
Desde sus comienzos, Somos fue una cantera bulliciosa de talentos disímiles, adrenalínicos, neuróticos en mayoría, que supieron brillar en sus páginas. Muchas plumas de las artes peruanas se forjaron en esta revista, que fue una escuela desde la que se intentaba retratar al Perú con rigor, belleza y toneladas de humor.
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“Para mí, Somos era la meta”, recuerda el escritor Jeremías Gamboa, autor de libros como “Contarlo todo” y “Animales luminosos”. “Era el lugar soñado donde uno quería trabajar, donde querías que aparecieran tus notas”. Gamboa llegó a la revista a mediados de los años noventa y pronto se convirtió en una de sus voces distintivas. “Yo crecí leyendo a Luis Miranda, el ‘Oso’. Era fanático de él, y luego me tocó reemplazarlo. También escribían Doris Bayly, María Luisa del Río, César Gutiérrez... Todos con estilos muy personales. Eso era lo bueno: en Somos podías escribir con tu voz”. Quien conducía esa nave de inspiración y de locura era el escritor Fernando Ampuero, que supo impregnarle un estilo divertido a la revista, lo que beneficiaba especialmente a la crónica urbana.

Patricia del Río, periodista y conductora de “Letras en el tiempo”, también recuerda esa etapa. Llegó a Somos desde la academia: era profesora universitaria cuando fue invitada a cubrir un puesto temporal. “Nunca había escrito para una revista, pero conocía bien Somos porque mi hermana era redactora”, cuenta. Por entonces, había una competencia sana entre los redactores. “El gran reto era llegar los lunes con una propuesta de tema. Las reuniones con Ampuero —y luego con el siguiente editor, Óscar Malca— eran como exámenes. Había que traer tus temas y convencerlos de que valían una portada o una nota de cinco páginas”.

La otra mitad del alma de la revista estaba en sus imágenes. Y pocos lo explican mejor que Eduardo ‘Yayo’ López, fotógrafo clave durante las décadas de 1990 y 2000. “Empecé como practicante en 1989, justo cuando la revista pasaba del blanco y negro al color”, dice. “En esa época, usábamos rollo fotográfico y había que previsualizar la foto antes de tomarla. Era difícil, pero también un proceso de descubrimiento. Cuando sentías mariposas en el estómago, sabías que ya tenías la foto correcta. Y de ahí tenías que correr a revelarla”. López capturó algunos de los momentos más memorables de Somos: desde procesiones populares hasta retratos icónicos que engalanaron sus portadas.
Cierres intensos y risas interminables
Eran épocas en que los cierres podían durar hasta la madrugada. Igual, los hombres y mujeres de prensa se las ingeniaban para crear estrategias que relajaran el ambiente laboral. “Lo que recuerdo de los cierres es que eran intensos, pero también muy divertidos. Tomábamos mucho café, fumábamos todo el tiempo, y luego todo se juntaba con el olor a pollo a la brasa, porque también comíamos y reíamos. Era un equipo muy gracioso. El ambiente laboral era una especie de nave de los locos, con sus propias chapas y códigos”, recuerda el periodista y escritor Dante Trujillo, actual director del Fondo de Cultura Económica. Uno de los momentos que más rememora eran las largas discusiones al escoger los titulares de los artículos. Llenaban una pizarra con los posibles candidatos y se armaban debates que inevitablemente conducían a las risas.


En la época de Óscar Malca, ya en los años 2000, la revista adquirió un perfil combativo y especial: se privilegiaban los temas culturales y contraculturales —si cabe la paradoja—, además de artículos sobre arquitectura, música y moda. Esta última área fue asumida por la periodista y escritora Lorena Salmón. “En ese momento, eso era rarísimo. No existía el periodismo de moda como lo conocemos hoy. Había una pareja de chicos, Gerardo Larrea y Antonio Choi Kay, que hacían editoriales, y a mí me tocaba escribir el texto. Esa puerta me la abrió Somos”, recuerda la también autora de libros sobre bienestar.
Al siguiente editor, Eduardo Lavado, le tocó conducir una nueva generación de periodistas talentosos, ya instalados en la lógica del periodismo multiplataforma y web. Empezaba la transición fuerte hacia lo digital. Lo seguiría en esa responsabilidad la periodista Rafaella León, quien recuerda la tradición casera de leer Somos: “Tengo pocos recuerdos tan nítidos de mi adolescencia noventera como el despertar cada sábado antes que todos y enrollarme en el sillón de la sala para leer mi Somos. Fue entre sus páginas que descubrí el valor de las palabras”. Años después, cerró el círculo al convertirse en editora: “Tuve la fortuna de cuidar, como si fueran mías, las palabras de grandes cronistas a quienes admiré desde chica y con quienes cultivé amistad para siempre”, dice León.
Su hermano, Ricardo León, autor del libro “Alias Jorge” y también ex periodista de la revista, lo describe con una metáfora que condensa todo el espíritu colectivo: “Una revista es un artefacto único y múltiple a la vez. Es periódico, libro, galería, mural... un ornitorrinco de papel. Lo que retengo son los ruidosos jueves de cierre, las voces amigas en reuniones que felizmente se prolongaban, los gritos de algún jefe pidiendo que cambies esa foto, el microclima periodístico donde escribíamos sin prisas, pero sin pausas. Una revista que empezó a circular cuando el país era un charco de pesimismo está condenada a perdurar. Eso somos.”

Y si alguien encarna la dimensión aventurera del periodismo narrativo de esa época es Gabriela Machuca, quien escribió durante doce años para Somos y lo resume así: “Vivir una semana en medio del Atlántico Sur para recorrer las Malvinas. Ver despegar un cohete en Cabo Cañaveral. Fundirse en los carnavales de Recife. Cabalgar por el desierto de Paracas. Tomar café con un magnate en Seattle y luego con un pescador en Villa María del Triunfo. Escuchar a Jane Fonda hablarme de Machu Picchu. Eso y más significó escribir para Somos”. //






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