Como el Manto Sagrado que respetan los cristianos de todos los tiempos, la camiseta que usaron Los Potrillos de Alianza Lima en 1987 sostiene su fe. La aviva. La eleva. Sobran las razones: ese modelo Puma de listones anchos en blanco y azul es la chompa que se llevó al cielo el secreto de cuánto jugaban esos futbolistas. Hasta dónde habrían llegado. Qué hubiera pasado con la selección peruana si Luis Escobar o Pacho Bustamante o José Casanova no tomaban ese avión de vuelta desde Pucallpa. Es un símbolo, también: es la camiseta con que se los dibuja en murales de los barrios y la estampita que los niños de 1987 -que son padres en el 2021-, evocan en la memoria. Y es una incógnita, además, solo vista en los VHS de la época en que para ver fútbol había que esperar el resumen de los noticieros donde se los veía correr, Potrillos pura sangre, con soundtrack de esa música alegre para calmar la tristeza que dice: “La gente de Alianza Lima se va, se va...”.
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Esa camiseta, como todo el plantel principal que dirigía el Oso Marcos Calderón, se perdió en el mar, no en el amar: eran años en que los jugadores recibían solo dos juegos que incluían chompa, short y medias a inicio de campeonato. No había más stock. No se hacían modelo “estadio” o “jugador”. La Casa Merkur las vendía directamente a los dirigentes. Y como en cada viaje se llevaban esos dos juegos, utileros previsores, es prácticamente imposible encontrar una: se fueron con el Fokker.
Hasta la última Navidad.
“Fue mi regalo, quizá un regalo que esperaba desde niño”. Peter Egacila es un agente inmobiliario peruano, tiene 38 años y en 1987 tenía solo 5. Recuerda la radio a pilas donde, muy temprano a la mañana, transmitían la noticia; también el rostro derrotado de El Veco en Buenos Días, Perú de canal 5. Al teléfono habla sin vanidad pero con euforia, como si cada pieza de su colección fuera un viaje tipo Volver al futuro. Es casado y tiene dos hijas, una de 14 y otra de dos años. Y casi 200 camisetas de colección del fútbol peruano y mundial, todas, cuyos dueños se las entregaron después de usarlas, sudarlas y contarle sus historias. Una es -top 3, según su escala-, una casaca amarilla Nike que usó el brasileño Ronaldo en el Mundial Corea Japón 2002. Otra le perteneció a Diego Armando Armando cuando vino con Boca para jugar contra Alianza y la ‘U’ en 1981. Le he dicho que lo envidio: daría lo que fuera por ser coleccionista pero solo soy periodista.
Esta tarde de enero del 2021, mientras hablamos, me pone en WhatsApp la camiseta de Cucurucho Rojas, el día en que clasificamos al Mundial de España 82 ante Uruguay en Lima. También una vitrina con banderines, chimpunes, camisetas elite que, de no saber que son anaqueles de su casa en el Rímac, diría que pertenecen a la Casa Banchero. Y así, otras joyas que, pese a su brillo y su nostalgia, nunca se opacan entre sí.
Al contrario, se cuentan sus historias, comparan sus hazañas vitrina a vitrina.
Peter Egacila es administrador de empresas de la Universidad Ricardo Palma pero su oficio real es ser coleccionista de camisetas. No es un hobbie: es un trabajo de inteligencia. Y de todas las épicas que ha reunido en una habitación en la casa de sus padres, el 22 de diciembre último consiguió el esperado regalo de Navidad de niño. El manto sagrado del aliancismo. La camiseta de Los Potrillos de 1987 que perteneció al líder de aquella generación, Daniel Reyes.
¿Cómo la consiguió? ¿Por qué tiene un valor incalculable? ¿Dónde duerme hoy y cuándo será posible que los hinchas de Alianza puedan verla, quizá tocarla? Esta es la historia.
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Parte del misticismo alrededor de esta camiseta tiene que ver con una foto: la postal del equipo formado de Alianza Lima en el partido que sería -nadie lo sabía aún- el adiós. Se trata de la última imagen del once dirigido por el Oso Marcos en la horrible cancha de Pucallpa: en aquel extraño Descentralizado 1987 se habían jugado 18 de 30 fechas y Alianza era líder solo con un punto más que Huaral. ¿Era candidato para salir campeón? El sitio Dechalaca lo explica mejor aquí. En cualquier caso, esa es la postal de todos los homenajes: letrero de San Luis en la tribuna de palos secos, Alfredo Tomassini sentado en la esquina izquierda, un niño de mascota al centro y ‘Caíco’, el legendario ‘Caíco’, fuera de la toma, de perfil, yéndose. Hay quienes han atribuido incluso un mensaje entre líneas en la instantánea: Caíco sabía que era hora de partir. “La foto salió en el diario El Nacional –recuerda Jorge Esteves, uno de los periodistas deportivos más respetados del medio, director fundador de El Bocón–. Incluso recuerdo que en un programa de radio, La mañana de El Veco, hablaban sobre ella. Era una época que se vivía en otra velocidad, sin Internet ni redes sociales”. Esteves no conoce este episodio por rumores: fue el encargado de la familia de ir a la morgue del Callao a reconocer si alguno de los cadáveres que llegaban era el de su hermano, Rodolfo Lazo Alfaro, el kinesiólogo de Alianza. Fue uno de los 10 cuerpos que el mar de Ventanilla se llevó. “No podría recordar el nombre del fotógrafo, solo que era un corresponsal de Pucallpa”, dice. La foto no salió ni siquiera al día siguiente del partido -8 de diciembre de 1987- sino dos días después.
Ese hombre del que Jorge Esteves no recuerda el nombre se llama Nemesio Guerra Ramírez, quien en aquellos años finales de los 80 era corresponsal del desaparecido diario El Nacional. Hace unos meses reporteamos la historia. Es la foto de la pena. Julio Ramón Ribeyro decía: “Quién no ha sentido tristeza en el fútbol, no sabe nada de la tristeza”. Tenía razón.
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¿QUIÉN ERA DANIEL REYES?
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Peter Egacila vive hoy en Surco, un distrito de clase media en Lima equidistante de los estadios de los clubes más importantes del país: el Monumental de Universitario y Matute de Alianza. Intuyo que ha ido muchas más veces a La Victoria que a Ate: su colección de camisetas blanquiazules es una prueba. También la chompa con la que inició esta travesía.
—¿Cómo dirías que empezó todo? ¿Tu afición, tu afán por buscar cada vez camisetas más inéditas?
—En 1996. Ahí empecé. Me regalaron una camiseta de Alianza Lima, del año anterior, que había usado Franco Navarro marca Polmer. Me la regaló un tío que trabajaba en el club. Es un poco la culpable de todo, je.
—¿Cuál es el circuito? ¿Cómo las consigues? ¿O ellas te encuentran?
—Toda mi vida he vivido en el Rímac: es un barrio futbolero, de futbolistas. Ochenteros y setenteros. Y de allí, conozco a mucha gente vinculada al deporte. Estudié en La Salle con un amigo muy cercano a la familia de Armando Leveau, historiador y autoridad sobre el tema Alianza Lima. Se llama Pablo Castro y es, me parece, el coleccionista más bravo de todos. Entonces hicimos migas con el hijo de Armando. Me recuerdo dibujando camisetas en mis cuadernos del colegio. Tenía el bicho del fútbol en cada cosa que hacía. Cuando yo comencé, más allá de la del 96, digamos que en 1998 que ya podía tener alfo de dinero, éramos 3 o 4 personas en todo el Perú las que nos dedicábamos a esto. Pablo Castro vive hoy en Brasil, trabaja para la Conmebol y tiene una colección increíble de camisetas de peruanos en el mundo. Por mi cercanía con la familia Leveau pude entender, por ejemplo, que el fútbol de antes no pagaba ni cerca los miles que se pagan hoy. Él tiene las planillas de los jugadores de esa época y, por ejemplo, si actualizamos los sueldos, un futbolista de los 70 de Alianza Lima ganaba lo que hoy es 2.500 soles. A través de él conocí a muchos exfutbolistas que hoy, por ejemplo, trabajan de labores como serenazgo, profesores de educación física, etc. Con todo respeto, olvidados por el club. Algunos de ellos conservan sus camisetas. No muchos, pero las tienen.
—¿Cuál es la camiseta más cara que has conseguido?
—Voy a decirte algo: las camisetas más caras las he pagado para mí. Alguna hasta en 36 cuotas.
—Entonces, a partir de este circuito -el mundo de los ex futbolistas- has podido cumplir tu sueño.
—Sí, es así. Cada tanto, me encuentro con ex futbolistas que ya saben cuál es mi intención con las camisetas: quiero perpetuar la historia del fútbol peruano. También soy un facilitador para otros coleccionistas, de la ‘U’ o de Cristal o de la selección. Básicamente, porque sé que es gente que las va a cuidar como oro.
—¿Tienes un inventario o algo así?
—No necesariamente pero tengo unas 150, 200 quizá. Lo que sí te puedo decir es que todas son camisetas usadas por futbolistas en su época. Las que en el mundo del coleccionismo se llaman Match Worm. Cuando habló con alguno de ellos, fuera de la plata que ganaron o no, lo que más les duele es que las instituciones sean muy ingratas. Hay jugadores que han sido campeones con Alianza, por ejemplo, y el portero ni siquiera los conoce. No los dejan entrar. O tienen que hacer polladas para poder sobrevivir.
—¿Qué es lo más triste que te ha tocado escuchar?
—Hay un futbolista que clasificó al Mundial, vive en el Callao. No tiene nada, ni jubilación ni seguro. Tiene una casita que se cae. Solo tiene una foto de su época en Muni. Intercambiamos teléfonos y a veces lo único que me pide es: “Sobrino, ayúdame con una recarga para mi teléfono”. Cinco soles.
—¿Los futbolistas de antes conservaban sus camisetas?
—De 20 futbolistas, 19 no tiene nada. He hecho mi estadística. Por eso es que, cuando aparece una camiseta histórica, son muy caras. Lo otro es que la idiosincrasia de los futbolistas de entonces era distinta. En Brasil o Argentina, las familias enteras son futboleras. Allá, hace 60 años ya se coleccionaban camisetas, existía un mercado que les daba valor. Aquí no: el futbolista peruano no le daba ese valor. Pasa también que hace 30, 40 años, eran los clubes quienes compraban los juegos de camisetas. Ahora nike o adidas les dan 200 juegos al año a los clubes grandes, si no me equivoco. Antes, dos por temporada. En diciembre quedaban destruidas. Camisetas de Perú, por ejemplo, las he encontrado en otros países: allá se intercambiaban y se conservaban. Un amigo ex futbolista, por ejemplo, intercambió la camiseta del Strikers famoso de la MLS en un amistoso y me contaba: “La usé tanto que al final -me dice él- los números que eran de cuero se fueron descosiendo y al final, mi esposa la usó como trapeador”. Una camiseta así hoy en el mercado internacional no baja de mil dólares. Se quiere matar cuando se lo digo.
—Hoy, ¿cuál es tu top 3 de camisetas más queridas de tu colección?
—A través de un periodista deportivo amigo, llegué hace unos meses a Roberto Chale. No sabía con lo que me iba a encontrar pero si intuía que el golpe iba a ser fuerte, como el programa El Precio de la Historia, del cable. Es un ídolo del país. ¿Qué pasó? Se trataba de la camiseta que usó en el partido de la Bombonera, en 1969, la del cabezazo a Rulli. Fuimos a su casa, hablé con él y don Roberto fue un señor. Finísimo humor. Me la firmó y ahora es la camiseta más valiosa de mi colección. El top 2 sería la camiseta de Ronaldo, una amarilla Nike que usó en juego en el Mundial Corea Japón 2002. La conseguí gracias a Pablo Castro, mi amigo. La otra es la camiseta de Daniel Reyes, el Potrillo de Alianza que murió en la tragedia de 1987.
—¿Cómo conseguiste esta?
—En diciembre último. Esta era una camiseta que yo quería conseguir para mi colección particular. Uno de estos buscadores de camisetas (sic) con los que tengo contacto, me escribe y me dice: hay un juvenil de la época que era muy amigo de Daniel Reyes y quiere venderla. Se trataba de un muchacho que no llegó a la profesional, que era menor que Daniel y que lo adoraba: Reyes lo entrenaba, lo aconsejaba. A él le dio su camiseta a inicios de ese año. La tuvo mucho tiempo y ahora, luego de hablar mucho con él, se desprendió de ese tesoro.
—¿Es la única de Los Potrillos que existe entre los coleccionistas?
—Hoy, el coleccionista sobre Alianza Lima Miguel Melgar y yo tenemos una. No hay más. Y no hay más, básicamente por una razón: el vuelo trágico se llevó todas y se perdieron en el mar. ¿Te acuerdas que te decía que en aquellos años los clubes tenían dos juegos al año? Bueno, se fueron todas. Si alguien las regaló antes, es un milagro. Y gracias a ese milagro, tuve mi regalo de Navidad.
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Peter Egacila. Y en su museo próximo, parte de los capítulos más sentimentales de la historia del fútbol peruano. Esa de Chale 1969 y esa del Potrillo Reyes del 87 confirman que, sin ser la capa de Superman, nuestros futbolistas también podía ser superhéroes.
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