que yo tenía una columnita que se llamaba “Mirador”, la sección en la que hablaba sobre los programas de televisión. Al público le gustó muchísimo y fue una de las más leídas de todas las secciones. Una mañana yo salía en comisión, estaba bajando las escaleras, cuando veo que subía el doctor Alejandro Miró Quesada, quien codirigía en ese momento El Comercio. Para saludarlo, lo esperé en el descanso de la escalera. Allí me dijo: “Alfredo, ¿sabe usted qué es lo primero que lee mi esposa y me lo lee en voz alta todas las mañanas cuando estamos desayunando?”. Yo le digo: “No, doctor”. “Su columna”, responde. A mí me llenó de mucha alegría y satisfacción eso... Fue una época muy bonita la que viví en El Comercio.

FERNANDO TUESTA
PROFESOR PRINCIPAL DE CIENCIA POLÍTICA DE LA PUCP


En casa, papá se encargaba de comprar el pan, la leche y El Comercio. En aquel entonces, yo leía el periódico al revés de hoy y en el piso, pues el tamaño era grande como para un niño. Empezaba por los deportes, para saber de mi Alianza Lima. Pero nunca olvidaré las carátulas de los golpes de Estado, en 1968 y 1992. Felizmente que el único golpe que ahora conozco es cuando Próspero, el kiosquero del barrio, lanza el periódico cerca de mi puerta, que es cuando empieza el día con El Comercio. Como en aquellos tiempos de los desayunos con papá.

MARIO CORTIJO
PERIODISTA

Alejandro Miró Quesada fue mi profesor del curso de Introducción al Periodismo, en la Universidad de Lima. Un día, la clase era sobre la entrevista y teníamos que entrevistar a cualquiera, menos a él. Tenía que ser una persona importante, de notoriedad. En ese momento, el Diario estaba confiscado por los militares. El tema es que yo terminé haciéndole la entrevista a la persona a la cual no se le podía hacer la entrevista, usando la técnica de cómo hacer la entrevista imposible. Le pedí que me jalara de la universidad a una oficina que tenía en Miraflores. En el camino, con una grabadora gigantesca de los años 70, grabé toda la conversación y se la presenté. Se mató de risa y me puso 18. Después de un tiempo, lo busqué formalmente para otra entrevista de otro curso e hice lo que me enseñó. Hice todas las preguntas fregadas. Por ahí le dije: “Entonces, doctor Miró Quesada, para usted, ¿los militares tomaron el diario El Comercio para simplemente ejercer su posición de dominio ante la sociedad y defender sus subalternos intereses?”. Miró Quesada me dijo: “Sí”. “¿Y a qué subalternos intereses defendía el periódico cuando estaba dividido?”, repregunté. Entonces el hombre se molestó y me dice: “Usted es Cortijo, ¿en qué ciclo está?”. “Qué pasa, doctor”, le pregunto. “No, no”, me dice, “si algún día me devuelven El Comercio, como parece a usted importarle [el Diario], me gustaría buscarlo para que trabaje ahí”. Nos reímos y mira... pasó el tiempo, el medio se lo devolvieron en julio del año 80 y en octubre de ese año entré a El Comercio y me quedé 35 años.

FERNANDO VIVAS
PERIODISTA


Antes de entrar a El Comercio no era un gran lector del Diario. Era muy conservador para mi gusto. Por eso fue un reto que me jalaran de Caretas, y lo hicieron porque querían no una renovación, sino pluralidad. El primer encargo que me dieron fue el de responder las cartas de los lectores. Era algo que no estaba en planes, un trabajo editorial anónimo. Luego he tenido una columna semanal, hasta ahora, que es una columna política, de temas de momento. Muchas veces he discrepado de la línea editorial y algunos de los colegas adentro a veces lo veían como una temeridad mía, porque hubo momentos fuertes... Por muchos años era un periodista que trabajaba en El Comercio en bronca con la línea oficial. Un disidente. Pero descubrí que contaban con eso, que lo alentaban. Estar en El Comercio es el trabajo más largo que he tenido en mi vida. Ya me siento más identificado. Tal vez para mí el mayor valor es haber sido el disidente interno que justificaba el Diario. Y haber sobrevivido a eso.

NORA PESANTES
PERIODISTA


El diario es mi vida. Mi casa. Ahí he vivido cerca de 40 años. Me decían “por qué no compras una cama y te quedas aquí [en el Diario] a dormir”, porque yo vivía casi ahí. Ahí he conocido a gente maravillosa. Recuerdo de cada persona, una cosa. La etapa que recuerdo con más cariño, con más alegría, es mi época de reportera local. El salir a la calle, entrevistar a cada personaje. Yo entré como practicante en octubre del 62 y en mayo del año siguiente pasé a planilla. En ese tiempo las reporteras no salían mucho a la calle, pero yo exigí que me dieran el mismo trato que a los demás. Que me den trabajo de calle. Me da muchísimo gusto cada vez que abro el periódico y veo que cada vez hay más periodistas mujeres. Eso me encanta.

FRANCESCA DENEGRI
ESCRITORA Y CATEDRÁTICA


A mi casa traía El Comercio todos los días don Pedro, un cajamarquino que por las tardes era canillita. Yo no me perdía las lecturas de la página de espectáculos, repleta de fotos de personajes de la farándula de entonces, tanto más cercanos y entrañables que los de ahora. Las fotos y las noticias de Camucha Negrete con sus ojos enormes y pintadísimos, sus tacones altos negros y su minifalda ajustada eran un desafío permanente para esta lectora de colegio de monjas que crecía con un deber ser femenino discreto y asexuado, cuyo modelo era el de las damas rosadas de la beneficencia y San Camilo. Una imagen que me marcó de esas largas mañanas con El Comercio abierto sobre la mesa fue la del primero de junio de 1970. El día anterior había sido el terrible terremoto que asoló todo el Perú. Pero también había sido la inauguración de México 70 y para festejarlo habíamos salido con la familia entera en caravana de autos por todo Miraflores, tocando claxon y cantando Perú campeón. Cuando vi en el diario las imágenes de la tragedia en Huaraz y Yungay, con sus 80 mil muertos, y en simultáneo las de los festejantes en Larco, sentí vergüenza. Creo que fue la primera vez que entendí la dimensión laberíntica de lo que es ser peruana.

ALONSO CUETO
ESCRITOR


Entré a trabajar en El Comercio porque me llamó el doctor Francisco Miró Quesada Cantuarias. Es una de las personas más sabias y generosas que he conocido y aprendí mucho con él. Encontré allí a un equipo de personas muy comprometido con los ideales del periodismo y, luego de un tiempo, tuve como jefe a Bernardo Roca Rey, a quien también tengo mucho que agradecer. Recuerdo que una noche estábamos cerrando un suplemento y había un artículo sobre la música de Verdi que se demoraba. Cuando le pregunté al redactor si podía terminar a la hora señalada, me dijo que la veía “verdi”. Recuerdos como este, muchos. Para mí, El Comercio siempre ha sido una mezcla de información, opinión, entretenimiento y seriedad. Siempre estuvo en casa y no olvido de cuando mi abuela Lilly y yo hacíamos el Geniograma. Es parte de nuestras vidas.

PEDRO ORTIZ
PERIODISTA


Llegué en el año 91. Entonces, yo no conocía mucho del Diario, pero –como todos– pensaba que esto era una cosa muy seria. Muy solemne. Que la gente era muy encopetada, muy almidonada. Luego de pasar mi prueba y todo, me llevaron a la sección Deportes. Llego y lo primero que veo es un diagramador que estaba desparramado sobre una silla, burlándose de otro redactor. Pensé: “Qué es esto, dónde estoy”. Esa fue mi primera impresión: no era lo que pensaba. El Diario es mi segunda casa por un montón de razones. Una, porque prácticamente estoy acá desde que estaba en la universidad, desde los 22 años. Aquí he conocido a mis mejores amigos, he conocido a mi esposa. He conocido lo bueno y lo malo del periodismo y de la vida. He aprendido las cosas buenas que se deben hacer y también qué cosas no debo hacer. He aprendido también a conocer toda la estructura del Diario. Cómo es todo el proceso desde la concepción de la noticia hasta su puesta en página, ahora su puesta en pantalla. He tenido mucha suerte de caer en El Comercio. Es, dentro de todo, un diario que te permite trabajar en libertad y en unas condiciones que otros periodistas, sinceramente, desearían.

CRISTINA PLANAS
ARTISTA PLÁSTICA


El Comercio siempre llegó a mi casa. Recuerdo que cuando era niña buscaba los chistes que venían atrás, las viñetas de Mafalda. Después, cuando estaba ya en la universidad, leía las críticas de arte de Élida Román, que siempre me entusiasmaban. La recuerdo también escribiendo sobre mí, sobre mi obra; siempre tan acertada. Siempre muy crítica y aguda. También me acuerdo de todas las épocas de mi embarazo leyendo el Diario y algo muy particular era que entre mi esposo y yo hacíamos el Geniograma, que se quedaba en casa por varios días, hasta que lo llevábamos el fin de semana a la casa del papá de Andrés, mi esposo, para ver quién había avanzado más. Llegamos al punto de comprarnos el diccionario Larousse. En el 2008 gané el premio Luces por la mejor exposición individual y esa fue una gran sorpresa para mí. Incluso encontrarme entre los candidatos fue una gran sorpresa. Es increíble y es un desafío enorme lograr mantenerse tanto tiempo vigente, como lo ha logrado El Comercio.

MATILDE CAPLANSKY
PRIMERA PSICOANALISTA MUJER DEL PERÚ


Desde mis primeros recuerdos, el diario El Comercio era el faro de la casa. Lo esperábamos desde las siete de la mañana y yo he seguido esa tradición: lo primero que hago es leer el periódico. Incluso, cuando estoy en mi casa de Máncora desespero un poco, porque demora en llegar. Tengo dos recuerdos muy fuertes que tienen que ver con El Comercio. El día que salió en primera plana la muerte de Stalin, recuerdo que mi mamá lloraba inconteniblemente, no sé si por alegría o por qué... Recuerdo también que en mi familia siempre revisábamos los anuncios de las defunciones. Decían que solo te morías cuando El Comercio lo publicaba.

ENRIQUE FLOR
PERIODISTA

Empecé a trabajar en El Comercio como reportero de los torneos semilleros, que convocaban a centenares de equipos de diferentes barrios de Lima y Callao. Mi desempeño me permitió integrar el equipo de Metropolitana. Fue ahí donde comencé a escribir sobre corrupción e irregularidades a nivel municipal, como por ejemplo la construcción de la fábrica Lucchetti, la cual contaba solo con permiso para levantar un muro perimétrico en los pantanos de Villa, pero construyó un edificio de seis pisos. Los representantes de la empresa buscaron solucionar el conflicto con la ayuda de Vladimiro Montesinos, tal como lo muestra un video. El entonces alcalde Alberto Andrade asumió la postura de defensa de los pantanos y solía utilizar los reportajes de El Comercio como elemento probatorio de las irregularidades. En el 2000 me uní a la Unidad de Investigación y pude volcar la experiencia recogida en la cobertura municipal. Descubrimos, por ejemplo, la fábrica de falsificación de más de un millón de firmas para gestionar la tercera elección de Fujimori. El Comercio es la escuela en la que me formé como reportero de investigación en tiempos en los que el Gobierno central compraba líneas editoriales.

ALDO PANFICHI
SOCIÓLOGO


Los domingos en la mañana eran días especiales. Mi abuelita Eufemia y yo (tendría siete u ocho años), echados en su cama, leíamos las noticias de El Comercio en voz alta, un rato ella y otro rato yo. Leíamos con avidez la sección política pero sobre todo las noticias internacionales, y cuando no entendía bien las historias, ella con su amplio conocimiento me explicaba paciente y extensamente. Adoraba esos momentos de complicidad, me levantaba temprano y corría en busca de El Comercio, sabiendo que la nona me estaba esperando. De esta manera ella fue alimentando mi curiosidad y mi amor por la lectura. Han pasado décadas y hoy reconozco que sigo haciendo lo mismo cada domingo, me levanto muy temprano y busco en la puerta de la casa El Comercio para iniciar el día.

PATRICIA DEL RÍO
PERIODISTA Y LINGÜISTA


Mi paso por El Comercio ha sido muy largo e intermitente. Empecé en el 98, cuando entré a reemplazar en Somos a mi hermana María Luisa, que había decidido ir a vivir un tiempo a la selva. Debo haber trabajado hasta el 2003 en planta, pero nunca me separé porque después, durante muchos años, hice la entrevista política, he sido columnista y he escrito para distintas ocasiones en que me han llamado. Entonces, creo que desde que entré hasta el día de hoy no he dejado de tener algún tipo de relación con El Comercio. Yo siempre lo he sentido mi casa. Siempre he dicho: yo aprendí a ser periodista en El Comercio. Aprendí ahí, sentada en su redacción. Todo lo demás ha sido crecimiento sobre ese aprendizaje. Nunca me olvidaré de las noches de cierre, que eran agotadoras, porque nunca salíamos antes de la una de la mañana, pero esa insólita sensación de que tu vida se resolvía en esas cuatro paredes creó un vínculo familiar con mis compañeros. Esa suerte de vida rara que tienen los periodistas nunca más la he vuelto a tener en otro trabajo.

ALONSO RABÍ
ESCRITOR


Los domingos era el día en el que todos en casa dedicábamos algún tiempo a leer El Comercio. Mi padre devoraba las secciones de Política y Economía. Mis hermanos se disputaban las novedades deportivas y de espectáculos mientras yo me sentía irresistiblemente atraído por las noticias insólitas que aparecían algunas veces en las páginas internacionales y, por supuesto, por las tiras cómicas. El Geniograma, cuando lo había, era coto de caza de mi padre, quien de cuando en cuando miraba hacia nosotros preguntando por un símbolo químico, una palabra en inglés o las siglas de algún autor que le era desconocido. Leer El Comercio tenía ese aire de ritual familiar que ahora puedo evocar con cierta nostalgia. Que muchos años después y durante una década yo haya sido parte de varias de sus redacciones, es obra del azar. Y es azar que agradezco, porque los cuento como diez años de intensa felicidad
y aprendizaje.

FERNANDO GONZÁLEZ-OLAECHEA
PERIODISTA


En El Comercio aprendí a escribir. Lo hice saliendo mucho y oyendo más. Aprendí, además, algunas otras cosas. Llegué en abril del 2008, cuando era estudiante. Mis primeros días pasaron en un ático en el que creé, junto con un puñado de amigos, una página para jóvenes. También viví en Cusco como corresponsal. La mayoría de mis años, sin embargo, los pasé en Locales, esa sección que siempre cambia de nombre y que, para mí, resume a un periódico: todo pasa, nunca hay manos, siempre en la calle, escribes de todo, en todo momento, siempre al mango. Me fui en el 2015 como me fui de la casa de mi madre: emocionado y dejando una parte de mí detrás semejante a recordatorio u ofrenda. Los jefes que recuerdo con mayor gratitud fueron Renato Cisneros, María Luisa del Río y Rolando Chumpitazi. Y a ‘Javicho’, que no fue mi jefe, pero sí un generoso guía. Aunque mis maestros se cuentan por montones: han sido fotógrafos, redactores, choferes y diagramadores. Hice grandes amigos. Conocí la mezquindad y también la valentía. Lo segundo más que lo primero, por fortuna.

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