Coronavirus: la odisea de 48 horas en aeropuertos y ciudades para volver a casa desde Europa
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A su lado izquierdo y con los brazos cruzados debía salir Tomás Pechito Farfán. Al otro lado, con esos bigotitos herencia de la Fania, Daniel Reyes, un defensor altote, líder, molde del que luego saldría breves cracks como Sandro Baylón o Miguel Araujo. Alfredo Tomassini y el Potrillo Escobar están abajo, de cuclillas, la mano del Tanque en la pierna de oro del humilde delantero de Alianza Lima, Luis Ciudad, el hombre que una tarde de finales de los 80, mientras escuchaba la cantidad de dinero que el argentino Walter Perazzo iba a ganar tras su pase de San Lorenzo a Boca, le dijo, como si se tratara de algunas monedas y no del sueldo que podía cambiarle la vida:
-Muy chévere, hermanito. Pero yo al fútbol no juego por plata, juego porque me gusta.
De todas las formas en que los hinchas de Alianza Lima recuerdan a esos futbolistas -y los que no lo son, pero admiraban a ese equipo de 1987-, esta es quizá la que mayor orgullo les despierta, la que más genuino placer los infla: ese equipo jugaba, ganaba o perdía, pero siempre jugaba al fútbol.
‘Caíco’ González Ganoza, el hombre que debía salir al lado de Pacho y de Casanova en la foto, en la última foto que el once titular de Alianza Lima se tomó en Pucallpa antes de la tragedia del Fokker, fue el privilegido testigo que vio ese juego, esa inteligencia, ese fútbol, desde la cómoda posición de arquero titular.
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Símbolo de ese Alianza 87, José González Ganoza era más que un arquero de selección. Y ocultaba más de un secreto. Encargado de llevar la imagen del Señor de los Milagros al vestuario de Matute -que tantas veces hemos visto en la TV-, usaba ese pacto divino para encomendarse a los cielos por su grave problema de visión nocturna. De hecho, la leyenda dice que en Matute cuidaban no programar partidos pasadas las 6 p.m., y así no exponer al gigante jorobado que en esos tiempos llevaba como mascota a José Paolo Guerrero. Pese a esta ventaja, ‘Caíco’ tapó 14 temporadas ininterrumpidas en Alianza, fue al Mundial de España y mantuvo su arco invicto 738 minutos en 1976. ¿Y por qué le decían ‘Caíco’? Hace unos años, Juan González le contó a El Comercio el secreto, muy lejano de cualquier evento místico y más bien, un simple problema casero, de esos que hoy se resuelven con costosas terapias: “Es que tenemos un hermano mayor que se llama Carlos –el papá de ‘Mágico’ González, ex lateral íntimo– y cuando José era niño –quien tenía un frenillo pronunciado– no podía decirle Carlitos. Entonces solo le decía ‘Caíco’”. Así nació el alias. Listo. Hasta hoy, en estampitas y corazones.
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Se trata de la última imagen del equipo formado de Alianza 1987 en la horrible cancha de Pucallpa. Es la postal de todos los homenajes: letrero de San Luis en la tribuna de palos secos, Alfredo Tomassini sentado en la esquina izquierda, un niño de mascota al centro y ‘Caíco’, el legendario ‘Caíco’, fuera de la toma, de perfil, yéndose. Hay quienes han atribuido misticismo a la imagen, un mensaje entre líneas: Caíco se estaba yendo y no lo sabía. “La foto salió en el diario El Nacional –recuerda Jorge Esteves, uno de los periodistas deportivos más respetados del medio, director fundador de El Bocón–. Incluso recuerdo que en un programa de radio, La mañana de El Veco, hablaban sobre ella. Era una época que se vivía en otra velocidad, sin Internet ni redes sociales”. Esteves no conoce este episodio por rumores: fue el encargado de la familia de ir a la morgue del Callao a reconocer si alguno de los cadáveres que llegaban era el de su hermano, Rodolfo Lazo Alfaro, el kinesiólogo de Alianza. Fue uno de los 10 cuerpos que el mar de Ventanilla se llevó. “No podría recordar el nombre del fotógrafo, solo que era un corresponsal de Pucallpa”, dice. La foto no salió ni siquiera al día siguiente del partido -8 de diciembre de 1987- sino dos días después.
Ese hombre del que Jorge Esteves no recuerda el nombre se llama Nemesio Guerra Ramírez, quien en aquellos años finales de los 80 era corresponsal del desaparecido diario El Nacional.
Él tuvo la sensibilidad para pararse frente a ellos, esperarlos un segundo y apretar el botón.
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Carlos Lara Porras, periodista deportivo, entrevistó hace unos años a Luis Fachín, reportero pucallpino que narró para radio Ovación el partido donde Alianza Lima venció por 1-0 a Deportivo Pucallpa con gol de Pacho Bustamante. En esa época se utilizaban modelos Canon o Nikon con rollos de 36 fotos, sea blanco y negro o sea para fotos a color. Luego había que ir a una casa de revelado, cruzar los dedos para esperar que la foto no salga movida, desenfocada y vaya al triturador de papel. “En esos tiempos -reflexiona el reportero gráfico de El Comercio Rolly Reyna- el ojo, la mano, y la precisión del fotógrafo lo distinguía, le daba status”. Para el caso, Guerra Ramírez tenía dos cámaras: una para fotos a color, otras para b/n. “Cuando tuvo que hacer una foto a color, ‘Caíco’ González Ganoza estaba apurado y se movió”, dice Fachín.
Reza un viejo adagio: las fotos de los equipos posados son las primeras que se toman y las últimas que se publican. O quizá nunca. Igual, un viejo fotógrafo siempre la hace, por ese afán de capturar un breve segundo de la realidad.
En este caso, Nemesio Guerra Ramírez tenía claritos todos los conceptos de sus cursos elementales de fotografía. Y así, él también pasó a la historia.
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